12
En la ambulancia Karlo abrió los ojos, le pregunté si me reconocía y dijo: ¿Eres Macú? Macú es su prima. Me sentí desconsolada pero a la vez aliviada de que estuviera vivo. Lo hospitalizaron y me indicaron que esperara en urgencias. Sentí un dolor intenso en el vientre y me incliné; un enfermero me sugirió que pasara a revisión pero afirmé que me sentía bien. Fui al baño y descubrí que tenía sangrado intenso, quizá sería un desequilibrio hormonal por el susto, no supe pero me quedé sentada esperando que el dolor cediera.
Más tarde el médico me explicó que lo que había visto en Karlo era una actividad eléctrica anormal en el cerebro llamada convulsión o ataque epiléptico y que con seguridad era una secuela de la última operación. Advirtió que no se le quitaría pero le darían anticonvulsivos para evitar que volviera a suceder. Me pidió que estuviera alerta ya que antes de la crisis la persona se apaga sin previo aviso; los golpes al caer podían ser peligrosos así que debía tratar de acostarlo, ponerlo de lado y meterle un trapo en la boca para que no se mordiera o ahogara con su propia lengua. Confesé al doctor que no me imaginaba volviendo a vivir algo tan horrible. Pidió que no me preocupara ya que solo eran recomendaciones pues el medicamento haría su trabajo; indicó además una alimentación sana, evitar los desvelos, el estrés, el café, refresco de cola, alcohol y cigarro pues son conocidos excitadores cerebrales.
Por primera vez estaba paralizada de miedo y angustia. Me quedé acompañando a Karlo toda la noche y le platiqué lo ocurrido. Él aseguró no recordar o haber sentido absolutamente nada. Como siempre habló de otros temas pero yo me sentía sin energía, como desinflada.
Al día siguiente, cuando salió del hospital, le dije que no podíamos seguir viviendo solos pues había quedado traumada.
Nos fuimos un tiempo a la casa de mi mamá pero ya no vivía tranquila, lo observaba todo el tiempo y ante cualquier titubeo que presentaba sentía que iba a convulsionar. Él se incomodaba ante lo que consideraba casi un acoso de mi parte pues incluso cuando entraba al baño y cerraba la puerta, le tocaba hasta que abría. Cuando estaba dormido lo movía para asegurarme que estaba vivo. Lo atosigaba casi las 24 horas del día pues quería anticiparme a lo que pudiera pasar.
Empecé a desvelarme y a tener un descontrol en las comidas; dejaba de comer por días o comía a cada rato, no por hambre sino por ansiedad. Subí de peso y bajo mis ojos se marcaron ojeras oscuras.
Me volví aprensiva con Ale, la cargaba todo el tiempo como si quisiera protegerla de algo; ella aun no caminaba y no había tenido tiempo de llevarla a la estimulación.
Karlo habló con firmeza conmigo, dijo que lo que hacía estaba mal pues nadie podía tener control sobre el presente o futuro. Pidió que dejara todo en manos de Dios ya que sucedería lo que tenía que pasar y debía relajarme. Argumenté que para él era fácil decirlo porque no se había visto como yo lo vi.
Le entregué una lista de prohibiciones tales como salir solo, manejar, cerrar puertas y ejercitarse. Él solo movía la cabeza con impaciencia.
Alguien nos recomendó consultar a un médico naturista que llegaba periódicamente a la isla. Después de conocer el historial de Karlo, le recetó una dieta a base de jugos y licuados para desintoxicar que debía tomar cada 2 horas. Dijo que sería bueno que yo también hiciera el régimen para motivarlo. Al notar mi nerviosismo preguntó a qué le tenía tanto miedo; respondí que mi mayor temor era que Karlo muriera. Él contestó que todo ser vivo muere, unos antes, otros después, pero es el ciclo natural de la vida. No contesté pero pensé que era fácil decir eso cuando no se estaba en la situación.
Durante un mes, Karlo y yo nos alimentamos a base de licuados, unos sabían bien pero otros eran horribles. Recuerdo uno que contenía: ajo, cebolla morada, limón, salvado de trigo y betabel. Eran 8 licuados y había qué beberlos recién hechos, 1 cada 2 horas así que me la pasaba en la cocina todo el día.
En la siguiente cita en la Cdmx, después de los estudios y la resonancia, nos dieron la agradable noticia de que el tumor estaba del mismo tamaño que la última vez, o sea, no había crecido. Al parecer el Acelerador Lineal había funcionado y seguiría actuando hasta petrificar el tumor y dejar fuera de combate a las células que lo componían. Sentimos alivio y una felicidad enorme.
Como Karlo se sentía bien retomamos los paseos por la Cdmx en compañía de mi mamá, la bebé y nuestro amigo Gerardo.
Regresamos a nuestra casa en Ciudad del Carmen y aunque yo seguía intranquila, la felicidad era mayor. Continuamos la alimentación naturista un poco más relajada y retomamos las caminatas vespertinas.
Sin embargo enfrentamos un problema, teníamos una deuda grande y debíamos pagar el dinero. A Karlo le habían suspendido el salario pues había superado el límite de los 250 días de incapacidad que la empresa contemplaba. La única manera de que le volvieran a pagar sería regresando a trabajar pero necesitaba que lo médicos le dieran el alta. Yo había tenido que dejar mi empleo y con la venta de un vehículo y nuestros ahorros habíamos cubierto los costos del hospital Ángeles así como otros gastos.