Días más tarde, recibí en el Salón de la Reina un sobre de la oficina de administración, era una nota de Teodoro en la que indicaba la cantidad de oro otorgada a Freya y un duplicado del indulto de trabajo firmado por Esteldor. Me sorprendió que Esteldor no hubiera puesto resistencia; a pesar de todas las historias que había escuchado sobre el rey, presenciar acciones bondadosas de su parte aún me asombraba.
Ayudar a Freya me hizo sentir bien y caí en cuenta de que era tiempo de involucrarme más con el reino. Al principio no había ocultado mi desagrado por la situación que se me había impuesto; no podía continuar así, me gustara o no, Encenard era mi hogar y debía sacar provecho de mi posición.
Organicé otra visita a la ciudad para poder conocer las necesidades de sus habitantes y aprender cómo podía ayudarlos. Esteldor no se opuso, así que no perdí tiempo para ponerme en acción.
La vida en la ciudad era agitada, me encantaban los ruidos, los olores y la variedad de vida concentrada en unas cuantas cuadras. Caminé por diferentes calles acompañada de Kyra, mi asistenta me era de gran utilidad pues notaba muchos más detalles que yo sobre las carencias en la ciudad. Hablé con toda clase de habitantes, humanos y duendes, todos se sorprendían de ver a la reina pidiendo sus opiniones y se inflaban con importancia. Finalmente, después de varias horas, volvimos a la calle principal donde nos esperaba el carruaje para volver al castillo.
De manera súbita, una niña casi de la misma edad que Dafne se acercó corriendo a mí cargando un ramo de rosas blancas. La niña se detuvo justo al alcanzarme, esbozando una sonrisa de oreja a oreja y me tendió las flores.
—Son para usted, Majestad, la reina más bella y valiente —dijo antes de darse la media vuelta y regresar corriendo con su madre.
Miré a la niña irse con una sonrisa en los labios, aunque en mi interior no podía dejar de sentir que había mentido. ¿La más valiente? Alguien valiente habría enfrentado a Esteldor de una vez por todas, si fuera una reina valiente ya le habría pedido una disculpa por mi imprudencia ese día y le habría dicho todo lo que sé. Yo había pasado todos estos días evitándolo a toda costa, sintiéndome mortificada por nuestro último encuentro. En definitiva yo no era valiente, mas bien era una reina cobarde y eso debía cambiar.
Esperé a Esteldor durante horas sentada junto a la chimenea, hacía mucho había pasado la media noche y mi esposo aún no regresaba. Me era imposible leer o realizar cualquier actividad para distraerme, tenía un propósito en mente y lo iba a llevar a cabo. El encuentro con la niña de las flores me dio el ánimo para enfrentar a mi marido. Mi corazón se detuvo un instante cuando, finalmente, escuché la puerta de la estancia abrirse. Esteldor no se sorprendió al verme.
—¿Aún despierta? —preguntó con indiferencia.
—Hay algo que debo hablar contigo —declaré.
—¿Te molesta que dedique mis noches al juego y al vino, querida? —preguntó en tono burlón.
Luego se desplomó pesadamente sobre el sillón mientras aguardaba mi respuesta. Negué con la cabeza.
—No, supongo que no tengo tanta suerte —masculló Esteldor resignado.
No comprendí su comentario y dudé en si preguntar su significado o no. Finalmente, opté por continuar con el tema que deseaba tratar. Miré mis manos intentando recordar las palabras que había repasado en mi cabeza incontables veces mientras esperaba su regreso.
—¿Qué tiene que hacer un rey para que le sirvan de beber en su propio castillo? —se quejó Esteldor, volteando hacia los lados— ¡Zayn! ¡Vynz!
—Preferiría que estuvieras sobrio para lo que voy a decirte.
Esteldor me miró intrigado y, antes de que pudiéramos proseguir, ambos duendes se precipitaron a la habitación con ojos somnolientos.
—¿Su Majestad?
Esteldor les hizo un ademán para que se retiraran, los duendes giraron sobre sus talones al instante, luego mi esposo puso ambas manos tras su nuca y me miró atento.
—Soy todo oídos, su hermosa Majestad —declaró con un dejo de humor.
Mi animó decayó por un momento. El rey no estaba totalmente sobrio, quizás debía haber escogido hablar con él un día que no saliera a apostar y a beber con sus caballeros. Ya era demasiado tarde, había comenzado y sería ahora o nunca.
—Quiero pedirte una disculpa por las cosas que me escuchaste decir a Helga Dosien. Estaba enojada y hablaba sandeces —dije con la cabeza cabizbaja.
Esteldor despegó su espalda del respaldo y recargó ambos codos sobre sus muslos mientras me miraba con detenimiento.
—No parecían sandeces, se escuchaba que lo decías muy enserio —respondió con frialdad.
—Tal vez sí me sentí así en un momento, pero… eso ya no es verdad. Lamento si mis palabras te lastimaron —me disculpé con verdadero arrepentimiento.
—Se necesitan más que palabras para lastimarme —mintió Esteldor con arrogancia.
—Pero…
—Pero nada, en verdad tus disculpas vienen sobrando pues a mí no me has lastimado. ¿Se te ofrece algo más?
Era más que obvio que estaba fingiendo indiferencia, pero yo no podía obligarlo a confesar que lo había herido. La disculpa estaba dada y no había mucho que pudiera hacer ahora más que dejar que reflexionara.
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Editado: 01.08.2022