La mudanza me está matando la columna.
Tener que estar de arriba a abajo cargando cajas llenas de cachivaches que ni siquiera sé que hemos empacado están llevándose consigo toda mi fuerza física. Aunque tampoco es que tenga mucha, el solo hecho de levantarme del sofá e ir hacia la heladera requería para mí ya demasiada fuerza física y mental.
Hace mas o menos dos semanas que mi familia y yo nos mudamos a Pittsburgh. Mi padre consiguió un buen trabajo en el centro veterinario de la ciudad, y mi madre está enamorada del nuevo barrio y la casa. Esta es mucho más grande que la antigua, aunque iba a ser obvio dado el hecho de que antes vivíamos en un pequeño departamento sobre la veterinaria de mi padre. Cuando a él le dieron un aumento en su trabajo, pasándolo al área de servicios públicos en Pensilvania, fue como si al fin la suerte se pusiera de mi lado. Lo habían mudado a un par de kilómetros de la capital a veinte minutos de la escuela de artes del KMH, el sueño de todo chico adolescente que quiere dedicar su vida a ser compositor y trabajar en empresas musicales. Era el cambio perfecto, un trabajo mejor para mi padre, una casa más grande para las cinco personas que vivíamos en ella y un futuro prometedor para mí.
¿Que podría salir mal?
Me pregunté cuando puse un pie en la oficina del director aquel primer día.
Era como sentirme el Troy Bolton a punto de entrar a la escuela. Me imaginaba tal cual a la película, con las porristas bailando con sus pompones alrededor del pasillo y a los jugadores de basquetbol tirando la tarea por los aires y haciendo pases con el balón armando una coreografía.
Hasta me veía escuchando la canción apenas entrara.
We're all in this together...
¿Qué podría salir mal? Volví a preguntarme cuando la vi a ella.
Que de tanta película terminé cruzándome la verdadera Sherpey Evans.
A esa rubia con aires de Lady Gaga que se paseaba gustosa por los pasillos con sus lentes de sol en la cabeza y sus botas altas hasta las rodillas creyéndose que estaba en una pasarela. Aquellas botas altas que me hacían pensar que pronto se caería por las escaleras rodando.
No voy a negar, que fantaseaba con esa idea... A ver si por el golpe, las neuronas se prendían y dejaba de tener complejo de Sharpey Evans.
El timbre suena cuando estoy a punto de terminar de preparar la sala, los sillones ya estaban puestos en su lugar al igual que la mesa ratona y los portarretratos sobre la chimenea. Había seguido el orden que mi madre quería al pie de la letra y ahora solo faltaba acomodar las cortinas y la alfombra de vinilo.
Asomo mi cabeza por la ventana descubierta y veo a la rubia Sharpey Evans complejo de Gaga parada en el portal. Acordamos que hoy por la tarde íbamos a juntarnos para comenzar con la preparación de la competencia.
Me fijo si además de mi hay alguien dentro de la casa que pueda abrirle. Mi madre está en el jardín ocupada con sus flores, y mi padre se ha llevado a mi hermana para que esta hiciera la prueba de ingreso en la universidad de derecho. Le grito a Luke, mi otro hermano de doce años que es el único que queda pero no obtengo respuesta.
Bufo sabiendo que está haciéndose el dormido para no ayudarme. No lo culpo, yo le hacía lo mismo a Magalí cuando me llama para mirar con ella sus programas de moda.
Ashley volvió a insistir con el timbre y yo empujo la mesa ratona sobre la alfombra echándole un último vistazo a la sala, quedó lo suficientemente presentable como para que mi madre me pague diez dólares por la ayuda.
Voy hasta la puerta y le quito la cerradura, del otro lado la rubia me mira con los brazos cruzados. Lleva la cara despejada con una coleta alta adornada con dos broches a los costados, colgado en su hombro está su habitual bolso y sus labios están pintados de un rojo carmesí que no logro terminar de distinguir. No lleva las gafas negras con la que entró hoy a clases, dejándome así presenciar sus enormes ojos azules semejantes a un Iceberg de hielo.
— Pensé que me iba a volver vieja esperando —Entra quitándose la chaqueta para dejarla sobre un perchero y escruta con la mirada las cajas sin abrir que rebosan en el comedor.
— Perdona, estaba terminando de preparar la sala — me excuso y le señalo el marco de madera que lleva hasta esta última. suaviza su gesto mirando el lugar y sus ojos pasan de las paredes color madera, decoradas con algunos cuadros y la biblioteca blanca que todavía está sin amueblar.
—¿Lo has decorado tú?
— Mi madre, en realidad, yo solo la ayudo a correr los muebles — Se dirigió hasta la chimenea y tomó de allí un retrato del día de la boda de mis padres. Apoyó las yemas de sus dedos en la marco de aluminio con detenimiento y se queda allí mirando con detenimiento.
— Tiene un buen gusto — Añade al fin limitándose a contestar.
— Es diseñadora de interiores. Trabaja de forma independiente y a veces en eventos.
Me mira y asiente. No sé por qué le cuento eso.
Cuando estoy nervioso le doy rienda suelta a mi lengua.
Se nota ¿no? Solo me faltaba hablarle de la mudanza y de lo que había comido en el almuerzo
— Puedo ir a buscar la guitarra si quieres, o el órgano eléctrico, se supone que para esta semana ya nos traerían el piano de cola pero no sé qué pasó y el pedido se retrasó. También tengo una batería en el sótano si prefieres aunque bueno... — Me rasco la nuca sin saber que más decir — No creo que te interese. Digo, no te ves cómo alguien que quisiera.
— La guitarra estaría bien — Pide y se sienta en el sofá blanco que había decorado con cojines color crema. Cruza sus piernas esperando que me saliera de la sala para ir a buscar el instrumento. Lo hago, subiendo las escaleras hasta mí cuarto y saco de debajo de mi cama el estuche con la guitarra, cuando vuelvo a la sala, ella ya había sacado de su bolso algunas partituras escritas.