5
Después de varios análisis, tomografía, resonancia magnética y otras pruebas, llegó el resultado: Adenoma hipofisario, Enfermedad de Cushing. Traducción: tumor benigno de 2 mm en la hipófisis, muy chiquito pero con una producción de ACTH por lo menos 100 veces arriba de lo normal, o sea extremadamente agresivo y que provocaba en Karlo un descontrol hormonal severo.
Los doctores aseguraron que a pesar de todo el pronóstico era bueno. Karlo sería operado, el tumor retirado y la recuperación rápida y adecuada. De cualquier manera él debía continuar internado hasta que lograran controlar su presión arterial.
El día que cumplimos un año de casados, pedí permiso a los doctores para que Karlo comiera un combo doble de McDonald’s, les expliqué de nuestro aniversario y aceptaron. Por supuesto devoramos la riquísima hamburguesa con tocino, las papas bañadas en cátsup y brindamos con las cocas.
Por esos días me mudé a un cuarto dentro de un departamento en la unidad habitacional de Pemex, para quitar la carga a mis amigos, estar cerca del hospital y pasar más tiempo con Karlo.
Es común que en esa unidad habitacional la gente rente sus cuartos.
Llegué al departamento de una mujer mayor que hablaba raro, como si le faltara un pedazo de lengua; la señora me recibió con una amabilidad poco habitual y un tanto exagerada.
La primera noche en su casa sentí miedo pues cuando me estaba quedando dormida entró al cuarto sin tocar llevando en sus manos un té para que me relajara; con su vocecita de niña dijo: “tó-ma-te es-to A-dria-ni-ta". Le di las gracias y apenas se fue sentí más miedo. Esperé un rato y tiré el líquido por la ventana. El cansancio me venció y al otro día cuando desperté ya no estaba la taza, o sea que ella entró y ni siquiera la escuché.
A mediodía llegó al cuarto de Karlo en el hospital llevándome una ensalada de pollo y diciéndome que eran $35. Miedo e intriga. ¿Cómo supo en qué cuarto encontrarme?
A pesar de mis inquietudes seguí en su casa.
Aquí haré una pausa para hablar sobre los ángeles.
Cuando se es joven resulta difícil creer en lo que no se ve y se suele estar distraído con el mundo material. Con los años aprendí que todos tenemos un ángel guardián que nos ayuda y protege de peligros. Por supuesto no se nos presenta tal cual sino utiliza personas para lograrlo.
Una noche subí a la terraza del hospital cerca de las 11 pm. Mi estado de ánimo había caído y no pude evitar llorar en silencio. Estaba completamente sola y las lágrimas rodaban mientras observaba las luces de la enorme ciudad. Era joven y pocas veces me derrumbaba de esa manera. Se acercó una mujer que reconocí como enfermera del 4º piso y me abrazó. No me dijo que la situación mejoraría pero aseguró que aunque parecía difícil había cosas buenas; me enumeró una pequeña lista de las que por lo menos ella veía pues no me conocía tanto. Sin darme cuenta, cambió el tema y platicamos de otras cuestiones más agradables; fue como una inyección de vitaminas. Hoy no recuerdo su nombre, era llenita, de ojos claros y tendría unos 38 años. Con seguridad si alguna vez en la vida nos encontráramos no nos reconoceríamos pues ya pasaron demasiados años. Ella fue enviada por mi ángel guardián y actuó como uno, me dio apoyo cuando lo necesitaba y estoy segura que ni siquiera supo que hizo ese papel. Desde entonces estoy alerta y hoy los reconozco pues se han presentado demasiados.
Siguieron transcurriendo los días. A principios de diciembre de 1998, los doctores dijeron a Karlo que podía irse por un mes y programaron la intervención para principios de enero de 1999. Le indicaron reposo, su dotación de medicamentos y tranquilidad. En ese momento nos hicieron algunas advertencias sobre la operación; la primera, perdería el olfato para siempre; la segunda, no podría tener hijos, así que si deseábamos tener uno lo buscáramos en ese mes.
Nos fuimos al querido Monterrey a pasar las fiestas decembrinas.
Karlo, que siempre disfrutaba conviviendo con sus amigos y amigas, la raza de Rayón, dijo que no deseaba que lo vieran pues estaba más hinchado después de tanto tiempo confinado con suero en la vena. Pasaba los días acostado, a veces con fuertes dolores de cabeza y otros sintiéndose de lo mejor.
Le pregunté su opinión sobre lo que habían dicho los médicos con respecto a que no tendría hijos después de la operación. Él contestó que no era algo que le preocupara y que buscarlo sería ilógico pues los hijos no se deben concebir por miedo a lo que vaya a suceder después.
Hacía un tiempo que yo no usaba anticonceptivos pues realmente no se requerían dada su delicada condición; a pesar de ello y con el riesgo de afectar su salud, en ese mes hubo un encuentro sexual.
Llegó el momento de regresar a la Cdmx para la cita y Lety, la mamá de Karlo decidió acompañarnos.
La tarde previa a la operación, una doctora intentó colocar a Karlo un catéter en un costado del pecho (el catéter es un pequeño tubo que se conecta a una arteria grande y por la cual se introducen medicamentos). Era tan gruesa la capa de grasa que él tenía en esa zona que ante varios intentos que sólo consiguieron lastimarlo, la doctora indicó que sería anestesiado con mascarilla antes de la operación y sólo entonces colocarían el catéter, así no habría dolor.