Unos días más tarde, me encontraba leyendo recostada en mi cama mientras esperaba que Vynz viniera a anunciar que era hora de la cena cuando escuché que alguien llamaba a la puerta. Segura de que se trataba del duende, me limité a gritar que pasara.
Esteldor entró con paso firme y caminó hacia donde yo estaba para tomar asiento al pie de la cama.
—¿Estás lista para la cena? —me preguntó mientras miraba mi vestido color verde.
—Sí —respondí al tiempo que me incorporaba—. ¿Hay algún problema?
Esteldor parecía ansioso por algo y supe el motivo casi de inmediato.
—No, ninguno… de hecho, tengo algo que pedirte: Me gustaría que cenaras con Morgana esta noche —me dijo con una sonrisa fingida—. Me he enterado de que no han convivido mucho desde tu llegada y me parece que es buena idea que lleguen a conocerse.
—¿Cenar solas ella y yo? —pregunté renuente.
—Sí, siento que si yo estuviera presente, solo les estorbaría. Yo cenaré en mi habitación y ustedes utilizarán el Comedor de los Monarcas.
—Hmmm —musité dudosa—. No sé cuánto le agrade a ella esa idea…
—Yo sé que Morgana es complicada, pero ahora son familia, deberías darte la oportunidad de tratarla. Es solo una cena, tal vez se lleguen a dar cuenta de que tienen cosas en común —Esteldor bien podía ordenarme que bajara sonriente y sumisa, finalmente yo era su prisionera disfrazada de esposa, pero en lugar de eso su tono de voz más sonaba a una tímida petición—. Si te quedas sin tema, bien puedes criticarme, eso le encanta a mi hermana —me dijo en tono de broma.
No pude evitar la sonrisa que se dibujó en la comisura de mis labios.
—Bien, de acuerdo —contesté sin estar convencida.
Bajé al Comedor de los Monarcas, dentro Morgana ya me estaba esperando. Comprobé con decepción que Dafne no se encontraba aquí, ella no nos acompañaría a cenar y eso me apenaba, aunque supuse que era lo mejor. Dafne claramente era una fuente de roce entre Morgana y yo, era más conveniente no tenerla presente durante nuestro primer intento de intimar.
Ambas hicimos una parca reverencia sin mirarnos antes de tomar asiento. Los duendes sirvieron la comida y el vino, los minutos pasaban, pero nadie decía una palabra. El silencio era tan palpable que parecía ser otro comensal en la mesa. Jamas fui una persona a la que socializar se le diera fácil, siempre tuve problemas para hacer amigas, Astrid era mi amiga más antigua y esa amistad había florecido solo porque ella era un torbellino extrovertido que necesitaba muy poca de mi participación. Ahora la situación era todavía mucho más extenuante pues al otro lado de la mesa se sentaba alguien que parecía detestarme irremediablemente.
—Ese es un collar muy bello —hice notar, hastiada del silencio, hacia el rubí que colgaba del cuello de Morgana.
—Gracias —contestó ella secamente, llevándose la mano a la joya.
Silencio de nuevo. El único sonido era el de nuestros cubiertos al comer. Incluso los duendes parecían incómodos. Mientras degustaba mi cena, me pregunté si Morgana también tendría poderes como su hermano. ¿Sería ella capaz de asesinar a alguien con tan solo la mirada? La idea me causó un escalofrío, pues por su actitud, sin duda yo estaría en su lista de gente para eliminar.
De pronto, Morgana se puso de pie con la cena a medio terminar y caminó hacia la salida. Tanto yo como los duendes la vimos con incredulidad. Su rudeza era inaudita, se iba a ir sin siquiera decir algo. Bajo el umbral de la puerta de salida, Morgana se paró en seco y me miró sobre su hombro, sus enormes ojos eran fríos como el hielo.
—Posiblemente recibamos una invitación de Violeta Muller para asistir a su juego de naipes en los próximos días. Te sugiero que aprendas a jugar, no vaya a ser que te avergüences en tu primera salida con las damas de Encenard —me dijo con un tono que dejaba claro lo mucho que le desagradaba y luego salió del comedor.
Tal como lo dijo Morgana, unos días más tarde recibí una invitación de Violeta para acudir a su famoso juego de naipes. Esteldor me alentó a asistir y yo accedí puesto que era una buena oportunidad para salir del castillo por primera vez desde el día del desfile. Por suerte, había coincidido con un día de descanso en el que no recibiría audiencias y aproveché la mañana para jugar con Kyra hasta sentirme segura de haber comprendido las reglas.
A la hora señalada, Morgana y yo nos dirigimos a casa de Violeta en un carruaje custodiado por cinco duendes escoltas, los cuales eran un poco más altos a los duendes promedio, pero aún así apenas me llegaban a los hombros. No dijimos ni media palabra en el camino, pero eso no me hizo sentir incómoda pues iba demasiado entretenida viendo la ciudad.
La casa de Rodric y Violeta Muller estaba al Este de la ciudad casi colindando con el bosque. Era una construcción de piedra de gran tamaño rodeada de vastos jardines. Rodric, Violeta y su hijo de 15 años, Andre, esperaban por mí afuera.
—Su Majestad, Su Alteza, es un honor recibirlas en nuestro hogar —saludó Rodric mientras hacía una reverencia.
—Gracias, aprecio mucho su invitación —contesté con una inclinación de cabeza.
Morgana hizo lo mismo, aunque sin quitar su cara de pocos amigos.
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Editado: 01.08.2022