Desperté de golpe, jadeando y sintiendo mi cuerpo sudado bajo las sábanas. Había tenido un muy raro sueño, con seres extraños que venían por mí y me llevaban a un lugar lejano. Me destapé y esperé sentado a que se me pasara aquel sentimiento perturbador que recorría mi ser. La luna se alzaba en todo lo alto, dejándose ver a través de mi ventana, aunque nunca la había visto tan grande ni tan completa.
Mis padres aun dormían, lo sabía porque podía escuchar los ronquidos de mi padre provenientes desde el otro lado del pasadizo, no entendía como mamá dormía con tanta bulla al lado de sus oídos. La costumbre, pensé, o quizás ya estaría sorda luego de todos estos años.
Decidí ir al piso de abajo por un poco de agua porque había perdido muchos líquidos y no quería secarme como una pasa. El estar hidratado siempre es muy importante, decía mamá. Bajé las escaleras, pasé por la sala y llegué a la cocina, cogí un poco de agua de la jarra y la tomé ahí mismo para no perder tiempo. Sabía que si hubiera ido a la sala a sentarme para beber correctamente hubiera hecho mucho ruido y despertaría a mis padres —o al abuelo—, esa no era una buena idea. No había llevado mis pantuflas porque tenía la idea de hacer menos ruido con los pies descalzos, aunque eso provocó que el frío se colara por mis piernas.
En la cocina había una ventana encima del lavadero por donde se podía ver el patio y más allá de la valla que limitaba la casa con la oscuridad de un pequeño bosque, pero todo estaba oscuro y cubierto por la penumbra, no podía escuchar otro ruido más que mi propia respiración. Recordé, entonces, lo que dijo mi padre cuando habíamos ido a acampar a aquel bosque hace tiempo: ¿Sabes lo que significa cuando no escuchas ningún ruido en donde debería haber alguno? Puede ser una de dos cosas: O es que eres sordo o es que te están acechando.
Traté de enfocarme en encontrar algún sonido a parte del mío, cerré los ojos y dejé que mis sentidos me guiaran. El viento estaba helado a pesar de que estábamos a mitad del verano, también podía sentir un tenue aroma dulce, un dulce amargo, pero intenso que provenía de algún sitio; aun así, no logré escuchar mucho, realmente nada. Seguí intentando, cerré los ojos nuevamente y fue entonces cuando comencé a escucharlo: Una pequeña vibración que parecía estar llegando desde algún lugar lejano, en poco tiempo inundó todo el espacio, no sabía de dónde venía, pero cada vez se hacía más fuerte. Abrí los ojos cuando comencé a sentir miedo de aquella inminente y grave vibración, pero, aun así, no se detuvo, se escuchaba cada vez más cerca, cada vez más potente, sentía su inminente llegada.
Estaba seguro de que se había enojado conmigo por intentar escuchar algo que no debía. Me agaché y me cubrí los oídos para intentar callar aquella vibración, intenté decir algo, pero no podía oír ni mis propias palabras. Esperé, entonces, hasta que terminara conmigo, no podía hacer más. Cerré los ojos.
Los minutos pasaron, aquella vibración había pasado de largo o quizás había perdido su fuerza de arranque, abrí los ojos, estaba bien, nada me había pasado. Lo único extraño fue aquel brillo blanquecino que venía de la habitación del abuelo, lo podía ver por el pequeño espacio del entreabierto de la puerta. La habitación del abuelo, desde donde estaba, parecía estar bañada completamente en luz. Me acerqué lentamente, preguntándome si el abuelo estaría bien y si no le molestaría tanta luz en su cuarto. Me puse contra la pared contigua al marco de la puerta y traté de mirar adentro de la habitación, pero la luz era tanta que inevitablemente hacía que cerrara los ojos. Estaba seguro de que esta situación ya la había visto en alguna película de terror en donde el protagonista no terminaba para nada bien. Aun así, no me quedaba otra cosa más que entrar, sentía miedo, pero también estaba preocupado por el abuelo, cerré los ojos, tomé aire y entré.
Cuando los abrí me di cuenta de que la luz se había atenuado y esparcido por toda la habitación, como si se escondiera de mí, no existía ninguna sombra dentro de aquel lugar, parecía un espacio completamente diferente al que conocía.
—Oh David, pequeño, ¿qué haces despierto a esta hora? —Preguntó el abuelo.
—Tuve una pesadilla que no me dejó dormir. —Mi atención fue atraída inevitablemente hacia aquel sujeto al lado de él—. ¿Quién es el señor de negro?
Era muy alto, silencioso y llevaba una túnica tan oscura que costaba distinguir las costuras de su ropa, le quedaba de una manera tan particular y extraña que era casi como si formara parte de su cuerpo. No lograba verle los pies, es más, parecía no tocar el suelo. La única parte de su cuerpo que lograba ver era su mentón, la cual tenía una apariencia afilada y dura.
—Es un amigo, estábamos hablando sobre cosas de viejos —el abuelo se levantó de la cama, como si nunca hubiera tenido ese problema en la cadera—. Mira —señaló con alegría hacia la ventana que daba a la calle—, han venido a visitarte algunos familiares.
Di una mirada rápida a donde señalaba y solo pude ver la calle solitaria y silenciosa, como nunca la había visto.
—No veo nada, abuelo.
—Espera... —Él seguía mirando al mismo punto. Lo hice.
Entonces, de un momento a otro, aparecieron, atravesando la pared y materializándose en frente mío, aunque aún conservaban una cierta transparencia. Uno a uno, se dejaban ver en el cuarto de mi abuelo, era casi como un espectáculo de magia.
De entre todos, una mujer con un cabello negrísimo comenzó a acercarse, tenía una mirada risueña y compasiva, además llevaba un collar muy parecido al de mi madre.
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Editado: 04.06.2023