Una Bebé Para El Italiano

4: Herencia y condición

4 de agosto.

No se cumplía ni siquiera un día de la muerte de su único pariente en el mundo cuando Bianca Benedetto—la reciente moglie de su abuelo—llamó al abogado, apurándolo para que leyera el testamento de Ernesto. El requerimiento al llevarse a cabo la lectura, consistía en contar con la presencia de su mujer, su hijo reconocido ante la ley y de su nieta.

En la hacienda conocían del carácter desalmado y arrogante de Caeli D’ Amico, una muchacha de ojos verdes crudos y cabellos rubios, la mujer era soberbia y despiadada en el trato dirigido a todos los empleados, era por eso, que nadie se le acercaba y en lugar de sentir lástima por su discapacidad, temían de la ragazza temperamental, cubierta por su propio egoísmo y frialdad.

Maurizio, el abogado de confianza de su abuelo, carraspeó incómodo, sintiéndose acorralado por la avaricia y la ambición de Bianca, quien, aunque trataba de verse afligida por su perdida, sonreía, rezando para que su sacrificio haya rendido frutos, impregnando esa sala en tensión. Se casó con el anciano para heredar su fortuna, aprovechándose del odio que le profesaba a su nieta. Incluso logró que su esposo, reconociera a su hijo, a pesar que no llevaban la misma sangre.

—Estamos aquí reunidos para dar lectura al testamento del signore Ernesto Benedetto, dueño de los viñedos Armatura del cuore, de la hacienda en Florencia, y de las acciones en las empresas de Milán, además de sus compañías distribuidoras y departamentos en Roma. —declaró todo lo que poseía el difunto, prácticamente alimentando las ganas de Bianca por adueñarse de todo lo que creía, que le correspondía. Caeli estaba ahí por requerimiento, a sabiendas que saldría perdiendo y debía proyectarse su futura vida sin apoyo económico. —En pleno uso de mis facultades, dejo a mi querida esposa, Bianca Benedetto, los departamentos en Roma y el 10% de acciones en mis compañías distribuidoras. De mis 38 propiedades registradas en el país, 20 serán para ella, así como todos mis bienes inmuebles, joyas y riquezas acumuladas.  —la cara de la víbora se deformó escuchando atentamente lo poco que heredaría. —A mi hijo Luigi, le dejaré el control de mis acciones en las empresas de Milán y tendrá el 25% de mis acciones en las compañías distribuidoras. Ocho propiedades quedarán a su nombre. —continuó profesionalmente, cavando su propia tumba cuando Bianca se levantó, golpeando el escritorio, haciendo cuentas dentro de su cabeza. Debía tratarse de un error.

—¡Mi marido no pudo dejarme tan poco! ¡¿Acaso no lee bien?! ¿A quién demonios le heredó el resto? —explotó roja de la conmoción, olvidándose de su papel de viuda. Su hijo Luigi trató de calmarla para que no armara un espectáculo hasta que se retorció como exorcista. Sin embargo, las piezas se juntaron y ambos giraron la cabeza, dirigiéndose a Caeli.

El abogado tragó duro, culpándose por exponer a la nieta de su mejor amigo, quien, ante sus ojos, ahora era un corderito indefenso, la avaricia de Bianca arrasaría y nadie podría protegerla. La italiana de cabellos rubios sonrió siniestra al oler ese exquisito. Acarició su bastón, oyendo las maldiciones de quien hace poco decía, que se convertiría en la madre que nunca tuvo, aunque lo único que buscaba era manipularla al ser la última amenaza.

Desde que nació fue el blanco perfecto para el odio de su abuelo y de las burlas por su discapacidad visual, remarcándole cada que pudieron, que era una ciega inservible y solo tuvo la suerte de venir al mundo en cuna de oro.

—El resto de mis bienes, así como los porcentajes restantes, las diez propiedades y la hacienda en Florencia, quedarán para mi única nieta, Caeli D’ Amico Benedetto. —traspasó la voluntad del muerto, cuestión que causó un infarto en Bianca. La viuda gritó histérica, lanzándose al vacío, donde su hijo la atrapó por centímetros de diferencia.

—¿Entonces mi sorella se quedará con todo, abogado? —preguntó Luigi, aferrándose al vínculo inexistente, que desarrolló con Caeli, nombrada que optaba por mostrarse inmune ante los fusiles que la apuntaban. Su nonno no era bueno, nunca lo fue, así que le costaba creer, que luego de muerto, quisiera remedirse. —Madre, no te desanimes. —alentó a su mamá.

<<Malditos vividores asquerosos>> torció la boca, juzgándolos, Caeli.

—Para que la signorina D’ Amico tenga acceso a su herencia, su abuelo puso una condición. —comunicó llegando el momento decisivo.

—¿Qué clase de condición? —vociferaron alarmados el par de víboras, Bianca y Luigi, a la espera apresurada para despedazar a la heredera.

—Como última voluntad, dejo por escrito y ya antes mencionado, que mi nieta heredará todo con la única condición de que deberá contraer nupcias en un plazo de treinta días y quien fuera su esposo, será el administrador de sus bienes. Además, la pareja tendrá que vivir bajo el mismo techo por un año. —dio como respuesta, alegrando a las serpientes venenosas porque Caeli ahuyentaba con su carácter hasta el más valiente.

El aroma apestoso lo detectó desde la primera palabra, que se leyó en ese ridículo testamento, pensó Caeli, poniéndose de pie mientras por su sentido de la audición, oía a Bianca y Luigi saltar de emoción, creyéndose que se quedarían con el esfuerzo de su familia. La muchacha dibujó una sonrisita burlona, odiando aún más a su nonno por su machismo.

—Al menos deberías fingir que te preocupo, madre. —anunció ácida, avivando las llamas de la enemistad entre ellos tres. —Pero no te culpo, eres una maldita perra tras el dinero de alguien más. —despellejó la dignidad de Bianca, borrándole la sonrisa mientras ella se desquitaba, hablándole con verdad. —Funcionó muy bien tu plan, te le metiste a la cama a un viejo luego de moverle la cola como una ramera. Te felicito, heredarás todo gracias al esfuerzo de alguien porque de tu propia mano, jamás habrías obtenido nada, solo conseguiste un hijo de quien no sabes el nombre del padre, que lo engendró. ¿Y sabes por qué? Porque eres una…—despotricó ardida en rencores y molestias, apretando los dientes hasta que sus palabras quedaron en el aire. Bianca le asestó una cachetada tan fuerte, que su cachete quemó infernalmente.




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