Era una tarde triste, como aquellas que me aquejaban en los últimos días.
Estar encerrada con mis tantos pensamientos me propiciaban una dosis diaria de cortisol, que acribillaba el alma de aquel atardecer. En el noticiero habían predicho que solo serían quince días, pero ya llevábamos treinta en ese claustro obligatorio y pintaba para más, tal vez como en ciertos países de Europa, nos extenderíamos meses.
Y yo, solo podía pensar que hacía 1 mes había sido mi última fiesta, solo una semana antes de que la situación se complicará.
Oh sí que recordaba aquella fiesta... y la anterior a esa y la anterior y la anterior... De repente, recordaba todas esas fiestas que cada fin de semana, luego de una semana de lastimero pero bien remunerado trabajo, me permitían aventurarme en medio de un alborotado desgaste corporal, envolverme de los efectos de cualquier antídoto para la mente y el corazón, cualquier estupefaciente que inhibiera pensamientos o sensaciones, que me llevaran a casa, sola o acompañada, pero que me evitaran revolver el baúl del ser, que parecía esperar mi soledad para despertar monstruos ocultos, que reconocía, pero que temía con devoción. Al siguiente día, dolor de cabeza, lo suficientemente fuerte para no pensar, una o varias películas, comida a domicilio o almuerzo con amigas que no tuvieran domingo familiar, como esos domingos que mi familia disfrutaba y de los que habían desistido de invitarme.
Casualmente hice compras un domingo que no tuve con quién almorzar, ni deseos de comida rápida... Así que sí, la cuarentena me había encontrado con alacena llena, corazón vacío y pensamientos alborotados, y por su puesto, sola como una mosca. Como aquella mosca que ahora revoloteaba en movimientos que, por alguna razón, parecían tener un patrón específico, marcando líneas imaginarias en el techo de mi habitación, tal vez podría descifrar el significado de aquel patrón y entonces, seríamos la mosca y yo, dos seres en dimensión y especie, totalmente diferentes, pero que se hacían compañía y se entendían.
Entonces falló el patrón y la mosca, como absorbida por el aire, se perdió entre el espacio que había en la puerta abierta del balcón. Afortunada, el virus no la mataría durante su existencia, durante sus escasos 7 días de vida, sería tan libre, tanto por su falta de consciencia, como por su libertad para volar, formando patrones donde la vieran o no, ella solo existiría con el único propósito de ser eso, una mosca, sin necesidad de buscar otro propósito que le arruinara la existencia, como nos arruina la consciencia a los seres humanos, que no tenemos el único maldito propósito de ser seres humanos, sino que buscamos ser todo, aunque eso, al final no signifique nada...
El tiempo que tuve para encontrarme a mí misma, vagando en medio de un atardecer febril, me bastó.
Fiebre... Seguro me había contagiado y... ¿Si así era? ¿Quién cuidaría de mí? Ahondé un suspiro, sintiendo el aire caliente que salía de mi nariz.
"No necesito quien me cuide" —me dije a mí misma en un susurro.
Pero si estaba enferma, de verdad nadie podría cuidarme, pues mis padres eran personas de riesgo y... "Demonios ¿Quién cuidaría de mí?"
Me puse a llorar desconsolada al sentir por primera vez la soledad. Ni el sonido del televisor conseguía llenar ese vacío del silencio absoluto en la vida de quien entra en ese hoyo oscuro y vacío del sentirse solo. Ni esos comentarios sobre la foto que un día atrás había cargado en mi perfil y que me hacía lucir particularmente atractiva por el filtro, sobria, tranquila, un poco misteriosa, pero feliz... Parecía feliz y eso, había causado comentarios que en otras circunstancias, me habrían acompañado durante el tiempo que durara la publicación. Mas está vez no, está vez, la soledad venía de todos los fuertes, me había encontrado en medio del interrogatorio del ser, me había encontrado disminuida a la culpa y el resentimiento, ocultos hasta entonces, por el día a día.
Estaba sola y tuvo que venir una pandemia a demostrármelo.
Mis padres, tan pacientemente siempre esperaban por un poco de mí, se tenían el uno al otro y de alguna forma, eso también me recordaba que yo estaba sola, así que actué como el desastre que era y procuraba no verlos, así incluso me obligaba (o me castigaba) a ser una adulta responsable y no depender de sus atenciones y cariños... Sí, esa joya era yo, independiente, responsable e idiota. Ahora lo notaba, ahora que la tarde febril me llenaba de recuerdos y una que otra imaginación disparatada, a veces graciosas y otras tanto, dolorosas.
La noche me encontró frente al ventanal de mi balcón, buscando vestigios de color en el cielo, alguno que no oscureciera más ese día que para mí, había transcurrido en blanco y negro. Entonces me cubrió con ese manto frío, me abrazo con esa sensación térmica de 5 grados centígrados...
"Pobre mosca, estará tiritando de frío" —pensé mientras mis dientes tintineaba... Comenzaba el escalofrío, el incontrolable temblor de mi cuerpo mientras mi piel hervía. Poco a poco perdía el control de todas las formas que un ser humano puede perderlo, desde la libertad, hasta la salud, dos formas de perderlo todo.
Tenía dos opciones, echarme a morir o comportarme como la adulta responsable que era.
Al fin parecía que había entendido que la segunda opción me ayudaría más que continuar con mi llanto. Como la adulta que era, me encontré tratando de cuidar de mí misma, parada frente a la tina de mi baño, sacando de la cobija gigante que me cubría, mi mano temblorosa, para girar la perilla y que el agua comenzara a llenar la tina de agua tibia, aunque con el escalofrío que recorría mi cuerpo, deseaba meterme en agua hirviendo, entonces, como niña caprichosa, me vi discutiendo conmigo misma.
—Agua caliente...
—¡No, tonta, fría!
—¡Caliente, con un demonio!
—Tienes fiebre. ¡Fría!
—¡Basta! Tibia, ni tú ni yo, agua tibia...
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Editado: 27.07.2022