—Mamá, ¿A que hora sale el estúpido vuelo? —preguntó saliendo de la cocina con un vaso de leche en la mano izquierda y su celular en la derecha.
—A las cuatro de la tarde, que suerte tuvimos en que saliera temprano. —contestó cerrando la puerta detrás de ella con una mano y en la otra mano sostenía dos bolsas y su cartera.
—Por mí hubiera una tormenta de dos meses y destruyera toda la línea aérea. —murmuró mientras le daba un sorbo a su leche. Parada en la entrada de la cocina y observando a su madre.
—Mira hija, te recordaré algo.
—Se acercó a ella mientras terminaba de poner las bolsas en el suelo—. Sabes que naciste allá, a los diez años te trajimos a aquí porque comenzaba a trabajar. Tu padre estuvo con nosotros en las malas y las peores. Además de que tienes la mayoría de tu familia allá, tienes muchos amigos... Amigos de la infancia. —le recordó mientras le pasaba su mano con delicadeza por su pelo rubio ondulado en las puntas.
—No, no, un padre no sólo es el que tiene hijos, un padre apoya a su familia y si ellos se hunden, pues se hunden todos. Así que lo que él hizo fue lo normal, no por ser un buen hombre ni nada de eso. También te recordaré un pequeño detalle. —caminó hacía el sofá, puso su celular en una mesa pequeña y se sentó—. Mis amigos de la infancia, algunos me hacían bullying y otros hablaban mal de mí a mis espaldas. Bueno, si esos son mis amigos no quisiera conocer a mis enemigos. —le dio otro pequeño sorbo a su leche caliente.
Su madre ya estaba cansada de que siempre tuviera argumentos cuando ella hablaba de su padre, así que esta vez sólo lo dejó pasar.
—Es verdad hija, no te puedo decir que los consideres como amigos, porque fuiste tú quien duró esos cinco años siendo víctima del bullying sin que nosotros supiéramos. Pero si te puedo decir que a todos los niños le han hecho bullying, no puedes odiar a todo el mundo sólo por eso. A mí me han hecho bullying por ser tan flaca a tu padre le han hecho bullying por sus cejas tan grandes, a todos los niños algún día les han hecho bullying.
Samantha cruzó sus piernas sin inmutarse por aquello, ya había sido una etapa que estaba superada de su parte, pero si algo nunca pasaría fuese que ella tuviera una amistad con aquellos adolescentes del demonio.
—Al menos ustedes tenían amigos, aunque sea uno solo, pero tenían. —también le recordó sin ninguna expresión facial.
—Tú sabes mejor que yo que Dylan fue un verdadero amigo, y nunca se burló ni habló mal de ti. Pero por el simple hecho de que él es hijo de la esposa de tu padre, cortaste esos lazos de amistad que los hacían uno solo. —dijo muy seria y se sentó en el sofá que quedaba en frente de su hija.
Se limpió una lágrima que bajaba por su mejilla hasta sus labios con sus dedos y con la mirada aún en el suelo para que su madre no lo notara. Subió su rostro con su cara fría, sólo mostrando un enorme odio y mala vibra. Movió su vaso con un poco de leche tibia varias veces (como si fuera vino del más fino) y sin mirar a su madre contestó.
—No madre, eso es suficiente para yo dejarle de hablar. Él sabía lo que sucedía entre Aarón y su mamá, y nunca me dijo nada yo siendo su mejor amiga. Además a él lo conocí aquí no allá. —rodó los ojos mientras se acababa su leche.
Su madre se relajó, sabía que dijera lo que dijera su hija no desistiría de sus pensamientos.
—Bueno hija, sólo te digo que todos merecemos una segunda oportunidad, nadie es perfecto. Sabes, fue él quien te consiguió el colegio, y por lo que hablamos estaba muy contento porque te fueras a vivir con ellos.
Dejó su vaso completamente vacío en la pequeña mesa que había en el medio de ambas, quería hablar sobre Dylan pero algo se lo impedía así que no dijo nada y sólo asintió tratando de verse sin interés por saber más. Desviando la vista de su madre observó en el suelo unas bolsas y le dio mucha curiosidad.
—¿Y esas bolsas? ¿Qué traes en esas bolsas? —preguntó observandolas con los¿brazos cruzados.
—Las compras del supermercado, nada importante. —respondió de inmediato.
La chica la volvió a mirar sonriendo.
—Mamá, tú nunca haces las compras. —entrecerró los ojos confusa—. Para eso le pagas a las empleadas.
—Es que hoy me Levante con ganas de ir al supermercado.
Estaba muy dudosa ¿como que su madre iba al supermercado? Sí antes cuando vivían en Eloiz ella iba pero luego cuando se volvió una mujer de trabajo ni siquiera pensaba en lo que le hacía falta en la casa, últimamente ella no entendía nada. Era como si su vida hubiera dado un giro enorme de la noche a la mañana y no entendiera ni quien era ella misma.
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Las dos se pasaron las pocas horas que le quedaban juntas como un día de madre e hija con salidas y todo. Su madre estaba muy orgullosa de ella porque sabía que en esa chica odiosa y dura, todavía vivía esa niña amorosa y cariñosa que crió, ella tenía por seguro que a Samantha sólo le faltaba amor para ser la misma de antes. Pero, también sabía que una chica de diecisiete años no cambiaría de la noche a la mañana tan fácil.