Ábreme tu corazón
Y dime lo que pasa por tu mente, sí
Sé que hemos pasado mucho dolor
Pero aún te necesito en mi vida...

Eric no toleraba verla en ese estado. Le parecía mentira que hasta hacía unos minutos disfrutaban de un momento tan placentero como único y por fin había sido feliz. Daphne por primera vez le respondió con el mismo ardor que él sentía, las mismas ganas de explorarse el uno al otro sin barreras de ningún tipo.
¡Oh, cómo había imaginado todo aquello! El día en que Daphne sería suya y él le pertenecería había llegado, pero una vez más el trauma que alguien le había infringido se interponía entre ambos. Impedía su plena felicidad, otra vez.
- Daph ¿me contarás qué te sucedió? ¿Confiarás en mí, por favor?
La mirada horrorizada de Daphne no estaba puesta en él, no, sino en un punto indefinido del espacio que ambos ocupaban. Le destrozó el sentirla tan cerca y a la vez tan lejos.
Pasaron minutos que fueron eternos, hasta que ella pareció volver a la realidad y lo observó por unos minutos con extrañeza y quizás, vergüenza.
- Lo siento, Eric. Esto va más allá de lo que yo puedo controlar, pero quiero decírtelo esta noche... Necesito comenzar en limpio esto que tenemos.
- Esto que tenemos es amor, linda. Cualquier cosa de ahora en adelante la superaremos juntos - afirmó Eric, convencido de sus palabras. Tomó sus manos, aún temblorosas, con mucha delicadeza -. Yo estoy aquí para lo que necesites.
Daphne se secó algunas lágrimas que aún le caían por el rostro y con un suspiro prolongado, comenzó su relato:
"A los dieciocho años entré a la Universidad de Economía para estudiar Administración de Empresas, como era mi sueño. Mi padre, Paul, había ahorrado toda su vida para que ese día llegara y por fin lo había logrado. Tuve la suerte (o no) de conseguir un cuarto en el campus.
Mi compañera de cuarto, Annie, era una chica muy popular y tenía muchos amigos en el edificio, entre los cuales se encontraba Leonel Harris, que vivía en el cuarto frente al nuestro. En esa época yo era mucho más extrovertida que ahora y el tener cierta independencia hacía que creyera que el mundo era mío. Con Leo tuvimos química inmediatamente. A la semana de conocernos ya estábamos de novios, locamente enamorados uno del otro.
Nunca había sentido el nivel de pasión que experimentaba con él, y yo aún era virgen, pero no tardé mucho tiempo en convencerme de que mi primera vez debía ser con Leo. Con el tiempo, me arrepentí de mi elección.
A los dos días de nuestro primer encuentro íntimo, Leo se había mudado a mi habitación, echando a Annie y causando algunos problemas con el administrador que no sé cómo se solucionaron. Lo cierto es que no tuve más vida social: él se encargaba de que mis salidas fueran a su lado, amigas ya no tenía y si yo dedicaba un minuto de más a mis estudios era víctima de su indiferencia hasta que le imploraba que me hablase...
Casi dos años estuvimos en una relación enfermiza. No osó nunca levantarme la mano, pero lo que hacía era más sutil: me manejaba desde el aspecto psicológico. Si yo hacía algo que no le agradaba, él se enfermaba o se accidentaba con su moto, adrede, y luego insinuaba que todo lo que le sucedía se debía a mí. Que sin mí él no viviría.
Pasé un fin de semana con mi padre y le confié lo que estaba sucediendo con Leo, en un intento de que me ayudase. Paul tomó las riendas del asunto y me impidió volver al campus e interceptó las llamadas de mi novio. Perdí tres meses de clases pero me sentía más segura y feliz, por lo cual decidí retomar mis estudios, ya que Annie me había comentado que Leo hacía rato que no se aparecía por allí.
El primer día después de mi regreso pasó normal. Annie me acompañó a todas mis clases y luego yo la esperé para volver juntas al cuarto.
Al día siguiente, Annie recibió un llamado de su casa porque su hermano había tenido un accidente automovilístico. Yo le aseguré que estaría bien, que ella debía ocuparse de su familia. Salí a la misma hora de siempre para una de mis clases y en el camino me topé con Leo.
Me trató cariñosamente y me convenció de que podíamos ser amigos. Me invitó a subirme a un automóvil que no conocía, y me dijo que lo había comprado hacía poco tiempo.
¡Qué gran error de mi parte! Una vez en el auto, sentí un pinchazo y poco a poco me quedé dormida. Cuando desperté, me encontraba en un cuarto oscuro, sucio, maloliente, atada de pies y manos. Lo único que había en aquella habitación era un ojo de buey en la parte superior de una de sus paredes, que dejaba entrar una tenue luz, por lo que sabía que aún era de día.
Estaba tan drogada ese día que no podía gritar: la voz no me salía y no tenía fuerzas más que para dormir.
Los siguientes días las cosas empeoraron para mí: Leo solo me alimentaba lo justo y necesario después de violarme varias veces. Mientras me violaba me juraba su amor eterno y pretendía que siempre estuviéramos juntos. Yo me negaba y por eso también era merecedora de una golpiza, que no terminaba de sanarse hasta que recibía otra. El cuarto estaba húmedo porque siempre se encontraba cerrado y ahora se sumaban mi orina y mis heces, pues Leo no me dejaba salir al baño. De tiempo en tiempo me bañaba, pero solo porque le repugnaría tener relaciones sexuales con la suciedad andante en la que me había convertido.
La policía me dijo que estuve cuatro meses en cautiverio, a mí me parecieron años. Una tarde, después de violarme, Leo se quedó dormido, pues se encontraba borracho como una cuba. Yo había visto que siempre llevaba las llaves en su cuello y con mucho cuidado logré sacárselas. Apenas podía caminar, pero saqué fuerzas y salí corriendo. A dos casas de allí una señora mayor acudió en mi ayuda cuando casi me desvanecí en el pórtico de su casa.