Capítulo cuatro: el cumpleaños especial.
Madeleine.
Caminando por las calles polvorientas, distraída y con un pesar encima de los hombros que parece que en cualquier momento me va a hacer caer, así es como me la he pasado en mi cumpleaños, hoy, pero hace veintiocho años las estrellas se apagaron para darme la bienvenida a este mundo absurdo y cruel; la vida inocente a mi alrededor se marchitó, el pecado que me formó recibió su castigo y el amor moribundo que me abrazó tiernamente minutos después haber nacido, desapareció. Ese era mi destino, destruir todo a mi alrededor. Lo era, lo era. Ahora, en la mitad de mi vida he sido bendecida, han sido buenos años, mucho mejor de lo que alguna vez soñé, entonces, ¿qué le pasa a mi pecho que parece no caber en mi cuerpo?
—¿Realmente merezco esto?—murmuro, llevándome una mano al centro del pecho.
Tengo la sensación de que algo va terriblemente mal, pero no sé lo que es. Levanto la vista a mi alrededor y admiro la decoración en flores blancas, rosadas y moradas. El gran bufet que está lleno como si esto fuera una última cena. Las personas del pueblo, todos vestidos en los colores de la decoración. Es todo muy hermoso, más bien, demasiado perfecto, tanto que llega a molestarme y entonces, me dan ganas de romperlo todo. De apagar cada luz a mi alrededor. El terror de ese pensamiento me hace apartar la vista y morderme el labio inferior, de verdad no entiendo el porqué de esto; las felicitaciones que parecen infinitas, los pequeños regalos que no me interesan en lo más mínimo, pero que me hacen sentir culpable, los abrazos de los más jóvenes, el apretón de mano de los adultos y verme en la obligación de dar una pequeña bendición a los niños que están en edad de recibirla.
Algunos en verdad lo desean y otros lo hacen por presión, lo sé porque sus miradas son recelosas y llenas de advertencia, una que, sin embargo no debe ser utilizada en mi contra, no es como si pudiera hacerles daño.
Suspiro agobiada y deseando sentarme, porque necesito un momento, necesito respirar bien. Miro a los lados, encontrándome naturaleza por todos lados, entonces una pesadumbre llena mis extremidades debido a que me parece oír a las flores, el césped bajo mis pies, los árboles y las enredaderas llenas de colores sobre mí cabeza; hablarme suavemente hasta que los susurros… se convierten en gritos y es… es como si me quisieran engullir, atraparme en su desesperación que también es la mía.
Oh, están por todos lados.
El golpecito de un niño en mi mano logra sacarme del estado de frenesí en el que me estaba sumergiendo, dejo salir el aire pausadamente y lo observo, estan pequeño que me sorprende un poco verlo de pie sin tambalearse. Sonrío viendo la fortaleza en su mirada color cielo, oh, por todo lo divino, este niño, ¿en verdad? Estiro mi mano y coloco mi dedo índice en su frente, sus ojos brillan y entonces se ríe haciendo que mis ojos se achiquen. Esto será más que suficiente para su infancia, aunque me gustaría que mi bendición lo acompañara por siempre, lamentablemente no es posible.
—Lo lamento, señorita Madeleine, no sabía que mi hijo ya era apto para ser bendecido —la madre llega hablando atropelladamente y es entonces que retiro mi dedo viendo como una marca mágica que él solo podrá ver queda plasmada en su pequeña frente—. Si yo lo hubiera sabido… no piense que soy igual… a los demás, yo en serio no lo sabía…
—No te preocupes —susurro llamando su atención, sus ojos están muy abiertos, pero ni siquiera la horrible sorpresa en su rostro borra mi sonrisa—. Siguiendo la lógica y las leyes aún no es hora de que sea bendecido, pero él es especial —frunce el ceño y veo como toma la mano de su hijo para acercarlo y cargarlo, ni siquiera me sorprende su cambio de actitud, después de todo me lo esperaba—, así que me gustaría pedirte que no dejes que nadie lo vuelva a bendecir hasta que deje de ser un niño. Por ahora es lo mejor para el pequeño.
Con una mirada la veo marcharse al ser llamada por quien supongo que es el padre del niño. Después de eso no me ha pasado nada bueno o interesante, todo es tan molesto y aburrido que solo quiero irme a dormir. Los momentos pasan y pasan, pero aún así la noche parece ser demasiado larga.
Voy de un lado a otro. Hago esto, hago aquello. Lo que todos piden, es lo que todos piden.
¿Qué es todo esto?
La comida sabe deliciosa al paladar, pero horrible cuando la trago.
La bebida es horrorosa cuando la pruebo, pero cuando la tomo y pasa por mi garganta estoy segura de una cosa: nunca he probado algo tan delicioso y reconfortante.
Los pequeños postres no son algo con lo que quiero aventurarme.
La luna se encuentra en lo alto y cuando todos callan al tocar mis palmas entre si para llamar su atención, decido que ya es hora de terminar con esto. No creo aguantar más.
Carraspeo y cuando miro las caras conocidas me concentro en aquellas que me miran con cierto repudio que para nadie pasa desapercibido, pero que todos decidimos ignorar. Después de todo no hay nada a lo que uno no se llegue a acostumbrar con el tiempo.
—Ante todo quiero darles las gracias por organizar todo esto para mí, en este cumpleaños tan especial —cada palabra dicha en esta voz que a veces me cuesta reconocer como mía, es mentira, en lo último de mi mente sé que es así aunque trate constantemente de engañarme—... también quiero agradecerles… por permitirme estar a su lado —algunos se tensan y otros sonríen—, poder ayudarles, a ustedes, la comunidad… y sé que ya van muchas gracias —algunos ríen por esas palabras y otros ruedan los ojos—, pero de igual forma quiero hacerlo; gracias, de verdad gracias por querer avanzar hacia lo desconocido conmigo.