Lo primero que hice al día siguiente de la llegada de Mildred fue presentarle a Dafne. La pequeña quedó encantada con mi hermana y viceversa. Entre las dos y Kyra, intentamos enseñarle todo lo posible sobre las costumbres locales y la vida en el castillo pues para mi hermana todo era nuevo. Por su parte, Esteldor mandó a traer a Isidora para hacerle un guardarropa a Mildred digno de la hermana de la reina.
Gracias a la personalidad extrovertida de Mildred, a los pocos días en Encenard ya había hecho buenas migas con todos los caballeros y sus familias. Incluso el siempre juicioso de Teodoro parecía encantado con mi hermana pequeña. La única amistad que no se había dado era entre mi hermana y Esteldor. Mildred estaba renuente a confiar en el rey a pesar de mis intentos por hacerla verlo bajo una luz distinta.
Me di cuenta de que entre más le insistía más ella se cerraba a la posibilidad de que Esteldor no fuera un monstruo malévolo. Decidí dejar que ella cayera en cuenta sola. Finalmente, no podía exigirle querer a Esteldor de un momento a otro, a mí me había tomado varios meses darme cuenta de que el rey no era un asesino perverso y mi hermana necesitaba tiempo también. Por fortuna, al poco tiempo de llegar, Mildred tomó la decisión de establecerse en Encenard permanentemente, su amor por la vida de lujos y de alta sociedad fue casi instantáneo.
A pesar de la alegría que me causaba tener a mi hermana a mi lado, no me pasó desapercibido el hecho de que la inquietud que había notado en Esteldor durante la cena de los caballeros seguía ahí, mi esposo llevaba días comportándose meditabundo y distante. Algo lo tenía inquieto y se rehusaba a decirme qué era.
—¿Usted cree que el rey nos esté ocultando algo? —le pregunté a Nicolás, quien nos acompañaba a caminar en la nieve por mi jardín.
—No creo, Majestad. El rey mismo dijo que jamás le volvería a ocultar algo —contestó el caballero.
—Otra vez estás con eso, Annabelle, ya deja el tema por la paz —me pidió Mildred pues me había escuchado hablar sobre el cambio en Esteldor incesantemente.
—No puedo evitarlo. Algo le sucede, lo siento en mi corazón —me defendí, y luego giré mi atención a Nicolás.
—Han sido unas semanas llenas de acontecimientos, seguro el rey está recobrándose de tantas emociones. Pero no se preocupe, si algo realmente le sucede, en algún momento se sabrá.
Le sonreí sin convicción. Quise quitarle importancia al asunto, pero no pude.
Esteldor me pidió cenar a solas esa noche y, finalmente, obtuve una respuesta al cambio de ánimo en mi esposo:
—Amada Annabelle, ahora que por fin tu mejora es innegable es tiempo de cumplir mi deber —dijo Esteldor.
—¿Tu deber? No entiendo a qué te refieres —respondí, imaginando todos los posibles escenarios de lo que podía ocurrir a continuación.
—Sí. Yo soy el rey de este lugar y alguien quiso atacarnos. Lo que sucedió contigo me ha demostrado algo que no quería reconocer: no puedo esconderme el resto de mi vida tras el bosque, el peligro nos acecha y va a encontrar la forma de alcanzarnos. Casi te pierdo por mi cobardía, no voy a permitir que nadie más en este reino sea herido. Es hora de luchar y terminar con nuestros enemigos, es la única manera en la que podremos vivir en paz —jamás había escuchado la voz de Esteldor tan determinada—. No ha sido una decisión fácil, alejarme de ti es lo último que deseo, pero no tengo otra opción.
Mi corazón se detuvo un momento, ¿había escuchado bien? ¿Esteldor iba a alejarse de mí? Mi mente dio vueltas y mi cuerpo tembló, incierto.
—¿Alejarte de mí? ¿De qué hablas?
Mientras lo cuestionaba mi voz se entrecortó. Esteldor me sonrió con tristeza.
—Solo por un tiempo.
—¿Qué pretendes hacer? —pregunté confundida.
—Encenard es muy pequeño para valerse por sí mismo, no podemos luchar contra la amenaza de los Pors solos, necesitamos la ayuda de Dranberg y sé que nos apoyaran. Pero debo ir y pedir a su rey que se alíen con nosotros. Sin su apoyo no somos nada.
—¡Esteldor, lo que pretendes es una locura! No puedes ir hasta allá solo, el camino es largo y la única manera de evitar a los Pors es por el aire —exclamé alarmada.
—Exacto. Soy el único en el reino que puede ir y pasar desapercibido. Mandar a otro sería condenarlo a una muerte segura, aún si lograra evitar a los Pors, entrar a Dranberg es peligroso, está rodeado de dragones que tienen órdenes de atacar a cualquier intruso. Yo puedo ir sin peligro pues nadie sospechará de un insignificante búho, soy la única posibilidad que tenemos de comunicarnos con nuestros vecinos.
Sabía que Esteldor decía la verdad, pero no quería que fuera. Algo en mi corazón me hacía sentir mucho miedo.
—Esta es la razón por la que trajiste a Mildred, ¿cierto? Sabías esto desde hace semanas y por eso trajiste a mi hermana, para no sentirte mal de dejarme.
—Sí, en parte fue por eso. Es decir, quería verte feliz de tener a tu hermana cerca y en verdad me alegra que Mildred haya tomado la decisión de quedarse a vivir aquí, pero, más que nada, no deseaba dejarte sola ni siquiera por un corto periodo.
—Es demasiado peligroso, debe haber otra manera, por favor, no lo hagas —supliqué.
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Editado: 01.08.2022