EVA
Los preparativos para mí boda no quiero saber nada con esto. La semanas pasan lento, mí corazón sangra ante la idea de casarme con quién no amo.
Magnus viene a la mansión de vez en cuando para ver a Celeste pero ni siquiera me mira, me duele mucho. Hoy tengo que ir a la prueba de vestido de la noche de bodas. Estoy en mí cuarto encerrada como siempre.
– ¿Eva? –escucho a Celeste detrás de la puerta–. ¿Puedo pasar?
– Si, Celeste –le digo–. Pasa.
– Ey... Linda –se acerca a mí–. ¿Que estás haciendo?
– Lo que mis padres quieren que haga –digo enojada–. Mí madre convenció a mí padre de casarme con ese chico.
– ¿Y piensas hacerlo solo por que te lo dijeron? –pregunta–. Serás infeliz.
– No me queda otra –suspiro–. Tendré hijos con un hombre al que no amo, quizás en el futuro seré feliz.
– Por favor, Eva... ¡Mírame! –le exijo–. Mírame y usame como ejemplo.
– ¿No eres feliz, Celeste? –pregunto.
– Jamás fui feliz, Eva –baja la mirada–. No lo fui cuando llegue aquí y ya no sé si soy feliz al lado de tu hermano. Además permite que esa mujer venga aquí y...
– Entiendo, mí hermano es un idiota –digo enojada–. Se acostumbro a Rebecca ella se sometía a todo, era sumisa y tranquila... Ahora que lo pienso todo lo contrario a ti.
– ¿Entonces, linda? –me anima–. Anda, se valiente.
– No puedo... –niego–. Mañana vendrán a pedir mí mano, no puedo hacer nada. ¿Hoy me acompañas a buscar mí ropa de la...?
– Lo haré, está bien –dice suspirando–. Te espero más tarde.
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CELESTE
CLAAARROO... ¿Yo? ¿Justamente yo dejaré que haga esa tontería?. ¡Pero por favor!. Me cambio de ropa para salir de la mansión.
Ya es tarde y tenemos que ir para la prueba de vestido, pero no va a ir. Le propongo que use un vestido blanco muy hermoso y nos vamos. Subimos a los autos, ni siquiera me despido de Alex, vamos Eva, mí madre, Annia y yo. Eva va con una cara de funeral, sin ganas de vivir.
El conductor baja la ventanilla se separa el asiento delantero del auto y nos deja ver a Emiliano.
– ¿Emiliano? –pregunta confundida–. ¿Que está pasando aquí?
– Vamos, Eva... Eres como mí hermana –dice este–. ¿Crees que dejaré que te cases así?
– ¡Momento! –exclama ella–. No es el camino. ¿Donde vamos?
– Felicidades, linda –dice mí madre–. Vas a tu boda.
– ¿Mí boda? –pregunta–. ¿Han perdido la cabeza, chicos?
Todos los callamos y Emiliano sigue el camino hacia una cabaña a su nombre. Bajamos de los autos y Eva mira todo el lugar con cara de sorpresa.
Entramos y mí padre está ahí con un esmoquin junto a un sacerdote. También están Adler, Carolina y las niñas.
– ¿Magnus? –susurra Eva al verlo–. ¿Que está...?
Mí padre se acerca hasta ella con una fiel mirada enamorada. Sonrío al ver sus miradas tan brillantes.
– Eva... Se que es una sorpresa –le dice mí padre tomando sus manos–. No te cases con ese chico. Cásate conmigo, ahora.
– ¿Tienes idea de lo que estaremos haciendo? –pregunta nerviosa.
– Estoy dispuesta a enfrentarme a todo –le responde mí padre–. ¿Tu lo estás? ¿Quieres ser mí esposa?
– Por Dios –dice Eva riendo–. Ahora veo de dónde sacó Celeste su rebeldía.
Todos reímos con ella.
– Si quiero enfrentarme a todo por ti, Magnus –dice sonriente–. Quiero casarme contigo. Ahora.
– ¡ASI SE HACE! –grito emocionada–. Annia y Emiliano serán los testigos.
Ambos se acercan al sacerdote, sonriendo y casi llorando. Comienza a hablar.
– Pasemos a lo importante –dice el sacerdote–. Señorita Eva Ariana Wayne. ¿Acepta usted cómo legítimo esposo a Magnus Benjamín Aster para amarlo y respetarlo, en la salud y en la enfermedad, en la riquesa y en la pobreza hasta que la muerte los separa?.
– Acepto –dice ella sonriendo.
– Y usted, señor Magnus Benjamín Aster. ¿Acepta como legítima esposa a Eva Ariana Wayne para amarla y respetarla, en la salud y en la enfermedad, en la riquesa y en la probreza hasta que la muerte los separe?.
– ¡SI, ACEPTO! –dice mí padre emocionado.
– Entonces por el poder que me es conferido ahora los declaro... Marido y mujer –dice el sacerdote.
Se ponen los anillos y firman los papeles, luego lo firman Annia y Emiliano. Mí padre y Eva cellan su amor con un tierno y apasionado beso. Todos aplaudimos.
– Es un honor presentarles al señor y la señora Aster –dice el sacerdote.
Después de varios días finamente siento felicidad por mí padre y Eva. Ganaron, ellos ganaron. Ahora me toca a mí, Arisa Wayne voy por ti.
Salimos de la cabaña felices, nos despedimos del sacerdote. Miro a mí padre y a Eva, besándose son muy lindos.
– Celeste –Eva toma mis manos–. Muchas gracias, Celeste
– De nada –digo llorando junto a ella–. Solo sean muy felices juntos.
– Hija mía... –mi padre me abraza–. Eres un gran orgullo para mí, hija. Toda una guerrera.
– Basta... –le digo–. No quiero llorar en tu boda. Pero sabes que debemos ir a la granja Wayne ahora. ¿No?.
– Si, enfrentar a mis padres –Eva suspira–. Vamos.