Maxence
—¡Deseo conocer a mi príncipe azul!
El grito de mi compañera de clase logra despertarme por completo, no sé en qué momento me quedé dormido, pero ahora soy totalmente consciente del ridículo que he estado haciendo. No presté nada de atención a la clase, y mi cámara estuvo encendida todo el tiempo, lo que indica que todo el mundo ha visto cómo dormía.
Algunas risillas y caras de burla se proyectan en mi pantalla. Genial.
—Veo que ya despertó señor Maxence, ¿un buen sueño?
Las risas se disparan.
Observo a mi profesora con una sonrisa de disculpa, no tengo ninguna excusa creíble, y no creo que sea buena idea decirle que ayer me dormí tarde por estar viendo películas navideñas (ñoñas y de romance empalagoso). No, eso en definitiva me dejaría aún peor parado delante de todos los compañeros.
Estoy a punto de disculparme cuando su voz me interrumpe.
—Díganos, ¿cuál es su deseo de navidad?
—¿Qué?
¿Ella realmente me ha preguntado eso o sigo soñando? Debo dejar de ver ese tipo de películas, me afectan la cabeza.
—¿Cuál es su deseo navideño? —vuelve a preguntar. No, no es un sueño.
¿Esto qué tiene que ver con la materia?
Frunzo el ceño.
—Ah… —no sé qué debería decir ahora, usualmente no tengo deseos navideños—, no lo había pensado —respondo por fin, tímidamente.
—Vamos Max, todos ya dijimos uno, es tu turno —comenta la jefa de grupo, con su voz chillona; ¿por qué siempre se está metiendo en todos los asuntos?
La miro con una ceja levantada. No será ella quien me obligue a hablar de algo que no tengo idea. Vamos, no participo ni en las clases importantes y me quieren hacer hablar en algo tan irrelevante.
—Déjalo en paz —la voz de Christopher capta mi atención—, si no quiere contar su deseo está en su derecho, ¿no es así, profesora?
—En realidad esta actividad cuenta para evaluación —continúa Dayana—, yo estoy preocupándome para que no pierda sus notas perfectas…
Y así comienza un gran debate acerca de mi persona entre esa chica tan molesta y mi amigo Chris, con el resto del grupo expectante y yo en silencio porque claramente, no me dejan hablar en ningún momento, es como si fueran ellos quienes saben mejor que yo lo que quiero para navidad.
O peor aún, como si quisiera algo realmente.
—¡Ya basta! —los interrumpe por fin la profesora—. Señor Maxence, realmente es una actividad curricular —pero de qué habla—, así que necesito una redacción de su deseo navideño antes que comiencen las vacaciones en mi correo electrónico.
—Esto debe ser una gran broma —comienzo a hablar—, ¿es así? ¿Acaso es porque dormí la mayor parte de la clase? Lo lamento, de acuerdo, pero no quiero hacer esa tonta actividad que en nada beneficiará mi desempeño en la carrera, es más, ¿por qué debería hacerla si no tiene ninguna relación con la materia?
Ahora todos me miran atónitos, la profesora Dennis tiene su ceño fruncido y Chris niega con la cabeza. Genial, ahora soy el malo.
—Tiene una semana —sentencia la profesora y no puedo evitar abrir la boca con asombro—. Eso es todo, chicos, nos vemos la siguiente clase; y señor Maxence —me mira fijamente—, no se atreva a ingresar a la sesión si el domingo aún no envía su trabajo. Que tengan un buen día.
Y dicho eso, termina la sesión para todos.
Sostengo el puente de mi nariz, con frustración, ¿por qué la semana tiene que terminar tan mal?
En serio el año siempre puede empeorar, me ha quedado tan claro desde hace meses en que hemos estado encerrados en casa y, por supuesto, hoy no podía ser la excepción. ¿Diciembre tenía que iniciar de tan mala manera? ¿Qué hice para merecer esto? He respetado todas las medidas del gobierno, me he quedado sin salir de casa, he hecho de todo para pasar mis últimos semestres de universidad de la mejor manera, ¿en serio quieren que piense en deseos navideños cuando la vida es tan injusta? Está claro que todas esas cosas fantasiosas no existen, solo son eso, fantasía.
—Gracias por arruinar mi apariencia perfecta, magia de la navidad —comento sarcásticamente en voz alta, mientras me levanto para ir abajo y ver qué hay de comer, al menos eso podría mejorar un poco mi día; pero el sonido de mi teléfono celular me detiene, inundando la habitación.
—¿Por qué eres tan idiota? —ruedo los ojos cuando al responder eso es lo primero que escucho.
—Chris, por favor…
—Por favor nada —me interrumpe, estaba a punto de decirle que no molestara—, y no te atrevas a colgarme —amenaza.
¿Cómo supo que estaba a punto de hacerlo? Regreso el teléfono a mi oreja.
—Mi día va pésimo, no necesito tus regaños…
—Oh, vaya que los necesitas, ¿cuándo te volviste tan cretino y arrogante?
—¿Quieres dejar de interrumpirme? —pregunto con fastidio—. ¿Qué es lo que quieres? No tengo tiempo, así que ve al grano.