El mundo giró como un torbellino, mientras él había usado una frase indirecta “¿Qué tipo de amigo se muere por besar a su amiga?” Adela fue directo al grano “ estoy contigo, es una de las pocas decisiones que he podido tomar, esa decisión fuiste tú”. Su reacción fue instintiva, casi que animal, en un giro de 180 grados la cargó de manera que Adela quedó sentada entre las piernas y los brazos del hombre. Ella no se soltó de su cuello, Mario no resistió más y la besó suavemente en los labios; un roce ligero, húmedo; un sedoso vaivén acompañado de la suave caricia que su mano dibujaba en su espalda; le sujetaba la cabeza con firmeza para que no se le escapara como la neblina de las mañanas que de repente aparece y en unos pocos minutos se difumina. Todo era tan real y onírico al mismo tiempo que la única forma que encontraba de no ser engañado por una ilusión era asiendola con firmeza, sintiendo los labios de la muñeca de su alma que respondían inexpertos, mientra lo abrazaba con sus callosas manos por la nuca, encendiendo en él aún más todo su interior.
Unos segundos, el beso no duró más que unos segundos, una eternidad en un momento fugaz.
La señorita Iguarán experimentó su primer beso a sus casi 27 años de edad, un beso nacido de un primer amor. Sentía el pecho agitado, el sudor regresó a su cuerpo; no quería retirar las manos donde las había colocado. Sin embargo, el pudor salió a flote y poco a poco se separó de su semidiós griego. Los ojos, eran azules en llamas, si algo como eso pudiera existir:
- ¿Lo que sientes es real?- dijo la joven en tono casi infantil.
- Tan real que me estoy ahogando de solo pensar que no puedo presentarte ante todos como mi novia- la palabra novia la asustó.
- No uses esa palabra- acarició el rostro de él con una barba incipiente- esto aún no puede ser.
- Lo sé. Solo por esta vez sucedió, tómalo como mi promesa para contigo- dijo casi en un suspiro.
- Nos controlaremos- le dijo a modo de extracción de una promesa.
- Tienes mi palabra, pero por hoy quedate entre mis brazos… por favor.
Así, entre los brazos de su capataz hijo de poseidón, hablaron un rato del paraje, de los campos que ella administraba, los caballos que él estaba entrenando, dialogaron acerca de las fechas de las ferias; ella le contó en detalle la discusión de Julian y Germinia, del susto que se llevó y de las dudas generadas por las palabras del ama de llaves cuando mencionó la visita a la tumba de su hermana.
- Espero que no te vuelvas a poner celoso.
- No lo estoy, se que no estoy en condiciones de exigir nada.
- Déjame continuar.- Dijo con ternura.
- Está bien.
- Germinia no le habló a Julian como una empleada le habla a su patrón. En términos generales le exigió. Entonces para reforzar la situación hoy me habla de los términos en los que el contrato no es claro y de los que de alguna manera puedo sacar beneficios en relación con mis necesidades básicas que se extienden hasta la compra de ropa. La Arpía espía de mi esposo tiene mucho poder.
- ¿Podrías dejar de llamar a Julian “mi esposo”? esos no es más que un contrato, no ves que me afecta cuando te refieres a él en esos términos, es como si yo fuera la segunda opción.- Había tristeza en sus palabras.
- No te enfades, no es vinculante, es mi costumbre de ironizar la situación. No lo haré de nuevo, sin tristezas entre nosotros.
- Muñeca, me has puesto en una situación terrible.
- Tú también lo hiciste conmigo- suspiró- Dejemos ese tema allí.
- Dale.
- Cuéntame sobre ellos.
Mario cedió, soltó a la mujer para sentarse frente a frente y contarle aquello que solo los empleados más antiguos de Los Laureles sabían.
Julian tuvo diferentes novias a lo largo de su vida universitaria. A su padre no le agradaba la manera en que el vástago de la Familia Santoya trataba a las mujeres, el señor de la casona (en ese momento) había tenido un matrimonio pactado con la madre del muchacho, mediado por el respeto y el cariño que con los años, la compañía y la comprensión nacen entre una pareja de ese tipo.
Julian pocas veces escuchaba a su padre.
Con su madre la historia era distinta. La señora no intervenía en los asuntos de los dos hombres de la casa, pero al sentir que la muerte le llegaría primero que a su marido llevó a su hijo a caminar por los cultivos, en medio de un campo encontró una flor silvestre y se la entregó a su hijo: “ acaricia uno de los pétalos una y otra vez”. Después que él lo hizo ella le tendió la mano para que le colocara la planta: “mira la diferencia de este pétalo con el resto, entre más lo tocaste más rápido empezó a marchitarse. Así somos las mujeres, en cada relación entregamos gran parte de nosotras, pero si los hombres se portan con ellas como mi hijo lo hace con sus amiguitas, se marchitan y van perdiendo poco a poco algo de su inocencia. Hijo, deja de jugar con las mujeres, recuerda que las dañas, no sea que alguien le haga lo mismo a la mujer que los cielos tienen preparada para tí y la recibas ya algo marchita por el dolor que alguien más le cause”.
Julian nunca esperó semejante metáfora de parte de su mamá, era una mujer sencilla, sin estudios, de las que se preparan para atender al marido y a sus hijos. No obstante, en sus palabras reflejó la sabiduría que la cotidianidad le enseñó a partir de la observación y el análisis de todo lo que ocurría a su alrededor.