La mañana siguiente desperté y junto a mí había una rosa roja en el lugar de Esteldor. Inhalé profundo su exquisito aroma. Kyra entró con un pequeño sobre en las manos.
—Mi señora, esto llegó ayer en la tarde, pero usted ya se había ido y no tuve oportunidad de entregárselo.
Era una nota de Fiorella, su hija había enfermado y no podía separarse de ella. Tendríamos que esperar un tiempo para vernos de nuevo. Era una lástima pues tenía intención de preguntarle si sabía algo de los Pors. Me quedé en cama unos instantes, preguntándome si sería buena idea invitar a Ginebra a visitarme y preguntarle a ella, su actitud en la cena me había dejado claro que me veía con buenos ojos, pero posiblemente para ella pesaba más lo que su esposo dispusiera y no era seguro que quisiera sincerarse conmigo. Giré mi rostro y enfoqué mi atención en Kyra, mientras ella recogía mi vestido y la camisa de Esteldor del suelo, tuve una idea.
—Kyra —dije, distrayendo a mi duende de sus deberes.
Tal vez ella podría saber algo sobre los Pors y así no tendría que esperar a Fiorella ni a Ginebra.
—¿Sí, mi señora?
—¿Tú sabes quiénes son los Pors? ¿Has escuchado de ellos? —pregunté mientras me estiraba perezosamente en la cama.
Kyra reaccionó muy mal a mis preguntas.
—¿Por qué? ¿Qué ha escuchado? ¡Ellos no, por favor! ¡Cualquier desgracia menos esa! Encenard no se merece esto.
Kyra me miraba con angustia. Me incorporé para intentar calmarla.
—Tranquila, por favor. Solo fue una pregunta. Yo escuché que habían encontrado a unos Pors muertos en el bosque…
—¡Sí! Exacto. Porque ellos no pueden entrar, no pueden, no pueden. Nunca podrán. Aquí jamás.
Kyra parecía una loca repitiendo las mismas palabras para reconfortarse.
—Pero ¿quiénes son?
Su reacción solo me hacía sentir más curiosidad.
—¡No! Olvide eso, olvide ese nombre y jamás, ¡jamás! vuelva a pensar en ellos. Nunca. Usted jamás debe pensar en eso otra vez. No.
Kyra salió de la habitación a zancadas. Nunca la había visto alterada y ahora más que nunca deseaba saber todo sobre los Pors.
Durante los siguientes días, dediqué mis ratos libres a registrar cada rincón en la biblioteca de Esteldor, pero ni uno solo de los libros mencionaba nada de los Pors. Me sentía impaciente y mis caminatas por el jardín con Miel y Dafne no eran suficientes para distraerme. Quería salir a la ciudad, pero no sabía si eso me era permitido.
Estaba repasando en mi mente la mejor forma de solicitarle a Esteldor permiso para salir de paseo cuando un duende interrumpió mis pensamientos.
—Su Majestad, el rey solicita su presencia en el Salón del Trono.
Jamás había sido requerida al Salón del Trono, me encaminé a prisa sin tener idea de qué podría querer Esteldor de mí. Llegué al salón y los duendes anunciaron mi presencia. Abrieron las imponentes puertas de par en par para permitirme el acceso, adentro se encontraba Esteldor con tres caballeros alrededor de una mesa de roble obscuro estudiando un mapa. Los cuatro hombres hicieron una reverencia al verme. Teodoro pareció irritado por mi llegada, así que preferí evitar mirarlo directamente y ahorrarme la incomodidad de su desaprobación. Esteldor se acercó a mí con su caminar elegante y besó mi mano.
—Querida Annabelle, temo haber olvidado un pequeño detalle y no ha sido hasta ahora que Otelo me hizo el favor de recordarme que caí en cuenta de mi error.
—¿Qué detalle? — pregunté sin prestarle mucha atención al rey. Estaba admirando la decoración de la espaciosa estancia. Suspendidos en los muros habían cuernos de animales y espadas, la madera de los muebles era obscura y lisa. Había un gran ventanal de marco plateado justo detrás del trono, que era de un color gris tan obscuro que a primera vista parecía casi negro. El trono tenía tallado de manera minuciosa el escudo de Encenard en color plata en el respaldo, haciendo así juego con el ventanal. Los muros estaban tapizados de color vino, el piso era de mármol gris claro, la decoración era tan varonil e imponente como mi esposo.
—Las damas más respetables de Encenard tienen la tradición de hacer fiestas de té…
—Ah, ¿no solo juegan a los naipes? —pregunté burlona.
Al instante me sentí apenada del comentario. Por suerte ni Rodric ni Lucas, esposo de Bianca, estaban ahí. Los tres caballeros presentes soltaron una disimulada risa. Incluso Esteldor sonrió.
—No, esto es diferente, esto incluye a todas las damas de la alta sociedad. La fiesta de té se organiza cada mes. Por ser la nueva reina, era esperado que tú organizaras la siguiente fiesta. Desgraciadamente, tú no tenías idea y todas han estado esperando tu invitación por semanas.
—Ah, ¿y ahora debo organizarla? —pregunté irritada.
¿Cómo iba a organizar un evento así?
—Exacto. Lo más rápido posible, antes de que concluya la semana si no te es inconveniente —respondió el rey—. Morgana debió haber tenido el tino de recordarnos antes, pero…
El rey hizo una mueca, como si la mala actitud de Morgana fuera tan de dominio público que las palabras sobraran.
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Editado: 01.08.2022