—¿Por qué estás tirando piedras a mi ventana? —susurró Elizabeth a Azael que la miraba con una sonrisa pícara en el rostro desde el jardín.
—¿Puedes bajar?
—Mis padres se van a despertar.
—No te preocupes por ellos, Glinda, ya saben que estoy aquí —se rio el joven y le lanzó el tulipán blanco que tenía entre sus manos.
—¿Has hablado con ellos? —chilló con un gemido ahogado y tomó el tulipán para oler su dulce fragancia.
—Claro, no me podía arriesgar a que tu papá me saliera con una escopeta de caza en medio de la noche, así que he hablado con ellos esta tarde.
—¿Y exactamente qué has hablado con ellos? —preguntó ella pensativa pensando que sus padres no le habían dicho nada.
—Si no bajas no podré contarte, Glinda. Anda baja que te tengo una sorpresa.
—Voy... —susurró con una sonrisita y volvió a mirar el tulipán para decirle—, gracias por el tulipán, no recuerdo haberte dicho que era mi flor favorita, de hecho, nadie lo sabe.
—Pintaste una solitaria blanca en un taller de pintura y me arriesgué.
—¿En un taller de pintura? —preguntó confundida y sus ojos se abrieron de la sorpresa— ¡Azael! ¡Eso fue hace tres años en la clase del señor Martín!
Azael sintió que sus mejillas le ardían, se había delatado.
—¿Vas a bajar? Me estoy congelando, así que coge un abrigo para ti también, ¿vale?
—Vale...
Elizabeth corrió hasta su vestidor, se miró y casi pega un grito de horror cuando vio su pijama rosa de Los hechiceros de Waverly Place. Lo único que siempre la hacía lucir genial era su cabello rubio lleno de crespos desde que comenzaban en la raíz hasta las puntas y sus ojos verdes la hacían parecer una ninfa.
—Verte deformis in novum aliquid. Smaragdus viridis qui oculis mes congruit, tolle quod est in corde meo et in rem converte… —susurró.
Un brillo cubrió sus piernas y se fue deslizando por todo su cuerpo dando vida a una nueva prenda verde esmeralda. Como dijo en su hechizo, convierte lo viejo en algo nuevo y hermoso, toma mi pensamiento y hazlo realidad con un color que combine con mis ojos.
—Vaya, ¡estoy mejorando! —Se felicitó cuando vio el pijama hermoso que creó. Se colocó un abrigo blanco gordo para tapar la frialdad de la noche, se calzó con unas pantuflas negras y corrió escaleras abajo con la flor en la mano.
Abrió la puerta de su casa y ahí estaba Azael mirándola con una sonrisa que la hacía temblar y a la misma vez suspirar. Sentía que se trataba de un cuento de hadas y ella era su protagonista.
—Estás hermosa, Glinda... —susurró él y se acercó para robarle un suave beso en los labios.
—¿Qué haces aquí tan tarde, Azael? Son las doce de la noche.
—Quería darte una sorpresa. ¿Nos vamos?
—¿A dónde? ¿Necesito cambiarme?
—No, así estás perfecta. No saldremos de tu casa, mi sorpresa está aquí.
—¿Aquí? ¿Cómo qué aquí?
—¿Algún día dejarás de ser tan curiosa? —se burló él y tomó su mano para entrelazar los dedos.
—Solo el día que mi mente se apague. Además, admite que te encanta que se curiosa.
—Lo amo —admitió Azael y la miró con una intensidad que provocó un escalofrío la recorriera— Ahora quiero que cierres los ojos.
—¿Cerrar los ojos? ¿Para qué?
—Solo déjate guiar Glinda, confía en mí. ¿Lo haces?
—Confío en ti... —murmuró ella y cerró los ojos, sintiendo como él colocaba una tela de seda sobre su rostro.
—Ahora toma mi mano y no me sueltes.
—Vale.
Azael caminó con ella varios metros, Glinda sabía que la llevaba al extremo del jardín, alejada de la propiedad, donde los arbustos y las flores creaban un pequeño jardín místico.
—Creo que sabes donde estamos —le dijo Azael al ver que ella se movía con agilidad.
—Crecí aquí Azael, ¿sabes cuántas veces he caminado y corrido por estos jardines?
—Estoy seguro que nunca has hecho lo que vamos a hacer ahora.
Elizabeth se tensó y Azael soltó una carcajada, se acercó a ella para besarla con ternura.
—No pienses mal, Glinda. Nunca te haría el amor en el jardín de tu casa, a expensas de que tus padres nos cojan infraganti. Esta noche será especial, pero nuestra noche lo será aún más, porque te mereces cada detalle que te pueda regalar.
—Yo... yo... Yo me estoy enamorando de ti, Azael —dijo ella con rapidez con los ojos vendados, le daba miedo ver la reacción de él.
Azael sonrió con ternura, se acercó para besarla como si su último aliento estuviera en ese beso. Enterró su rostro en el cabello de ella para besar la base de su cuello y susurrarle:
—Y yo ya estoy enamorado de ti, Glinda. Júrame que la próxima vez que me lo digas me mirarás a los ojos.
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Editado: 10.11.2024