Una fogata para la bruja

Capitulo 2


Cap 2 

  Elizabeth lo destapó al niño y otra vez observó las manchas. Trató de recordar de donde las conoce. En algún rincón de la memoria estaba escondido el conocimiento sobre ésta enfermedad. 
De repente, se acordó.  
"¡Dios mío, por favor "la mancha blanca" no! ¡Cualquier cosa, menos "la mancha blanca!" — pensó  ella. 
  La curandera apretó una de las manchas con el dedo y la soltó. Por un rato la mancha tomo el color blanco, pálido, y de repente otra vez se volvió roja. 
"Entonces es "la mancha blanca", — pensó Elizabeth y sintió escalofrío en la espalda. 
  Ella sabía bien el significado. Era ésta enfermedad rara, relacionada con la sangre, no se acordaba exactamente qué efecto provocaba en un enfermo, solo sabía que era espantosa. Así la enseñó la curandera de Utrecht hace muchos años. Y ahora Elizabeth tenía que encontrar la cura. Y esto parecía imposible. Pero Elizabeth tenía que encontrarla. De eso dependía la vida del niño.   
   Elizabeth se agachó y puso sus labios en la frente del niño. Esto era la manera más prolija para detectar la fiebre, ya que los labios siempre son más sensibles a la temperatura, que las manos. 
 — ¿Pero qué está haciendo ésta bruja? — Saltó Rachel, de su lugar, — ¿Cómo usted permite que ella le besa a su hijo? — dijo a la esposa del alcalde. 
 La señora Abigail se levantó preocupada. 
 — Le voy a pedir que no lo haga, — dijo ella rogando. 
 — Está bien, — contestó Elizabeth, — pero también le quiero pedir que aparte de mi a ésta doctora inútil. No le voy a dar explicaciones de mis métodos. 
Abigail miró a Rachel, después a Elizabeth. Finalmente no tomó la posición de ninguna de las dos. 
— Solo siga su procedimiento, — contestó a Elizabeth. 
 — La bruja puede poner su sello en la frente del niño, — continuó Rachel, — y allí nadie va a ser capaz de sanarlo. 
 Pero Elizabeth ya se dio cuenta que el chico está volando de fiebre. 
"¿Que hago ahora?" — Pensó  ella, — ¿por dónde empiezo? Y además...”. — La mujer suspiró, —"La vieja Rachel puede ser un gran tropiezo". 

Elizabeth siguió revisando al niño. Pequeño Matius, estaba agotado del estado de la enfermedad y parecía estar desmallado. 
Se abrió la puerta y entró Grange. Elizabeth ni se dio cuenta en que momento salió el hombre. 
 — Señor alcalde pregunta cómo está su hijo. 
 Rachel y Elizabeth se levantaron al mismo tiempo. 
A Elizabeth le empezaron temblar las manos. A Rachel le temblaba la mandíbula. 
 — El chico necesita tratamiento. Estamos haciendo todo lo posible — dijo Elizabeth, — por ahora les quería pedir unos trapos mojados en agua fría. 
"Hay que bajarle la fiebre, así el organismo va a tener más resistencia." —  pensó la mujer.  
 — También tráiganle la comida, — dijo Rachel. 
 — ¡La comida no! — protestó Elizabeth. 
 — ¡La bruja quiere matar al niño dejándolo sin comer! 
 — Su organismo no va a resistir el alimento, — replicó Elizabeth. 
 — ¡Insisto con darle de comer! — la doctora fulminó a Elizabeth con la mirada llena de odio. 
 — Está bien, — aceptó  Elizabeth. 
 Cuando trajeron el plato con carne asada cortada en trozos chicos, se dieron cuenta que Matius no podía comer solo.  Una de las sirvientas le tenía que meter las cucharas en la boca provocando arcadas y golpes de los dientes sobre la cuchara de plata, además de permanentes mordiscones y crujido de los dientes. 
 Casi al instante de terminar el plato, el chico vomitó toda la carne cubierta de jugo gástrico sobre las sabanas. La habitación se llenó del olor a acido. 
Rachel no sabía dónde meterse. Se apartó y se quedó sentada en su silla. 
Las sirvientas limpiaron al niño y cambiaron las sabanas. 
Elizabeth le puso al chico paños fríos en la cabeza y en las axilas. En un rato la fiebre empezó a bajar. El niño se quedó más tranquilo, parecía dormido. La mujer se sentó al lado en el borde de la cama. 
"Ahora le puedo dar un poco de sopa" — pensó  Elizabeth. 
"¡Dios mío! ¿Cómo encuentro la cura?" 
 — ¿Usted tiene libros de medicina? — preguntó a Rachel. 
 — Por más que los tenga, no permitiría a ninguna bruja a tocarlos. 
 Elizabeth se levantó. Era de esperar ésta reacción. 
— ¡Señora Abigail! —dijo a la madre del niño. 
— Si. La escucho. 
Elizabeth se quedó pensando.  
—Solo quería pedir que a Matius le traigan un poco de sopa. 
— ¿Usted no tiene nada en contra? — preguntó Abigail a Rachel. 
La doctora meneó la cabeza. 
Cuando dos sirvientas trajeron un plato de sopa, se dieron cuenta que darla al niño tampoco es sencillo. Matius estaba inconsciente, cualquier intento de meterle una cuchara en la boca resultaba un charco de sopa en el cubrecama. 
— ¿Y qué piensa hacer ahora? — preguntó Rachel a Elizabeth. 
— ¿Usted ya no es la doctora de ésta casa?— contestó Elizabeth, — ¿Yo sola tengo que ocuparme de las cosas? 
— Usted está a cargo del niño ahora, — dijo Abigail — ¿qué piensa hacer? 
“Que cansada que estoy de todo esto,” — pensó Elizabeth. 
Se levantó y miró a todos. 
— Voy a hacer lo que ustedes esperan de mí… brujería. Para empezar, necesito un animal muerto. De tamaño mediano. Puede ser un perro,  gato o una oveja.  
Todos se quedaron asombrados mirando a Elizabeth. 
Finalmente Abigail les hizo una señal a las sirvientas. Las dos chicas con caras asustadas salieron volando de la habitación a cumplir las órdenes. 
En un rato del patio de la casa se escuchó aullido de un perro. Un golpe seco con algo parecido a hacha, y el aullido se cortó. 
Elizabeth se estremeció —“Dios mío, ¿que estoy haciendo?”    
— El animal ya está listo, ¿qué va a hacer ahora? — preguntó Abigail a Elizabeth. 
— Llévenlo a la cocina, — contestó la mujer, — yo me encargo. 
  En la cocina Elizabeth pidió darle el espacio, una olla y prender la chimenea. 
  Tratando de aguantar el asco, cortó la pata del perro, la peló y tiro a la olla con restos de la carne. 
  Por toda la casa corrieron rumores que la bruja está haciendo un hechizo. Cada rato a la cocina entraban las mujeres que servían en la casa para ver que está haciendo la bruja. 
  Cuando la pata hirvió bastante para poder sacar la carne, Elizabeth la pelo por completo, dejando solo el hueso. Con un cuchillo grande corto el hueso, lo limpió por dentro, sacando la medula ósea, haciendo una especie de tubo y le afinó la punta. Por las dudas lo cocinó un poco más para desinfectarlo. 
  Con esa nueva herramienta de medicina la mujer subió a la habitación del niño.  
Observada por todos, abrió la boca del pequeño Matius, metió el hueso entre los dientes y le pasó la sopa a la garganta, levantando la cabeza del pequeño para que no se ahoga.  
La madre la miró a Elizabeth agradecida. La vieja Rachel, apretó los labios y se fue a su silla. 
Al terminar con la sopa. Elizabeth se levantó. 
 — Entonces, — se dirigió a la esposa del acalde, — ya que acá no me dejan ver los libros de medicina, tengo que pedirle que me acompañan al mercado. Voy a comprar algunos.  
— Esto tiene que hablar con mi marido, — dijo Abigail. 
— Con mucho gusto, — contestó Elizabeth. 
 La esposa del alcalde dio la señal a una de las sirvientas a acompañar a Elizabeth a hablar con el alcalde. 
El pedido de Elizabeth fue concebido y con primeros rayos del sol una caravana de cinco jinetes: Elizabeth, el joven Grange y tres vigilantes se fueron a la ciudad.  
Por el camino Grange estaba muy cerca de Elizabeth. La yegua de Elizabeth era tranquila, pero el joven aún estaba preocupado primeros kilómetros. 
 — Veo que usted sabe andar a caballo, — dijo Grange a la mujer. 
 — Tuve bastante experiencia, — contestó ella sonriendo. 
 — Entre sus habilidades encuentro una más. 
 Al mercado llegaron recién  al mediodía. El joven quiso ayudarle a Elizabeth bajarse del caballo pero la mujer pudo hacerlo sola. 
Elizabeth conocía una tienda de libros donde vendían todo tipo de libros, incluso libros de medicina. Era la tienda del viejo  Uhburn. Él nunca le permitió a la mujer entrar allí. Pero ésta vez era un caso diferente. Elizabeth tenía apoyo  del alcalde y los tres guardias que entraron atrás de ella, eran la evidencia de esto. 
Era una tienda vieja. Tenía olor a libros nuevos y antiguos, olor a polvillo y a la descomposición de cueros — las tapas de libros.  
  Los estantes de madera negra de la suciedad y tiempo transcurrido, albergaban cuentos de libros, pequeños y grandes, gruesos y finitos, muy antiguos y no tanto. 
 El dueño de la tienda, un viejo petiso con una gorrita adornada con pluma de loro, le sonrió falsamente improvisando alegría de tener unos clientes tan importantes.  
 — Bienvenidos a mi pequeña isla de sabiduría y conocimiento, — hizo un gesto invitando a Elizabeth y a los vigilantes, — ay! ay! Pobre señor alcalde y la esposa, pobre pequeño. Todos en la ciudad estamos muy preocupados por Matius. Ésta semana vamos a pedir una misa en la iglesia por la salud del pequeño. Seguro que pronto se va a sanar, Dios cuida la gente tan generosa como es señor Todd,  nuestro alcalde. 
 "No se le escapa nada, a este viejo charlatán, — pensó la mujer, — seguro que ya sabe que yo estoy involucrada en el cuidado del niño. " 
 — Que quiere ver de mis libros, ah, déjeme adivinar, seguro que libros de medicina, — seguía el viejo su canto. La pluma de todos los colores se movía con cada palabra como confirmándola. 
 El joven y los vigilantes miraron a Elizabeth. 
 — Si. Necesito ver libros de medicina. 
 — Por acá por favor. Tengo libros de Francia, Italia, España, Dinamarca, Holanda. Hay libros famosos de Utrecht, todo lo que usted necesita, libros de los maestros muy conocidos de medicina, como por ejemplo Paracelso.  Hasta tengo libros del famoso Avicena. 
 “Este viejo no para de hablar”, — pensó Elizabeth, — “Con razón tiene en su gorro la pluma de loro.” 
Elizabeth por falta de educación, que no le dieron desde chica,  por ser de una familia pobre, no sabía algunos idiomas principales europeos.  Por eso se detuvo en los libros de su idioma nativo.  
“Espero encontrar la receta para curar “la mancha blanca”, — pensó ella. 
Revolviendo los libros, de repente vio un libro con la tapa de cuero negro y con un símbolo dorado en el medio, era un círculo con un tridente.  
“Dios mío”. — Pensó la mujer, — “parece un libro de brujería.” 
“¿Y si además de llevar los libros de medicina, llevo también a éste?” 
 Elizabeth sintió una leve esperanza de encontrar alguna receta de brujas para poder salvarse. Para poder salir viva de la casa de alcalde. 

 
 



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En el texto hay: bruja, hechizo

Editado: 12.11.2019

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