Una jefa dominante.

Capítulo 2.

 

Camino rápidamente hasta la entrada del edificio una vez que el taxi que me había traído se va. Han pasado apenas dos días de la última vez que estuve aquí y la encargada se había comunicado conmigo esta mañana para darme la excelente noticia de que he conseguido quedarme con el puesto al que había aspirado.

Saludo a la recepcionista, quien me devuelve el saludo con un movimiento de mano y una amplia sonrisa, para luego dirigirme al ascensor y desear que la maquina suba con más rapidez.

La encargada había sido bastante especifica al decirme que debía estar aquí para las 9 a.m. y bueno, había recibido su llamada hace apenas una hora. Vivo considerablemente lejos de aquí, así que por más de que haya venido en taxi, sería casi imposible que llegara para la hora establecida. Ya son casi las 9:30, solo espero que no me despidan en el primer día de trabajo.

Las puertas se abren y me apresuro en llegar a la oficina de la encargada.

Estoy a punto de golpear la puerta cando esta se abre y al otro lado aparece la encargada, con un rostro de pocos amigos. Se hace a un lado para que pase y cierra la puerta detrás de mí. Espero a que llegue hasta su silla para luego sentarme frente a ella. Acomoda su blazer rojo antes de sentarse.

—Creí que había sido bastante clara al decirle el horario en el que debía estar aquí—dice, casi en un gruñido, mientras apoya sus brazos sobre el escritorio.

—Discúlpeme señora, no era mi intención llegar tarde, es solo que…—intento explicar pero me interrumpe.

—Ya no importa—espeta—, solo espero que no vuelva a suceder. Y por favor, no se le ocurra volver a llamarme señora. Me llamo Sara Evans.

—Está bien, señorita Sara.

—Bien, ahora puede ir hasta la oficina del señor Anastasio, él le indicará donde será su oficina y que es lo que debe hacer de ahora en más.

Asiento y me levanto de la silla para salir de su oficina. Me dirijo nuevamente al ascensor para bajar al segundo piso, donde según tengo entendido se encuentran la mayoría de las oficinas.

Caván es una empresa que se dedica a la exportación e importación de vehículos automotores, de hecho, es la empresa más grande el país. Cuenta con más de 5 sucursales, y esta es la central.

El segundo piso es casi tan grande como el primero. Hay 4 pasillos que deduzco han de dirigir a las distintas oficinas. Me pregunto si la señorita Evans es solo una simple encargada para tener un piso exclusivo para ella.

Recorro lo pasillos y busco la sección de recursos humanos. Los funcionarios me observan con curiosidad cuando paso cerca de ellos o frente a sus oficinas. Me siento como si fuera una cucaracha andante. Tal vez será porque soy bastante joven o porque la camisa azul que llevo no me queda bien. Las personas que he visto hasta el momento en este lugar, han de rondar los 30 años o más. Sin ofender, claro, pero creo que son antiguos.

Encuentro a un señor canoso de complexión mediana hablando con una señora de cabello negro, que al igual que los demás, no se ve tan joven que digamos. Me acerco a ellos y la señora me mira confundida cuando me ve.

—Muchacho, está prohibido el ingreso aquí—me regaña—. Es un área exclusivo para funcionarios.

—Buenos días—saludo—. Señora, desde hoy trabajo aquí.

Ambos se miran entre sí y el señor canoso niega.

—¿Eres el nuevo encargado de recursos humanos?

Asiento con la cabeza.

—Eres demasiado joven para ese puesto—inquiere la señora.

—Sí, pero estoy lo bastante capacitado para ello.

Se quedan callados, luego la señora se despide y se retira, dejándonos solos al señor canoso y a mí.

—¿Podría decirme quien es el señor Anastasio?—pregunto, rompiendo el silencio incómodo.

El señor canoso rueda los ojos y se frota la frente.

—¿La señorita Sara lo puso a él como tu instructor?

—Uhum—asiento.

—Soy yo.

Se aleja lentamente y no me queda de otra que seguirlo. Al parecer el señor canoso, que resultó ser el señor Anastasio, es un hombre muy temido. La mayoría evita mirarlo.

Nos dirigimos al fondo del último pasillo hasta una oficina que se encuentra, por así decirlo, vacía, ya que no hay nadie.

—Esta es tu oficina—se para en el umbral de la puerta—. Sobre el escritorio están tus obligaciones.

Ingreso a la oficina por completo y lo observo. La oficina no es tan grande, pero es lo suficientemente grande para sentirme cómodo. Teniendo en cuenta que es la oficina más lejana que todas, parece ser la más agradable. Las paredes son blancas, excepto la de vidrio, que se encuentra en nuestra dirección, donde puede verse perfectamente la ciudad. Solo hay un escritorio negro y una silla del mismo color detrás de ella. No hay repisas, ni estantes. Bueno, nada más que unas planteras en el piso, con plantas artificiales.        

Luego de admirar la oficina, examino la pila de papeles que se encuentra sobre el escritorio.

—Ahí encontraras todo lo necesario—me informa el señor Anastasio—, pero si tienes alguna duda, puedes preguntármelo.




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