Después de varios minutos, salimos a la luz, o más bien a la oscuridad. Todo era de distintos tonos; azul, morado, naranja, etcétera, las estrellas brillaban entre los colores que parecían nubes esparcidas en el espacio, a nuestro lado pasaban pequeños meteoritos o estrellas fugaces que llevaban chispas de fuego, a lo lejos se podían ver distintas estrellas más grande o que estaban más cercanas, a unos kilómetros nuestro estaba la luna y se podía ver la pequeña bandera americana aún clavada en la espesa superficie de esta, que junto a tal bandera había otro objeto extraño que no pude llegar a ver bien de que se trataba. Conté a cada persona que quedaba, éramos exactamente veinte personas. A unos metros de mi iba un chico alemán que mientras cruzábamos la atmósfera choqué con el y me gritó «Entschuldigung», yo, meses antes tomé clases de alemán y entendí inmediatamente que se estaba disculpando conmigo y le grité de vuelta «Mach dir keine Sorgen», dándole a entender que no se preocupara.
A mi otro lado iba un hombre rubio y con la cara ¿naranja?, este llevaba terno negro y corbata morada que se la acomodaba a cada instante, en sus manos aún conservaba un maletín negro. Más allá se veían dos muchachas pelirrojas que al parecer eran mellizas, iban tomadas de las manos rezando. Al lado del chico alemán iba una señora con unas pañoletas cubriéndole la cabeza, esta llevaba falda y le aproximé una edad de cuarenta años, iba junto a su esposo. Más allá divise un chico en silla de ruedas, la silla parecía como si había algo que la sostuviera, el chico estaba llorando. Super lejos de mi se veían unas trece personas esparcidas por todo el espacio dirigiéndose a mí misma dirección, que en ese momento igual desconocía.
Era todo muy fantástico, la fuerza nos llevaba hacia cierto tipo de lugar, a una velocidad normal. Extendí mis manos y pude sentir las pequeñas estrellas entre mis dedos, llevaba una inmensa sonrisa en mi cara.
El señor anaranjado de al lado me empezó a mirar raramente de forma divertida mientras yo me desenrollaba mi pantalón de piyama ya que a cada rato se me subía.
- ¡Hola! Señor ¿Cuál es su nombre? – me atreví a preguntar. El caballero parecía de unos 50- 60 años y se notaba que era muy notado.
- ¡Hola! – comenzó a hablar con un tono super serio. – mi nombre ahora es insignificante, pero soy el presidente de los Estados Unidos de América. – Me extendió la mano y le devolví el saludo.
- Entiendo, yo soy Julianne, pero no soy presidente de ningún país, soy de Chile. – aclaré y el río. - ¿Y que hace usted volando en el espacio?
- Bueno yo estaba sentado en mi gran silla en la casa blanca cuando de repente mis guardias empezaron a elevarse por los aires y como sé que son a veces muy estúpidos siguiendo ordenes fui a ver que ocurría y después llegué a donde estamos ahora.
- Oh, en mi país era alrededor de las seis de la madrugada. – informé.
- De Chile dijiste que eras ¿verdad? – asentí y el siguió hablando. - es un buen país, siempre dejando su apoyo al final. - dijo mientras se acomodaba su corbata por décima vez refiriéndose a la segunda guerra mundial.
Nuestra charla iba bien hasta que la fuerza nos hizo cambiar drásticamente de dirección y nos llevo hacia abajo, hacia un abajo tal vez interminable.
Caímos, caímos y caímos sin destino alguno. Lo único que podía sentir era algo como polvo que pasaba velozmente mientras yo caía, sentía la adrenalina y el miedo en carne propia, en frente de mí, sin embargo, era invisible.
Pasaron largos cortos segundos hasta que todos gritamos debido que vimos algo que era capaz de matarnos: un planeta anaranjado estaba a punto de golpearnos fuertemente, conté hasta cinco en mi cabeza y justamente al llegar al cinco, chocamos con tal inmenso cuerpo espacial.
Mi mente sólo era ruido, un reiterado zumbido entraba por mis oídos, dejándome en duda el lugar donde me encontraba.
Su escritora, Julianne Del Río