Recuerdo que una mañana estaba sentado en mi cama y aunque todavía no era la hora de despertar, el ruido de mi cabeza ya no me permitió seguir dormido, pues en mis sueños, tu te encontrabas tan aferrada que cada noche al cerrar los ojos sentía que aquel mundo era real, y yo ya no quería vivir esa realidad que resultaba muy dolorosa, debía vivir mi propia realidad, una en la que tu no estuvieras, o al menos esa fue la opción que creí mejor, pero no iba a ser tan fácil.
Todos tenemos el mismo problema, todos tienden a recordar lo que causa un gran dolor, vivimos aferrados a un mundo de recuerdos que día a día nos lastiman y nos llevan hacia una soledad perpetua, en donde no queremos crear recuerdos nuevos, unos que nos saquen de ese profundo abismo. Cada maldito día se convertía en una profunda agonía, sin importar en donde estuviera, siempre pensaba en lo miserable que era mi vida, en lo miserable que eran mis intentos por llevar una vida. Me encontraba en ese estado en donde ya no sabía diferenciar entre lo real y mis sueños. Salía a caminar cada mañana para olvidar mi rutina de mártir, pero al regresar a casa me invadía ese profundo sentimiento de tristeza, me embriagaba, y al día siguiente continuaba con mis vagos intentos de olvidar. Una mañana todo fue diferente, aquel día se encendió una luz que aunque había tardado mucho, parecía ser la cura a mi sufrimiento, debía intentar seguir adelante o decaer para siempre y morir, decidí optar por la primera, decidí aferrarme a esa nueva esperanza de vida, talves ella sería la única que podía rescatarme y enseñarme a vivir. Pasaron algunos días y sentía que aquella luz empezaba a brillar con mayor intensidad, me miraba al espejo y ya no veía ese rostro cadaverico, ahora en mi cara se dibujaba un intento de sonrisa, tan solo un bosquejo de aquella felicidad tan anhelada.
Pasaron los días y con ellos las semanas y los meses, sentía que ya no quedaba nada de aquel mundo de tristeza en el que había permanecido por tanto tiempo, todo lo que en un principio había sido yo, ahora poco a poco retornaba, volvía a salir y entre correrios nocturnos disfrutaba del bello paisaje que la ciudad me ofrecía.
***
Me sentía un monstruo, pero eso comparado con mi atroz crimen no era nada. En mi mente persistía ese sentimiento de culpa, aquella voz escalofriante retumbaba en mis oídos, mis manos manchadas de sangre me señalaban, me hacían saber que para mí ya no quedaba nada, o ¿acaso habría perdón alguno para quien acabó con aquello que le dio sentido a su vida?