(Narra Esteldor)
Las horas transcurrieron sin mucho sentido. No tenía hambre, ni sed, mi desolación era demasiado grande para sentir cualquier otra cosa. Casi al atardecer, el doctor Walter volvió en compañía de Teodoro. Ambos tenían expresiones sombrías y temí lo peor.
—Hay algo que debemos hablar con usted, Majestad. No me atrevería a molestarlo si no fuera un asunto urgente —dijo Teodoro con gesto severo.
—Habla —ordené impaciente.
Teodoro le hizo una seña al médico para que comenzara a hablar.
—Su Majestad, cuando regresé a mi consultorio esta mañana noté la falta una de las arañas errantes que guardo para mis experimentos. Déjeme decirle que yo soy un hombre en exceso cuidadoso y no había forma posible de que la araña escapara.
—Y sin embargo, sucedió —recriminé amargamente.
—Desgraciadamente, la araña no es lo único que falta, Majestad —declaró Teodoro—. He recibido una carta de la residencia del campo en donde se encontraba su hermana, la princesa Morgana. Al parecer Su Alteza desapareció hace tres días sin dejar rastro.
Resoplé molesto. En estos momentos lo último que me interesaba eran los problemas y rabietas infantiles de mi hermana.
—Pues asigna a alguien para que la busque, Teodoro. No me molestes con eso ahora —dije de mal modo.
—Espere, Majestad, aún hay más. Los sirvientes de la casa revisaron las pertenencias de la princesa en búsqueda de alguna pista sobre su paradero y encontraron… correspondencia preocupante.
La anécdota comenzaba a desesperarme, no me interesaba en lo más mínimo perder el tiempo escuchando las desaventuras de Morgana.
—Teodoro, en serio…
—Cartas provenientes de Poria dirigidas a Morgana, algunas incluso firmadas por Nero.
—¿Qué? —pregunté sin dar crédito a lo que acababa de escuchar. Sentí como si me hubieran arrojado un balde de agua fría, no podía creer lo que Teodoro estaba diciendo.
—Al parecer mantenía desde hace algunos meses contacto con nuestros enemigos y todo indica que ella era una clase de espía al servicio de los monstruos negros. Los sirvientes adjuntaron las cartas como evidencia, ya las he leído y… temo decir que la princesa nos traicionó —explicó Teodoro.
—No puede ser —balbuceé intentando mantener la compostura.
El traidor del que Draco me había prevenido no era uno de mis caballeros sino mi hermana pequeña. Morgana, una Autumnbow, era quien buscaba el detrimento de Encenard. Esto era demasiado absurdo para ser verdad.
—Eso no es todo, existen razones suficientes para creer que lo que le sucedió a la reina fue planeado. Hay un testigo que asegura haber visto a la princesa rondando el consultorio de Walter en la noche. Morgana robó una de las arañas y la trajo hasta la reina, fue un intento de asesinato incitado por nuestros enemigos y llevado a cabo por su hermana—expuso Teodoro con amargura.
Una furia que jamás había conocido invadió todo mi ser. Sentí un odio renovado por Nero y su reino. Visualicé a Morgana y la aborrecí como a ninguna otra persona. Pero principalmente sentí coraje contra mí mismo, yo era quien le había traído esta desgracia a Annabelle, por mi culpa su vida peligraba y mi hijo había muerto. Nero era mi enemigo, no él de Annabelle, y yo era quien tenía la sangre primera que Morgana envidiaba. Todo esto era culpa mía y Annabelle era quien pagaba. Mi esposa tenía razón: yo era un monstruo despreciable.
—Busca a Morgana y tráela ante mí ahora —ordené iracundo.
—No sé si eso será posible, Majestad. Según las cartas, Nero le ofreció asilo en Poria y lo más seguro es que, después del atentado, haya salido del reino. En este mismo momento, Julian, Otelo y mis hijos cabalgan a la frontera en su búsqueda, esperemos la encuentren antes de que salga de los confines del reino —respondió Teodoro sin poder disimular la impotencia que sentía al no poder cumplir una de mis órdenes.
—Majestad, no puedo expresarle lo mucho que lamento lo sucedido. La araña estaba a mi cargo y la robaron de debajo de mis narices. He sido un ciego y merezco su castigo, Majestad. Aunque Morgana logre huir de Encenard, yo estoy aquí y pagaré con mi vida por sus crímenes.
El médico se hincó ante mí con resignación. Por un instante consideré lo que Walter decía, a mi rabia no le importaba que él fuera inocente, solo deseaba hacer sufrir a alguien tanto como yo sufría. Lo observé y sentí mi ira canalizarse hacia el centro de mi cuerpo fortaleciendo mi poder, ansioso por hacer arder al hombre postrado frente mí. Pero no tenía sentido hacer pagar a Walter, él era inocente y su muerte no resolvería nada.
—Salva a mi reina y serás perdonado —dije con una mirada gélida y amenazante.
El médico soltó el aire que había estado conteniendo y titubeó agradecido. Se puso de pie de inmediato para atender a Annabelle.
Teodoro me observó extrañado, pero yo estaba demasiado absorto en mis pensamientos como para interesarme por la presencia del caballero a mi lado.
—Majestad, no descansare hasta traer a la princesa a la justicia y hacerla pagar por su traición —declaró determinado.
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Editado: 01.08.2022