Nuestra cena transcurría en completo silencio, Esteldor jugaba con la comida en su plato con actitud apática. Desde la revelación de Draco, el rey se encontraba desanimado, era imposible que pudiera ocultarlo.
—¿Quién piensas que puede ser? ¿Podría ser posible que fuera… uno de tus hombres? —le pregunté a mi esposo.
La idea de que fuera uno de los caballeros me parecía inimaginable por lo que no había tenido valor de formular la pregunta en voz alta. Los caballeros eran los hombres más queridos y confiados del rey, la idea de que uno de ellos hubiera traicionado al reino era la materialización de los peores temores de Esteldor.
—Probablemente —contestó, sin cambiar su expresión—. Tú misma escuchaste a Draco, quien sea que me haya traicionado conoce a la perfección el castillo, no solo los lugares abiertos al público sino también de los reservados exclusivamente para los reyes. ¿Quién más sino mis hombres de confianza tienen el acceso libre aquí a nuestro hogar? Ellos son como de mi familia, los aprecio como hermanos.
Esteldor soltó el tenedor y llevó sus manos a sus sienes. La situación lo tenía atormentado, siempre se había cuidado de nos ser tan ingenuo como su padre, pero todo indicaba que había cometido el exacto mismo error. Alguien de su círculo cercano lo apuñaló por la espalda, justo como Nero hizo con Sandor.
—¿Quién de ellos…?
—No tengo la menor idea, he meditado mucho al respecto, pero mi mente no se hace a la idea de que alguno de ellos pueda ser capaz de traicionarme. Después de todos estos años y lo que hemos vivido… me parece inconcebible, pero a la vez la evidencia ahí está. Alguien está hablando con Poria, alguno de ellos nos quiere destruir.
Yo tampoco podía concebirlo, Esteldor había salvado la vida de todas esas personas. Pensé en las esposas de los caballeros y en el día que me confesaron la verdad sobre Esteldor, todas se veían llenas de agradecimiento y amor hacia el rey. Asumí que sus maridos se sentían del mismo modo, pero todo indicaba que alguno de ellos estaba menos agradecido que el resto.
—Yo tampoco imagino quién de tus hombres pueda ser un traidor, todos parecen serte fieles hasta la muerte…
—Por favor, cambiemos de tema. En estos momentos no tengo cabeza para esto —me pidió el rey.
—Claro, hablemos de lo que tú quieras —respondí al instante—¿Tienes algún tema en mente?
Esteldor volvió a tomar su tenedor y quedó en silencio por unos instantes, luego un brillo travieso atravesó sus ojos como un rayo.
—Draco es bastante apuesto, ¿no? —me preguntó con una sonrisa burlona.
—Si tú lo dices…—respondí evasiva. Por supuesto que era muy apuesto, pero no veía el sentido de admitirlo frente a mi esposo. Draco se había ido y probablemente jamás lo volveríamos a ver en nuestra vida, carecía de importancia qué aspecto tenía.
—Oh, vamos, cariño. No quieras fingir demencia, cada vez que el Dranber se te acercaba te sonrojabas como colegiala —indicó conteniendo una risita de burla.
Mi quijada cayó hasta mi sopa, miré escandalizada a Esteldor, ¿tan evidente había sido lo apuesto que encontré a Draco?
—No… claro que no… yo jamás…
—Annabelle, por favor, relájate. Es de lo más natural que encuentres a otro hombre atractivo, no tienes que negarlo.
—Pero él no significa nada para mí, tú eres al único hombre al que quiero —me justifiqué con voz chillona como si acabara de ser descubierta cometiendo adulterio.
Esteldor soltó una risotada.
—Lo sé perfectamente —el rey se puso de pie y rodeo la mesa para estar a mi lado—. Tú también eres la única mujer que quiero. Eres todo mi mundo.
—¿No estás molesto? —pregunté con cautela.
Draco no significaba nada para mí, ni había sucedido nada inapropiado entre nosotros durante su estancia, pero podía entender a la perfección si mi boba reacción a su apariencia física incomodaba a mi esposo.
—En absoluto, solo te estaba gastando una broma. Draco es muy apuesto y muchas mujeres en el reino quedaron cautivadas por él. No significa nada en nuestra relación, ni tienes por qué avergonzarte —dijo con aire despreocupado antes de darme un beso.
Puse mis manos sobre sus hombros. Mi esposo era el mejor hombre sobre esta tierra, no había otro como él.
—A veces es difícil creer que seas real —dije antes de enterrar mi rostro en su cuello.
Esteldor pasó sus manos por mi espalda para sostenerme contra su cuerpo.
—Gracias por estar aquí, si tuviera que enfrentar esta situación solo, me volvería loco —confesó con pesar en la voz. El momento de jocosidad había pasado, Esteldor volvía a sumirse en sus preocupaciones.
Durante los siguientes días fue difícil esconder el recelo que sentíamos al ver a los caballeros, una barrera de desconfianza se había alzado entre nosotros y los hombres del rey. Teodoro notó el cambio nuestra actitud de inmediato y, aunque cuestionó al rey en repetidas ocasiones sobre nuestro encuentro privado con Draco, jamás obtuvo una respuesta. Todos eran sospechosos, no había nadie exento, ni siquiera el dedicado administrador de Encenard.
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Editado: 01.08.2022