— Mierda. Mierda. Mierdaaa. — ¿Dónde he puesto mi celular?
El reloj electrónico que reposa sobre mi mesilla de luz, — y que además me recuerda que tengo que limpiarlo por la cantidad de polvo que tiene— marca que todavía quedan dieciocho minutos para hacer un trayecto de treinta si quiero llegar a tiempo a la fiesta.
Mis amigas van a matarme...
Se supone, iba a llegar temprano para recibir a los invitados.
Más bien ahora a despedirlos.
Miro otra vez en mi bolso de mano y vuelvo a verificar por cuarta vez que el teléfono no está allí. Y por quinta vez compruebo que no lo hace, recorro con velocidad las distintas partes de mi habitación para encontrarlo. ¿Baño? No ¿Vestidor? Acabo de salir de allí. ¿Cocina?...abrí la heladera para buscar un jugo...mierda.
Bajo las escaleras rápidamente rezando para mis adentros que mi celular sea aprueba de freezers y apenas cruzo el marco de la cocina, abro el refrigerador en busca del aparato electrónico. Pero un tintineo de uñas golpeando contra el marco de la puerta me detiene.
— ¿Estás buscando esto?
La voz de Susan con mi celular en manos me hace dar un respingo y de igual manera suspiro aliviada cuando veo a mi bebé entre sus dedos.
— Si, al fin — Suspiro agradecida de que no haya terminado dentro de una jarra. Me lo extiende y verifico que su batería esté cargada; camino por el pasillo de la casa adornado con diplomas y cuadros vintages que no figuran ninguna forma en especial y llego a la puerta, saco del perchero mi chaqueta de cuero favorita y me la pongo de un solo tirón.
— ¿Vas a salir a estas horas, niña? ¿Les avisaste a tus padres? — Susan, que además de ser la empleada de la casa es también mi nana, se asoma por el marco del comedor visualizándome con los brazos en sus caderas.
Vuelvo a sonreír como una niña pequeña pero no hay caso, su cara de perro arrugado no cambia. Ella sabe bien que luego de las nueve no tengo permiso para salir.
— Voy al cumpleaños de Brenda — dejo escapar el aire de mis pulmones con un suspiro afligido— Ya sabes, la chica que es mi mejor amiga desde los quince años, que conoces desde siempre, con la que comparto hasta mis más oscuros secretos, que es como una hermana mayor y la que nunca me perdonaría si falto a su cumpleaños número dieciocho que por cierto, ya empezó. Y prometo que no va a ver ni alcohol, ni drogas de por medio — En mi sonrisa se forman dos pequeños hoyuelos inocentes. Claro que va a haber alcohol de por medio. — ¿Puedo pedirle a Peter que me espere afuera?
La mujer de sesenta y tres años achica los ojos y niega con humor.
— Peter te está esperando desde hace media hora. Como si no te conociera, Ashley — Rechista y seguido a esto, me da el permiso para salir.
Peter me ha visto crecer durante diecisiete años, es el chofer de la familia y tanto él como mi nana, Susan, han estado acompañándonos durante muchos años.
Me despido de ella dándole un beso en la mejilla y vuelvo a agradecerle, miro por última vez mi apariencia en el espejo de la entrada y me asesoro de que me gusta lo que veo. Mi falda negra de punto y mi blusa sobre el ombligo color burdeos combinan bien con los tacones de aguja que robé del placar de mi madre esta mañana.
Guardo mi celular para no volver a perderlo — Esta vez me aseguro de cerrar la cremallera, para que no se pierda solo como la última vez — Y salgo pasando por los arbustos de hojas naranjas y cafés hasta el auto de Peter.
Nos lleva unos treinta minutos cruzar el puente de Pittsburgh y llegar hasta la casa de mi mejor amiga, que queda exactamente al otro lado de la ciudad. Estaciona frente al portal y acordamos la hora en la que me recogerá luego. Me pide que no tome, ni fume, ni haga nada indebido y le prometo que no lo haré.
Aunque cruzo mis dedos por detrás de mi espalda al bajarme del coche.
Él se va y corto la distancia hasta llegar al timbre, no pasan ni dos minutos cuando una rubia me recibe.
— ¡Iba a morir virgen esperando! — Brittany bufa abriéndome la puerta cuando me ve y lleva uno de sus clásicos vestidos canesú de color rosa. El aroma a perfume me invade y la cercanía me deja ver el sutil maquillaje de sus ojos color ámbar y el rímel de sus pestañas postizas.
— Te creería si lo fueras — Ruedo los ojos con humor y entramos juntas.
— ¿Dónde está Brenda? Le traje un regalo que sé, va ser su favorito — Le digo y ella me toma de la mano para guiarme hacia la sala de estar donde están todos. Brenda y algunos amigos más como los chicos del equipo de lacrosse, rugby y un par de compañeras del grupo de animadoras la acompañan.
La morena es la primera en verme y se levanta del sofá para saludarme.
— ¡Pero mira qué guapa! — La halago viendo lo bien que luce ese vestido coral sobre su piel morena. La oji- marrón es una latina ardiente. Con unas curvas marcadas y un escote pronunciado que llamaban la atención de cualquiera. Saco de mi cartera la cajita envuelta con un listón dorado y se la obsequio, ella la abre sorprendida y esboza una sonrisa enorme cuando ve lo que hay adentro.
— Feliz cumpleaños — La felicito con las comisuras de mis labios alzadas. Saca de la cajita una argolla de plata con la figura de un delfín.
— Es precioso — Me abraza y promete ponérselo en seguida apenas encuentre una cadena para colocarlo — Me encanta, gracias.
Y seguido a esto, me hace un espacio en el sofá para que lo ocupe al igual que los demás, tomo una lata de cerveza que permanece cerrada sobre la mesa y el primero en iniciar una conversación conmigo es Ashton.
—Oye, ¿sabes si Ryder viene? — Pregunta Ash Smith tomando de su bebida cuando no me ve llegar junto a mi novio.
— Pues no lo sé. No soy su secretaria para saberme sus horarios, pero de seguro se tira unas horas para disfrutar de la fiesta — Le contesto, Max me había avisado que las prácticas de lacrosse se habían extendido y que había salido tan tarde que estaba demasiado agotado como para venir.