Sigo a la chica rubia hacia una puerta de madera que da paso a un pequeño recibidor acristalado. Hay multitud de zapatos, botas de nieve y un par de esquíes colgados de la pared.
La cocina resulta estar a la derecha, la chica me sonríe y me indica que pase.
—Sit down please.
Señala un par de sillas alrededor de una pequeña mesa de madera pintada de blanco sobre la que reposa un florero lleno de tulipanes de plástico.
Dejo mi mochila en el pasillo y le hago caso. La cocina no es demasiado amplia. Hay una vitrocerámica junto a una encimera en un lado y un fregadero lleno de platos sucios en el otro, y una nevera enorme situada en el fondo.
—Sorry, I hadn't time to clean the dishes.
Me mira un instante y luego esquiva mis ojos.
—It doesn't matter.
Parece aliviada con mi respuesta. Aparte de la vajilla todo está limpio y ordenado, impoluto. La chica me da la espalda y enreda con una pequeña máquina de café que comienza a silbar. Creo que es algo mayor que yo.
Contemplo cómo las gotas caen dentro de la taza. El aroma tostado invade mis fosas nasales. La chica se gira y busca algo dentro del bolsillo de sus vaqueros azules.
—Wanna smoke? —pregunta sonriéndome.
—No, I don't, but I don't care if you do.
Me vuelve a sonreír. Saca un mechero azulado y prende el cigarro. Las volutas de humo se elevan hacia el techo. Se encarama sobre mí y abre la ventana a mis espaldas. Sus pechos rozan mi hombro. Huele a perfume de jazmín y a tabaco. Sonríe de nuevo. ¿Habrá sido sin querer? ¿Por qué sonríe tanto?
Se escucha el sonido del café rebosando por la taza. La chica se acerca a la máquina de un salto y exclama algo en francés. Suena a maldición.
—Sorry, I'm going to prepare you another one.
Un par de minutos después estamos sentados frente a frente con sendas tazas de café humeantes entre nuestras manos. Sus dos ojos azules me vuelven a estudiar. Tanta atención me hace sentirme algo incómodo.
—So, where are you going to? —pregunta. Sopla dentro de su taza como para enfriar el líquido y toma un sorbo.
—Well, actually I'm going to a rainbow encounter. I'm not sure if you know what it is.
—No, tell me. —Vuelve a sonreír.
A ver cómo le explico en inglés para que se entere. Tomo un sorbo de mi café. Está muy amargo. Intento no fruncir el ceño.
—It's like an encounter of people in the nature to celebrate the moon.
—The moon?
Debo haber sonado un poco ridículo. Un rainbow es un encuentro de hippies y no tan hippies en la naturaleza para compartir experiencias, montar talleres, contarse cuentos y vivir de manera comunitaria por un cierto período de tiempo, en general un ciclo lunar. ¿Cómo se lo explico a esta chica sin que crea que soy un bicho raro?
—Yes, it's a celebration of..., of people in the nature.
¡Dios! Lo estoy enredando aún más.
—It sounds great. —Sonríe de nuevo—. I'm sorry, but i can't take you there. I have to work in..., in less then one hour.
Me termino el café de un último trago.
—Well, it doesn't matter. Thank you anyways. I'm sure there are plenty of people going in that direction. Thank you for the coffee.
Me levanto y dejo la taza en el fregadero. Al volverme me doy cuenta de que me está mirando todavía.
—Are you leaving allready?
Su voz apenas pasa de un susurro. Está sentada con las piernas cruzadas, con la cadera ligeramente inclinada en mi dirección. Levanto mi vista hacia su rostro, se humedece los labios. Me sonríe. Su cara parece deformarse, se ha vuelto más redonda, sus ojos han cambiado de color. Es de noche, estoy de vuelta en el pueblo. Una repentina ráfaga de viento alborota su larga melena oscura iluminada por las luces de las farolas. Sonríe. Suspira, sus labios carnosos buscan con ansias otros labios, otros labios que no son los míos. Un escalofrío relampaguea por mi espalda. Doy un paso atrás.
Choco contra algo duro y me tropiezo. Parpadeo y el recuerdo estalla en mil pedazos. Vuelvo a estar frente a la rubia.
—Sorry, yes, I have to go...
Me giro al cruzar la puerta, sigue mirándome. Acelero el paso.
Dos horas después sigo caminando por la carretera dirección Quillan. No pasan apenas coches y ninguno hace ademán de parar, pero no me importa. La temperatura es muy agradable a estas horas de la mañana. Luce el sol y para mi deleite la orilla de la carretera está plagada de fresas silvestres, hayucos y moras; aunque estas últimas todavía necesiten madurar. No he visto hayas desde mi temprana niñez en Austria antes de mudarnos a España, donde solo crecen en el norte y desde luego no en las zonas en las cuales vivíamos. Aún recuerdo su sabor, algo comprendido entre las pipas de girasol y los cacahuetes crudos. Salgo de la carretera para recoger todas las que puedo entre las hojas y la hierba que cubre el suelo. Algunas están ya rancias, pero la mayoría parecen comestibles todavía. Tengo tiempo.