Esteldor no se encontraba en el castillo a mi regreso, Vynz me informó que me alistara pues esa noche cenaríamos con las familias de dos de sus caballeros, Nicolás y Otelo. Esperé a que llegara la hora en mi habitación mientras admiraba mi nueva muñeca e intentaba olvidar a las monstruosas arañas errantes. Mi pequeña replica en muñeca parecía hecha basada en una fotografía, aunque eso no existía en Encenard. La única diferencia entre aquella muñeca y yo era su expresión de felicidad, sus labios sonreían y sus ojos eran alegres, reflejaba la felicidad que cualquier novia debería sentir el día de su boda y que yo jamás experimenté.
Poco antes de la cena, Esteldor regresó al castillo. El rey entró a mi habitación sin siquiera tocar y se sentó a mi lado en el sofá.
—Annabelle, ¿por qué no me dijiste la verdad? —se refería al incidente con Morgana, era obvio, pero más que enojo mostraba preocupación—. Lo que sucedió ayer fue terrible, no debiste ocultarlo.
Había pasado todo el día borrando de mi mente de ese episodio, pero ahora debía revivirlo y decirle la verdad.
—Preferí que creyeras que había sido un accidente.
Esperé con todo mi corazón que no se molestara por haberle mentido, conocía tan poco a mi esposo que no sabía cómo podía reaccionar. Esteldor me miró fijamente unos segundos, parecía sorprendido. Después, tomó mi mano y le dio un cariñoso apretón.
—No me ocultes nada, ¿quién sino yo puede ayudarte? Pero no puedo hacerlo si no sé qué sucede. Debes confiar en mí, Annabelle.
—Lo siento, no supe qué hacer. Morgana es tu familia…
—Pero tú también lo eres. Además, ya te he explicado mil veces que quien tiene el poder aquí eres tú. Tú eres la reina, la gente debe sentirse intimidada por ti, no al contrario.
—Lo haces sonar tan fácil —dije con una mueca.
—No lo es, pero aprenderás —Esteldor tomó mi rostro con su mano derecha, su contacto contra mi piel se sentía cálido y familiar. Una sensación de bienestar me embargó de forma inexplicable, en mi interior sentía que pasara lo que pasara todo iba a ir bien—. También me enteré que Morgana tuvo que ver con lo que sucedió durante el juego de naipes —dijo con el ceño fruncido, aunque su molestia nada tenía que ver conmigo—. Morgana insiste en hacerte la vida imposible, es inmadura y vengativa, y creo que aún no estás lista para afrontarla. He decidido mandarla al campo un tiempo, ver si en el exilio aprende su lección…
Lo miré anonadada, ¿en verdad iba a mandar a su hermana lejos solo por mí?
—Esteldor, pero eso solo la hará odiarme más —exclamé contrariada, no había manera de que Morgana fuera a aceptarme después de esto.
—Ese es asunto de ella, Morgana lleva años causando problemas y yo había postergado hacer algo al respecto, pero ahora siento que es más necesario que nunca. Ademas, estará bien, vivirá en un palacio en el campo con sirvientes que atenderán todas sus necesidades. No te preocupes por Morgana, lo importante ahora es que tú estés bien—. Esteldor llevó mi mano a sus labios y besó suavemente el dorso—. Me gustaría tener tu confianza. Aunque las circunstancias de nuestro comienzo no fueron las óptimas, he tratado de mejorar y ganarme tu cariño. Solo que no tengo éxito…
Impulsivamente, azuzada por lo que Esteldor había hecho con Morgana, giré mi cabeza hacia donde él estaba y lo besé. Él me devolvió el beso y esta vez, comenzamos de forma lenta, con ternura, pero rápidamente nuestro beso fue creciendo en intensidad, aferré mis dedos a sus sólidos brazos mientras él rodeaba mi cintura y me atraía más hacia su cuerpo. Antes de darme cuenta, me encontraba recostada sobre el sofá con el enorme cuerpo de Esteldor sobre el mío. Por un momento, fui ligeramente consciente de que mi cuerpo ya había sucumbido ante el encanto de Esteldor. Perdí toda fuerza de voluntad entre sus brazos, olvidé todas las objeciones que tenía… pero de pronto, mi esposo fue quien se detuvo, entre jadeos me miró fijamente.
—Annabelle, hace mucho que necesito decirte algo… —noté cierta duda en su voz. Él se mojó los labios, como intentando ganar tiempo, mientras que yo acomodaba mi vestido— …cuando… cuando tú aceptaste casarte conmigo, pasó algo… —volvió a guardar silencio.
Esteldor volteó inquieto de un lado a otro, parecía un niño pequeño confesando una travesura. Permanecí en silencio esperando que tomara valor y me contara eso tan grave que no se atrevía a decir. Esteldor tomó aire con mucho esfuerzo, regresó a su lugar sentado en el sofá e irguió su espalda. Yo hice lo mismo, lo que me quería decir parecía importante.
—¿Qué sucede? Dímelo —pedí con la frente arrugada, ¿qué era tan importante que había decidido detener nuestra sesión de besos? Me di cuenta de que me sentía molesta y algo frustrada, ¿por qué había detenido un momento tan placentero? Contuve la respiración avergonzada ante la idea de que tal vez lo que estábamos haciendo había resultado muy placentero para mí, pero no para él. Esteldor era un hombre experimentado, yo jamás había tenido intimidad con nadie, tal vez él se estaba aburriendo conmigo o me encontró demasiado insulsa. La idea me hizo sonrojarme de mortificación, pero Esteldor ni se dio cuenta pues estaba demasiado absorto buscando las palabras que quería decirme.
—¿Hice algo malo? —pregunté con timidez, la pregunta salió de mi boca aún antes de que fuera consciente de que la estaba formulando.
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Editado: 01.08.2022