—Si fuera una llave, ¿Dónde mierda me metería? —murmuro Johan, para sí mismo.
Eleve la comisura de mis labios, tratando de no dejar salir una carcajada. Definitivamente, Johan lograba superar mis expectativas, ¿Cómo se supone que pierdes las llaves de tu coche?
Olvidándome de la gracia del asunto, me enfoqué en ayudarlo a buscar.
Un reloj de arena, calcetines, evite la parte de sus calzoncillos, muñequitos de plástico, legos, una cámara, botones...
Al darme cuenta de la joya que había pasado por alto, me regrese.
Una cámara.
Entusiasmada, lo agarré con sumo cuidado y me acerqué a Johan.
—¿Sirve? — pregunté, sin poder ocultar mi emoción.
—Solo lo usé un par de veces, supongo que todavía sirve —respondió distraído—. Por la mesita de noche deben estar algunas baterías.
Sin meditarlo, fui a donde Johan indico, abriendo con cuidado el cajón.
—No, ese... —Johan intento advertirme.
—Claro, perdona —dije, cerrando tan pronto como abrí, el mueble.
Demasiado tarde, ya lo había abierto y visto el contenido. Solamente actué como si nada hubiese pasado y me dirigí al otro buro.
Yo misma me lo busqué, tenía que preguntar primero. Estos chicos tenían una fábrica de condones o algo así, literalmente en la cabaña tenían un cajón lleno y Johan en su pieza, también.
Está bien estar previniendo, pero un cajón ya me resulta mucho.
De igual manera, no era mi vida y no tenía razón para opinar de nada.
Cogí lo que necesitaba y se los puse a la cámara, no podía esperar para empezar a usarla. Uno de mis sueños frustrados que olvide se estaba volviendo realidad.
—¿Me la prestas?
Sin permiso no se hacía nada y mis gritos internos me los podría guardar para después.
—Las cosas son para utilizarse o se vuelven decoración.
Él seguía entretenido, buscando la llave por su cuarto, mientras yo trataba encontrar la manera de meterle las pilas al aparato.
Cuando, por fin, lo logre hacer, salí al balcón y le tome una foto al paisaje.
Las emociones que experimente aquel día, fueron dignos de ser recordados y creo que grabarlo en una imagen fue mi manera de memorizarlo.
Contenta con el resultado, regrese dentro. Me concentraría en ayudarlo a buscar el objeto.
Johan era un caos, por fuera todo lucia en orden, pero al revisarla, te dabas cuenta de todo el desastre. No me sorprendería si encontraba una calceta dentro de una lata o algo por el estilo, tenía pinta de poder encontrar hasta su ropa de bebe.
—¿Cómo llego esto aquí? —cuestionó Johan en voz baja—, ya tengo las llaves, ¿Nos vamos? —dijo, esta vez, dirigiéndose a mí.
—¿A dónde vamos? —pregunte curiosa.
—Cualquier lugar abierto.
Reí, en verdad me impresionaba, por alguna razón no llego a molestarme. De hecho, no sería capaz, estaba demasiado contenta.
Solo pude sonreír.
Seguí a Johan, tenía un auto clásico, color celeste, lo suficientemente grande para cuatro personas.
Johan comenzó a conducir hacía cualquier lugar, desconocido para mí. Can't take my eyes off you sonaba en la radio y a través de las ventanas observaba los árboles, delante de cada sitio, se encontraba por lo menos uno. No quería que eso se acabara, deseaba ir hasta el infinito en ese coche celeste, sentada, únicamente viendo por la ventana.
Ese era mi sitio, y por primera vez en años, me encontraba cómoda, feliz. Más relajada que nunca.
Recosté mi cabeza en la espalda del asiento, Johan se dio cuenta de lo sucedido, me lo dejo claro al disminuir la velocidad.
Con la cámara en mis manos, lo levanté hasta una altura considerable y fotografié cualquier cosa. Solamente me interesaba capturar ese momento, una foto no me haría sentir lo mismo en un futuro, sin embargo, si me ayudaría a recordarlo.
—Llegamos —dijo Johan, sacándome de mis pensamientos.
Eche un vistazo por la ventana, era irónico, las paredes del restaurante eran del mismo color que el coche de Johan.
Mordí mis labios, conteniendo la risa.
—¿Qué te da gracia? —cuestiono Johan, mientras bajaba del carro.
—Nada —negué sonriente, copiándole los movimientos.
—Bueno, si tú lo dices —caballerosamente, abrió la puerta, dejándome pasar primero— ¿Qué te gustaría comer?
—Lo que sea.
—No eres exigente entonces.
—No, no creo serlo —respondí, sentándome en una de las múltiples mesas vacías.
—Entonces, supongo que estarás bien si pido para ti una lechuga.
Enarque una ceja, divertida.
—Claro, me ayudaría mucho para mi dieta —decidí seguirle el juego.
¿Qué más daba? En dos meses me iría, entretenerme un rato no me haría mal.
Una camarera se acercó a nosotros, colocando un menú en la mesa.
—En el menú de hoy tenemos papas a la francesa, aros de cebolla, pollo frito y pizza, de bebidas tenemos refresco de manzana, café y té verde ¿Qué desean ordenar?
Mire a Johan, esperando que él cogiera las riendas y ordene. En cambio, el giro hacia mí, esperando que yo lo hiciera.
—Unas papas, pollo frito, una pizza y dos tés—pidió Johan—, ah... casi se me olvida, una lechuga también.
Entrecerré los ojos.
—¿Ensalada? —cuestiono la muchacha, algo confundida.
—No, solo una lechuga —respondió en tono suave—, lo pagaré también.
—Eh... Bueno —murmuro la chica, dudosa.
—¿Hacía falta? — pregunté cruzándome de brazos, fingiendo no querer carcajearme.
La cara de la chica era un poema, no todos los días un apuesto chico viene y te pide una lechuga. Ni siquiera había ensalada en el menú.
—Por supuesto, no dejaría a una dama sin comer.
—Que caballeroso —sonreí—, una comida digna de un Michelin.
—Claro, espero sea de tu gusto.
—Apuesto que estará delicioso —mantuve mi expresión.
Por dentro, el restaurante era del mismo color que en el exterior, los asientos del establecimiento eran color fucsia, había algunas decoraciones con neón, por lo que el color de las paredes pasaban desapercibidas.