Amor es todo lo que tengo para darte
Sin ti no sé cómo podré vivir
Desearía poder entregarte el mundo
Pero amor es todo lo que tengo para darte.

Era sábado y Daphne tenía el día libre. Al parecer, André le había expresado su deseo de que descansara un poco antes de comenzar una semana que prometía ser ajetreada, a causa de las pruebas para un nuevo labial que estaba en desarrollo. Si era sincera consigo misma, la alegraba tener un tiempo suyo, así que decidió llamar temprano a Dánae para que la acompañara en su caminata matutina.
- ¿Te parece buena idea si lo invito una copa esta noche? - le preguntó su amiga, de pronto. Se encontraban conversando acerca de las frecuentes salidas que compartían últimamente con Eric Carson, la nueva adquisición del grupo. Dánae había quedado hechizada por él desde que lo vio por primera vez, y Daphne había notado en esas salidas nocturnas que compartían que la simpatía entre ambos era visible.
¿Qué hacía ella? Sufría en silencio.
Desde que había conocido a Eric, más o menos un mes atrás, ambos habían dejado en claro que serían amigos. Hasta aquel día nada había cambiado, salvo la revolución de sensaciones que se producía el interior de la joven cada vez que lo veía. Cuanto más lo conocía, más lo amaba pero el temor a equivocarse y sufrir le impedían hablar.
Ver a Eric y Dánae juntos la ponía celosa. Sus dos amigos habían congeniado de maravillas desde el minuto cero de conocerse y los continuos coqueteos que Dánae le prodigaba a ese precioso hombre despertaban la fiera que Daphne nunca supo que existía en ella. Sus manos terminaban lastimadas cada vez que era testigo de escenas de seducción entre ellos, y mientras sonreía, sus uñas se clavaban en su carne hasta casi sangrar. Era insano, lo sabía, pero no lo podía evitar: prefería callar y continuar la farsa a admitir sus sentimientos por Eric y luchar por ellos. Era una cobarde graduada y matriculada, con un doctorado en escapismo incluido...
- ¿Los dos solos? Suena fantástico. - logró esbozar Daphne con una sonrisa totalmente fingida, pues en su mente aparecía un diablillo rojo ardiendo de rabia y frustración.- A Eric le agradas mucho, me lo ha comentado varias veces.
- ¡Ay, Daph, es tan liiindo! - exclamó Dánae, poniendo énfasis en la última palabra.- Creo que no me defraudaría para nada en la cama...
Las mejillas de Daphne se tiñieron de vergüenza; la sola referencia al acto sexual todavía le provocaba sentimientos encontrados y no muy buenos recuerdos. Todo lo contrario.
- ¡No te pongas así! Ya sé que eres muy tímida, pero no me negarás que tu amigo posee un magnetismo sexual que atrae a cualquier mujer y yo pienso aprovecharlo.
Las carcajadas de Dánae resonaron entre los árboles del solitario camino por el que transitaban y Daphne hasta creyó ver a varios pajarillos posados en las copas, huir despavoridos al escucharlas.
- No te niego nada, Dánae. - dijo y su ceño fruncido fue señal de molestia evidente - Es más, te deseo lo mejor, pero trata de ir con cuidado. He retomado esta amistad que es muy importante por su conexión con mi pasado, y no quiero perderla ahora. Ni tampoco perderte a ti. No por una noche, o dos, de ... bueno, tú sabes.
- Lo sé, linda - le respondió su amiga, mientras la abrazaba - Te prometo que, pase lo que pase, no voy a dejar que nada arruine nuestra amistad, ni tu amistad con Eric Carson.
Ambas sonrieron y Dánae levantó su mano derecha como haciendo un juramento ante una corte de justicia. Si tan solo su amiga supiera cuán hondo estaba calando en ella que ambas se sintiesen atraídas por el mismo hombre, no hubiera sido tan positiva. En la relación de amistad con Dánae, Daphne siempre había sido la invisible, la que no era capaz de hacerle sombra a la sensualidad y desfachatez de la otra. No quería convertirse ahora en la tercera en discordia.

La noche llegó y Daphne se propuso acostarse temprano. La revisión y ordenamiento de varios documentos para la presentación del nuevo producto que lanzaría la compañía en una semana la había dejado exhausta y con un dolor de cabeza espantoso.
A pesar de su determinación, una hora después ahí estaba, en plena y entretenida lectura de algunas revistas del corazón que solían distraerla de lo cotidiano. A su cabeza acudía una y otra vez la cita que con seguridad estarían teniendo Eric y Dánae. ¿La convertía en mala persona el desear que la estuvieran pasando fatal? Sí, Daph, te convierte en una pésima persona, y más cuando sabes que tú no eres capaz de proporcionarle a Eric ningún tipo de felicidad. Estás rota, rota, y no tienes arreglo...
La profusa vida amorosa de algún desconocido jeque árabe había comenzado a interesarle cuando a sus oídos llegó el sonido del timbre del portero eléctrico. Miró por la pantalla y allí se encontraba Eric. ¿Qué diablos hacía allí? Eran las 2 am de la madrugada y tenía la certeza de que la cena con su amiga ya había sucedido. Intuyó que Eric vendría a hablarle sobre ella. ¿Por qué la torturaba así? ¿Acaso no se daba cuenta? ¿Por qué ella misma se castigaba de esa forma? Debía ser una buena amiga y estar ahí para los dos, sin importar lo que sintiera o cómo muriera por dentro...
- Eric ¿qué haces aquí a esta hora? - le dijo al levantar el tubo. Él miró hacia la cámara y le envió una de sus cálidas y seductoras sonrisas. No tenía una mínima idea de lo mucho que Daphne se derretía cuando hacía eso...
- ¿Puedo pasar a tomar un café, Daph? Sé que no son horas pero confiaba en hallarte aún despierta.
- Está bien, sube.
El imponente hombre que apareció cuando ella abrió la puerta la dejó sin respiración, una vez más. Era fatalmente guapo y a la vez conservaba una mirada cristalina, pura, en la cual Daphne creía ver toda su alma en un segundo.