Un vuelo al ¿amor?

El beso

—Toma —dijo Dana, pasándome un corrector.

Al parecer, no fui la única que se dio cuenta de lo mal que me veía.

—Gracias —tome el objeto, apenada.

Una cosa es saber que te ves horrenda, y otra es que sea notable al ojo público.

—No es nada, larga noche, ¿no? —comentó con una sonrisa ladeada, casi picará.

Fue una larga noche, pero por la forma en la que lo decía, lo que yo tenía en mente, y lo que ella pensó. Dudo mucho que fuesen precisamente de la mano.

De hecho, creo que eran contrarios.

—Eh, si —fingí una sonrisa, apretando los labios ligeramente. No supe como debería reaccionar.

Me dediqué a colocarme el corrector, sintiéndome inquieta. Dana me observaba fijamente, causando que a veces me desconcentrara, y perdiera las riendas de lo que estaba haciendo.

Dana cargaba consigo, una mirada capaz de intimidar a cualquiera.

Tan rápido como ella se bajó del coche y me dejo sola, deje salir un suspiro. No acostumbraba a tener ojos fijos en mí.

El sonido de la cajuela, cerrándose, me hizo devolverme el suspiro de hace unos momentos. Me asusté.

Juraba que ya se habían ido todos.

—Ten, cámbiate —Johan me ofreció un suéter gris.

No podía estar más roja de la vergüenza. Que una persona lo note, está bien, un poco de pena. ¡Pero dos! Era una locura. 

Acepte el suéter, seguramente como un tomate. Mis mejillas estaban ardiendo y casi sentí que me daría fiebre a ese paso.

En el mismo instante que Johan se volteó, para dirigirse con los otros, me cambie y salí como correcaminos tras él. No deseaba verme como una infiltrada al llegar, y supongo que, con Johan lograría brindarme la seguridad que necesito para no sentirme fuera de lugar.

Estaba repleto de gente, la mayoría con botellas de cerveza en la mano, en medio del todo, se encontraba una mesa y todos iban descalzos. Se veía apetecible estar sin zapatos con la arena bajo tus pies.

Pero, no vinimos a beber ni a disfrutar, venimos a irnos de regreso a casa, o ese era mi plan, y lo ejecutaría, cueste lo que cueste. 

Todo aparentaba ser muy divertido, pero, no era un ambiente que estuviera en mi zona de confort.

Solo debía esperar a que se emborrache y tan pronto como vea indicios, tomar eso como excusa para regresar pronto. No es tan complicado. Supongo.

De todos modos, él terminaría borracho en la noche, que más da, adelantar un poco lo que se vendría como destino.

Avanzamos a un grupo de adolescentes, al parecer amigos de «mi acompañante», entre ellos un rubio de ojos claros, Erick, se acercó a Johan. 

Algo noté, el humor de Erick, cambio drásticamente. Hace unos momentos, se encontraba muy serio y ahora, verlo fue total confusión para mí. En su rostro, estaba plasmada la diversión misma.

—Hola —un morocho, mantuvo su mirada en mí—¿Quién es? —pareció preguntarle a Johan, en vez de a mí.

Que manía con esta gente.

—Mi niñera —contesto Johan, usando el mismo recurso de tiempo atrás.

Sin siquiera, hacer el mínimo esfuerzo en disimular, lo fulminé con la mirada. Que poca creatividad la suya.

Lo peor, él sonreía.

Quería golpearle su perfecto rostro, para borrarle esa estúpida sonrisa. Ganas no me faltaban.

Pero, recuerden, la violencia no resuelve ningún conflicto.

Nos acercamos más al grupo, entre ellos una piel bronceada con cabellera llamo mi atención.

Michael...

Bueno, después de todo, existía un lado positivo, que él estuviera, confirmaba que no me encontraba tan ciega.

A medida que nos acercábamos más al grupo, más nerviosa me sentía. No tenía ni idea de si me reconocería. No me importaba lo demás, lo que me importaba se encontraba en las posibles estupideces que diría de mí. 

Hacerme una mala reputación en la primera semana acá, seria de la mierda. En el bachiller ya había pasado por eso, no me sorprendería si lo hiciera de nuevo.

«Michael me agarraba del brazo ante todos.

—Esta pequeña mentirosa, se revolcó con medio instituto, incluso algunos del personal Michael comenzó a inventar —tengan cuidado con esta clase de putas, no les contagien algo».

Mentira tras mentira, él mostró una nueva personalidad mía para la sociedad. No quería que su reputación cayera cuando yo terminara con él, hablo de una manera tan venenosa de mí, me hizo sentir el resto del año como una mierda y solo por su estúpido orgullo.

Todo esto porque yo había logrado entrar a Heghos, cosa que siempre anhelábamos, y al no ser aceptado, dijo que me aproveche de él, le quite su puesto, no merecía el lugar. Entre otras cosas. Aunque, no son tan relevantes.

Al principio, cuando se enteró de mi noticia, no mencionó nada. Me trataba bien, como siempre. Luego, le llego una carta de Heghos, rechazándolo. Claramente, eso no se lo tomo para nada bien.

Empezó a culparme de eso, inicialmente, no me queje de nada, supuse que estaba cabreado por esforzarse tanto en algo para finalmente no conseguirlo. Me trató como un objeto, lo que llegó a ser cansino. No sabía que hacer, lo «amaba» y no quería terminar con él.

—Miren a quién he logrado convencer a que viniera —dijo el rubio señalado a Johan con ambos brazos—, paguen lo prometido —hablaba con una pizca de haber logrado grandes hazañas. Algo que se pueda comparar a salvar a la humanidad de un meteorito.

Varios de ellos, se levantaron de las sillas de playa y se acercaron a entregarle dinero al rubio.

—Juguemos a la carta del beso —propuso, en alto, una voz masculina.

Mire la cantidad de personas que éramos, alrededor de ocho personas. Recordaba haber contado a mínimo diez.

—Les explicaré —dijo el mismo chico colocando varios vasos en una pequeña mesa de fiesta—, nos pasaremos la carta con la boca. A los que se les caiga tendrán que besarse o beber.



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En el texto hay: superacion, amor, romancejuvenil

Editado: 20.09.2022

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