Capitulo I

Dicen que el sufrimiento es inevitable, que lo humanos estamos condenados a llevar una vida de miseria, donde somos el reflejo en el espejo de nuestras acciones, donde cuando cometemos un error, para remediarlo tienes que hacer lo imposible, donde amar ya no es el sentimiento más profundo del alma , sino es un simple capricho. La sociedad se ha encargado de que nos convirtamos en caras de cera, donde tu apariencia lo es todo. Suelen decir que llevamos la autodestrucción en la sangre y quizás sea cierto, somos adictos a lo que no destruye y eso me toco vivirlo en carne y hueso.

Les contare una historia y no es de esas historia donde un príncipe va a salvar a la princesa y viven felices para siempre, ni de esas de terror y ni mucho menos de esas típicas historias cliché de amor, es algo más profundo es realidad, donde esta se encargara de servirte su mejor plato en bandeja de plata.

Recuerdo las exactas palabras que me dijo mi abuela en una ocasión “Mientras más ames algo y lo proteja más rápido se te iras de las manos” y eso me toco vivir.

Tenía 14 años cuando la tragedia sucedió, la tragedia que marco mi vida para siempre. Era una noche fría, de esas noches que te erizan la piel y te hacen sentir que estas solo, de esas noches en las que deseas tomarte una taza de té y pensar en las cosas de la vida. Esa noche recibí una sorpresa de esas que te quitan el alma y te dejan sin aliento. Mi teléfono sonó alrededor de las 5:57 pm y lo recuerdo, porque esa hora marcaria mi vida para siempre. Cogí el teléfono del bolsillo y me lo puse al oído,

Hola, ¿Quién es? – pregunto, pasan unos segundo antes de que me responda.

Soy Sarah – me contesta

¿Paso algo? – le pregunto, un tanto nerviosa

Lamento mucho lo que voy a decirte – y empieza a llorar, puedo escuchar su llanto atreves del teléfono y eso no es buena señal…

Tu hermano está muerto – me dice.