Una Deuda, Una Oportunidad De Encontrar El Amor

CAPITULO 4

Tres días después, Mario volvió a encrontrarsela en el mismo lugar desde el cual la escoltó a la casona. Sentada, mirando a lo lejos. El cabello en una trenza, el jean de trabajo y la camisa por fuera, el sombrero tirado en el suelo, las botas a un lado, los pies ligeramente metidos en la orilla.  Bien podría ser una pequeña ninfa de los bosques disfrutando de la sencillez de una vida silvestre, sin embargo, era una chica medio secuestrada, medio presa en la inmensidad de las tierras de su amigo.

Aprovechó la distancia para bajarse del caballo y no ser delatado por el sonido del galope. Lo ató a un arbusto y caminó hasta ese lugar.

La verdad no esperaba encontrarla allí, pero en el fondo agradecía tener la oportunidad de aclarar la situación que se presentó  en el despacho.

- Disculpa.

Ella se giró sorprendida, sus pequeños ojos castaños se expandieron como asustados, intentó pararse pero Mario habló a tiempo de evitarlo.

- No te vayas, en esta ocasión no vengo a regresarte a la casona, la vez pasada me quedó claro que tus intenciones no son las de huir, no sé de dónde armó Germinia tanta alarma cuando te vió salir a caminar.- dijo a modo de disculpa mientras inclinaba la cabeza ligeramente hacia el suelo.

- ¿De cuando acá tú me hablas?- fue la directa  pregunta de Adela. 

Ella sabía que todos guardaban límites invisibles con ella, sabía que era la extraña para los trabajadores y la nueva esposa para los más cercanos de Julián, cosa que implicaba vigilancia permanente.

- No soy de muchas palabras, digamos que el elocuente es Julián- la miró a los ojos, ¡guau qué ojazos! pensó al mirarla.

- Interesante - respondió la jóven sin dejar de mirarlo directamente. 

- ¿Qué te parece interesante?- preguntó sin perder el deleite de ese leve contacto visual.

- Muchas cosas, por ejemplo, tu relación con Julián: cómo capataz solo me contrataste por referencia del personal, sin preguntarle a el dueño, o sea que tienes su confianza; tu comodidad leyendo en el despacho indica algún nivel de intimidad, y tu propuesta de ascenso laboral demuestra lo anterior.

- ¿De verdad deseas que te explique todo eso?

Adela suspiró y dejó de mirarlo para concentrarse en el agua a sus pies como si fuera el juego más divertido del mundo, ya estaba cansada de que todo se le dejara a medias y nunca saber qué era realmente lo que estaba sucediendo.

Al ver que la jovencita simplemente guardó silencio decidió darle respuestas.

- Julián y yo nos conocemos desde niños, estudiamos en la misma escuela, digamos que de alguna manera me apadrinó, mi padre era uno de los obreros, al ser los dos únicos pequeñines en Los Laureles nos hicimos buenos compañeros de travesuras, bueno yo era más como un hermanito menor... luego nos hicimos buenos amigos y cuando murió su padre se le vino encima la administración de todo esto, me dijo que no podría confiar en nadie más, yo conocía bien la finca y por eso me vine de la ciudad, allá tenía un asfixiante trabajo de oficina- sonrió brevemente- la verdad extrañaba el campo y aproveché la oportunidad para escapar. En cuanto al hecho de contratarte como obrera, bueno, digamos que al ser la esposa del dueño podrías hacer lo que tú quisieras y bueno, te creí pretenciosa y no quería problemas.- Adela lo miró tomando nota mental de aquella última frase- me gusta leer mucho.

Mario la dejó pensar, fue a sentarse en otra roca desde donde la podía observar indirectamente. Le resumió su vida en esas palabras, ahora esperaba que la muchacha le interpelara. Pero al parecer no iba a tomarse la molestia. Así que ambos quedaron en silencio viendo caer la negrura y sintiendo el inicio del ataque de los mosquitos. Él se levantó para marcharse, ya había pasado cerca de 30 minutos de silencio donde pudo hacerse una idea de lo terca que Adela llegaba a ser, se dejaría comer de los mosquitos pero no se iría de primera.  Entonces ella preguntó:

- ¿Qué leías?

- ¡En serio de todo lo que te dije me preguntas por el libro que me viste en el despacho!- vió que ella sonrió levemente, ja… lo calculó, su expresión la hizo verse maravillosa: picardía y triunfo ante la frase de desconcierto.

- Lo demás es cotidiano, irrelevante, me imaginé algún tipo de hermandad entre ustedes, solo deseaba confirmarlo; pero lo de ver un capataz leyendo es algo nuevo para mi, en mi tierra los hombre trabajan y los pocos que se instruyen abandonan el pueblo en busca de mejores ingresos en la ciudad.

- Cada persona tiene sus gustos señorita, ya pasé por la ciudad, se lo que me puede y lo que no me puede dar.

- Entonces, después de vivida la experiencia, ya tuviste suficiente- Ella no preguntaba, solo lo afirmó para continuar- y del libro qué, ¿cuáles son tus intereses intelectuales?

- Para ser una obrera usas tus términos. - sonrió- leía El nombre de la rosa.

- ¡Te gusta la literatura!- otra vez esa expresion de sorpresa que le daba un hermoso tinte de inocencia.

- No lo digas así, parece que te burlas,  por lo visto la conoces.

- No lo tomes a mal jefe, pero por estos lares pocos hombres leen literatura, y no, no lo conozco, mi profesor de último grado lo referenció con insistencia en literatura contemporánea, tanto que nos hizo ver la película. Yo soy más de leer sobre lo que pueda ayudar a mejorar la producción de mi tierra. ¡Vea que mi jefe lee literatura!- se puso de pie para empezar a caminar como si lo fuera a dejar atrás. Fue entonces cuando el capataz se puso a su lado.

- Aunque estudié ingeniería agropecuaria, en la universidad tomé clases de literatura en las materias opcionales.

- En cuanto a lo del trabajo - siguó en sus propios asuntos - se que es la solución más rapida, espero que no me creas idiota jefe, lo he pensado todos estos días, solo que a ti no te veo nunca por los cultivos y no te lo había podido decir. Acepto lo de administradora, me tendrías que preparar al principio pero aprendo rápido, digamos que me gusta la tierra, solo que  tengo un problema. 




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