—Yo... —tartamudeó Elizabeth y él le sonrió con ternura.
—Creo que no estás preparada para saber por qué tengo tus pinturas en mi cuarto, por qué todos los días debo ver un tulipán blanco o por qué leo el Mago de Oz todas las noches.
¿Estaba Elizabeth preparada para saber la respuesta? ¿O para que su mente la aceptara? A veces deseamos saber algo con tanta intensidad porque la curiosidad nos hace esclavo, pero cuando tenemos esa respuesta en nuestras manos no sabemos manejarla.
Ella sintió el miedo por primera vez, ¿sería normal sentir miedo de la verdad? Negó con la cabeza y Azael asintió. Esperaría a estar preparada para volver a preguntar.
—Creo que deberías llamar a tu hermana —le recordó ella.
Azael asintió y esperó a que ella le tendiera el teléfono desechable que traía consigo. Sin decirle ni una sola palabra salió de la cabaña; caminó hasta el río que se extendía a la orilla de la cabaña, notó como la madera crujía con cada paso que daba, pero no le importó. Él solo quería volver a respirar, al tenerla tan cerca había olvidado como hacerlo y era lo que ella siempre le había provocado desde que sus miradas se cruzaron en aquel taller de pintura. Desde ese día sus manos sentían un escozor por no poder tocarla, su corazón se agitaba solo con verla, no importa que ambos estuvieran separados por varios metros, él siempre podía sentir cuando ella estaba cerca, era como si eclipsara el aire que los rodeara, los teletransportaba a una dimisión donde ella era la protagonista de sus sueños.
—Paciencia, paciencia... —se repitió varias veces.
Él necesitaba creer que la paciencia sería su ancla, que con Glinda solo necesitaba tiempo para recuperarla. Solo que primero debían descubrir cual era la amenaza que tenía en su empresa.
Marcó el número de su hermana y esperó con impaciencia a que ella le contestara.
—¿Hola? —se escuchó decir a través del otro lado de la línea.
—Soy yo...
—¡Dios mío, Azael! ¿Dónde estás? Te hemos buscado por todas partes. Estábamos desesperado, ¿dónde estás? ¿estás bien? Dime si...
—Tranquila Ji, estoy bien. Mejor de lo que he estado en estos últimos años.
—¿Es ella verdad? —preguntó su hermana leyendo entre líneas y confirmando sus sospechas.
—Sí, ella regresó Ji. ¡Joder! Tengo tanto miedo de volver a perderla, tanto que lo único que pienso es secuestrarla junto a mí y solo salir de aquí cuando me prometa que no me va a abandonar.
—¡No! ¡No! Debes darle tiempo, así que guarda ese animal que está luchando por salir de adentro de ti.
—Tengo un hijo Ji...
Un silencio al otro lado de la línea lo puso nervioso, así que volvió a preguntar.
—¿Sigues ahí Ji?
—Si... si... —tartamudeó su hermana— ¿Cómo lo supiste?
—Por una llamada y por una foto en su cartera, tiene tus ojos Ji.
—Dios de mi vida... Creo que aún estoy procesándolo, no termino de creérmelo.
—¿Qué dejarás para mí? No he tenido un infarto por falta de tiempo, mi ex vuelve haciéndose pasar por otra persona, descubro que tengo un hijo de ocho años del cual solo sé su nombre, dos intentos de asesinato en un día...
—¿Qué carajo has dicho? —chilló Jireh y Azael estuvo a punto de caérsele el teléfono del susto— ¿Dos atentados? ¿Me estás vacilando Azael?
—El último fue hace un rato, en casa de Elizabeth, enviaron un francotirador Ji.
—Me cago en todo lo que se menea, juro que cuando coja a la persona que está detrás de esto le voy a meter tantas balas que ni de colador andante va a servir.
—¿Qué ha pasado nena? —le preguntó Nando— Pon el altavoz.
—Ha tenido dos atentados en un día. Debemos poner a las niñas a salvo.
—Todos irán con seguridad a partir de ahora. ¿Te parece bien Azael?
—Sí, sí.
—Moveré a tu hermana con las niñas y tus padres hasta una casa blanca fuera de la ciudad.
—Ah no, yo me quedo contigo y con Azael —lo retó Jireh y Azael sonrió.
—Pequeña no me provoques que soy capaz de noquearte con tal de que estés a salvo.
—No me tientes, capitán...
—Él tiene razón Ji, debes estar segura con las niñas.
—No te dejaré solo con este problema. Somos un equipo así que me vas a tener que aguantar.
—Pediré unos días en el cuartel...
—¿Para qué? —le pregunto Jireh a su esposo.
—Porque voy a ser tu sombra, estos días.
Jireh soltó una carcajada que a Azael le dio una punzada de envidia, él deseaba eso con Elizabeth, esa complicidad, esos retos con la mirada, con las palabras.
—Llamaré a Lorraine, debe reforzar su seguridad.
—No sabía que Lorraine tenía seguridad —confesó Azael, sabía que a los eventos públicos acudía con algún que otro guardaespaldas.
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Editado: 10.11.2024