Una Deuda, Una Oportunidad De Encontrar El Amor

CAPITULO 15

Adela se dirigía al granero con el capataz a su lado. Su expresión facial determinante y su paso firme no daba lugar a dudas del temple de su carácter. Él, por su parte, era la personificación de un gladiador rumbo a la arena de combate dispuesto a todo, sombrero en una mano, pistola en la otra daban el acople perfecto para que cualquiera temiera volver a meterse con ella.

Al entrar vislumbraron al hombre sentado en un rincón con otros tres rodeándolos en forma de guardia. Adela tomó un banquillo, se le sentó de frente sin perder un ápice de sus gestos o movimientos; pidió a su acompañante que le entregara el arma, la colocó sobre una de sus piernas comunicando el mensaje de !no intentes huir!. Mario mandó a que llamaran a la estación para que enviaran una patrulla móvil, con los documentos dispuestos para tomar una denuncia. Nadie pronunció otra palabra durante los 35 minutos que tardaron en llegar los agentes.

Al llegar la patrulla Germinia ingresó al lugar comandando el grupo. Su habitual uniforme de falda, blusa sastre con zapatos tipo mocasin, el cabello recogido en una coleta afirmaban su expresión de poder en cada paso.

- Señores, buenas tardes a todos. - Después de saludar se dirigió a los policías- Aquí están todos los implicados en el altercado informado durante la llamada. Espero puedan tomar los testimonios y el denuncio en este mismo lugar, ya envié por el moviliario para que se pongan cómodos. Como ya saben el Señor Gómez es el capataz general de estas tierras, ahora, la señorita aquí presente es la nueva capataz, ayudante de quien ustedes ya conocen. Es la directamente afectada por los hechos.

¡Sorpresa que no debería impactar!, entre tanto la ley se hacía presente, el ama de llaves se puso al tanto de los acontecimientos para colocar sus normas aún sobre quienes se suponen velan por el cumplimiento de las ya establecidas.

En primer lugar escucharon el testimonio del recolector.

- Mi nombre es Jaime Camargo, me contrataron ayer para una recolecta de maíz. Yo fui agredido por la señorita aquí presente quien me dió de puñetazos  después de que simplemente intenté darle un abrazo. Cuando llegó el otro también me pegó y me rompió la boca porque ella insinúa que yo intenté violarla, pero no dice que me andaba haciendo ojitos desde que llegué ayer- una sonrisita afloró en su boca- Además, aquí me tiene amenazado con esa pistola desde hace buen rato.

Mario fue a ponerse de pie pero la mirada de Germinia lo detuvo, lo conocía como si fuera un pequeño hermano de Julian, podía interpretar cuando estaba apunto de golpear o hasta dispararle a alguien. Era mejor prevenir.  

Luego el oficial le pidió a Adela que contara su versión de los hechos, era evidente la agresión: tenía sangre en las rodillas que manchaban su jean, las palmas de las manos evidenciaban magulladuras y la “preciosa carita” que tanto le gustaba al capataz ya empezaba a mostrar a los moretones en su nívea piel al lado de la boca.

- Decidí ingresar al maizal con una de las cestas porque no me gusta quedarme parada de supervisora pudiendo colaborar, ya que el  cargamento debe salir esta misma tarde para Arroyo grande. Tomé una sección donde no había ningún obrero. Al rato sentí que me abrazaban desde la espalda recostándome el aliento agitado al cuello y deslizando una de las manos hacia mis senos- Germinia y Mario se miraron-. Intenté soltarme pero me agarraron con más fuerza, casi como si intentara ahogarme - los ojos se le enrojecieron- bajó su mano rapidito hacia mi vagina por sobre el pantalón y me dio algo, entre el forcejeo no alcancé a entenderlo. Me empujó al piso y al voltearme vi que se tiraba sobre mí, me defendí empujándolo con las piernas, grité por ayuda y salió corriendo, pero no me iba a dejar, lo corretee y cuando lo alcancé cerca del pozo intenté tirarlo, fue cuando me pateó en la pierna, logré derribarlo, y me le monté encima para pegarle, mientras se defendía- “no voy a llorar”-. No me di cuenta en qué momento llegaron los otros peones. Lo demás fue cuando llegó el capataz.- Las manos de Adela temblaban.

- Señorita, él afirma que usted le coqueteó, ¿Qué me puede decir al respecto?- preguntó el policía mientras anotaba en el formulario que estaba diligenciando.

- No lo hice, todos mis hombres pueden serle de testigo. Es más, aunque le hubiera brindado alguna sonrisa eso no le da derecho a tratarme como a un objeto de lujuria. Por otro lado, no estoy en condiciones de insinuarmele a nadie porque…- Germinia la interrumpió temiendo que confesara lo relacionado con su matrimonio forzado con Julian, no podía darle oportunidad de que también denunciara ese asunto.

- Creo, señor agente, que el aspecto de la chica habla por sí solo, y el cinismo del hombre lo delata. Si recibió alguna agresión fue en defensa propia o en defensa de la integridad de la víctima, en el caso del pequeño golpe que le propinó nuestro capataz.

La severa intervención de la mujer dejó sorprendido a más de uno, en especial a los otros dos encargados de Los Laureles. Preguntas, testimonios, firmas y, finalmente, la patrulla se llevó al acusado. Germinia se retiró a la casona, Adela se le adelantó a Mario y dió las órdenes respectivas para culminar con la labor retirándose sobre su caballo hacia la casona. El capataz quedó solo, en silencio, viéndola marchar sin poder consolarla, sabiendo que después de haber golpeado al recolector tenía que regresar a su pose de mando y a la prudencia.

Ella entró a su cuarto, se bañó, tiró la ropa al cesto, se colocó una de sus dos mudas no laborales para poder dejar libre las rodillas magulladas y no lastimarse más. Se abrazó las piernas sintiéndose aún dolida por las manos de aquel bastardo sobre sus partes íntimas.




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