Gareth
No sabe quién soy.
No quise entrar al hospital porque sabía que alguien me reconocería. El televisor, los teléfonos con acceso a internet y las revistas en la sala de espera hablarían por mí. Es extraño que a estas alturas una persona no sepa de Gar Glance sumándose a la lista de antiguos ídolos, ahora famosos odiados.
Por eso no me resistí cuando me invitó un café.
Hace un mes que nadie me trata bien a excepción de Tam. Sé mientras veo a Alodie intentar dar con la cerradura de la puerta que debería decirle la verdad para que decida si quiere o no estar a mi alrededor, pero saber lo que es correcto y querer hacerlo a veces están más lejos uno del otro que cerca.
—¿Vives aquí sola? —pregunto con las manos en los bolsillos.
Bueno, ya soné como un depravado.
—¿Crees que hubiera salido con una pañalera al hombro a medianoche si lo hiciera? —Sigue luchando con la cerradura y estoy a punto de ofrecer mi ayuda cuando le da un duro codazo al picaporte y la puerta se abre.
—Podrías tener hijos o a tu hermana quedándose de forma temporal contigo —deduzco.
Me enfrenta con una ceja arqueada, sin poder creer que hable en serio antes de hacer un ademán con la cabeza hacia la sala en una invitación.
—No está en mis planes de vida ser madre, los niños no me agradan.
—No te gustan pero convives con media docena de ellos. —Trato de no pisar los juguetes desparramados en la alfombra.
Están por doquier, hasta en la escalera. Alguien gastó una innecesaria y exorbitante cantidad de dinero en la industria infantil.
—Solo con una, pero porque estoy obligada a hacerlo. Su nombre es Carly y está en contra del orden, como puedes apreciar. —Cierra la puerta y se quita la chaqueta para arrojarla sobre el respaldo del sofá—. Ahora serán dos, pero tengo la esperanza de que Jones adquiera los hábitos de aseo y organización de mi cuñado. —Con la punta de su zapato, para abrirnos paso, hace a un lado un delfín de felpa y varios soldados de plástico—. Vivo con mi hermana y su familia en reciente expansión porque estoy ahorrando para comprar un departamento, o al menos tener los primeros meses de alquiler cubiertos.
La sigo hasta una amplia cocina mucho más libre que la sala. La mesada de mármol ocupa lo mismo que una cama matrimonial. Ni yo, con la cantidad de dinero que tengo en el banco, gastaría tanto en algo donde comería cereal y derramaría leche día por medio, pero supongo que es mejor que ensuciar el piso.
—¿Demasiado lujo para ti? —provoca Alodie al llenar una pava con agua y encender una hornalla.
Propuso ir a una cafetería abierta las veinticuatro horas de las que hay en el centro, pero me excusé al decir que ya había estado demasiado tiempo fuera de casa por su culpa. Sugirió venir aquí y no me negué, luego dijo que quería volver a conducir la motocicleta, a lo que sí me opuse.
Era mi turno de ser abrazado, ella ya había tenido el suyo.
Se sintió tan bien no ser mirado ni tocado con asco.
—No tienes idea. —Los hoteles cinco estrellas en los que me solía hospedar cuentan una historia diferente, al igual que las ostentosas casas de verano en las que bebía zumo de mango con los que solían ser mis amigos, rodeado de decenas de modelos—. ¿No íbamos a tomar café?
Me da la espalda y se estira para sacar dos tazas de la alacena. Aprovecho para echarle un vistazo. Su cuerpo tiene forma de pera —también me gusta el zumo de pera—, poco y nada de la cintura para arriba y mucho hacia abajo. Usa jeans elastizados, probablemente porque no encuentra unos que no lo sean y le resulten cómodos o suban más allá de sus rodillas.
—¿Hay solo una forma de tener sexo, Gareth? —responde con otra pregunta.
Parpadeo en el intento de hacer desaparecer la imagen de su trasero de mi cabeza. Deja ambas tazas frente a mí y no parece haber notado que la estaba mirando, lo cual agradezco a pesar de que estoy seguro de que no le hubiera molestado.
—¿Qué tiene que ver hacer el amor con preparar café?
Sigo sus movimientos mientras recoge dos cucharas limpias del lavavajillas y trae consigo un tarro medio lleno de un polvo marrón.
—Ambos pueden ser hechos de diferentes maneras.
Pone una cucharada y media de café en cada taza, después dos de azúcar.
—Es una falta de respeto hacia el invitado no preguntarle qué tan dulce lo quiere, ¿y si lo quería amargo? —peleo al apoyar los codos sobre la mesada e inclinarme para escudriñar lo que hace.
—Tú no tienes cara de que te guste amargo. —Me señala con una cuchara antes de lamer el azúcar restante. No puedo evitar reírme. Sabe provocar a cualquiera—. Y, retomando el tema principal de esta conversación, puedes tener sexo en la piscina, en un armario o en el asiento trasero de un coche, pero también de la forma tradicional, en la cama con la posición del misionero. —Saca la pava del fuego y echa un poco de agua en ambas tazas antes de regresarla a donde estaba—. El café de la cafetera es bueno, pero el hecho a la vieja escuela me gusta más.
Bate y me anima a que la imite. Revuelvo enérgicamente hasta lograr una mezcla homogénea. El olor es fuerte, exquisito. Me encuentro con la nariz al borde de la taza, justo como ella.
—¿Siempre haces eso?
—¿Qué cosa? ¿Café? —Apaga la hornalla y rellena nuestras tazas—. Sí, todos los días. Lo seguiré haciendo hasta que mis sobrinos sean lo suficientemente inteligentes para no incendiar la casa al prepararlo y pueda sobornarlos para que me lo lleven a la cama por las mañanas.
—Me refería a relacionar cosas que no podrían ser más distintas solo para darle una lección de vida a la gente. —Soplo mi bebida y ella da un trago como si no estuviera a la temperatura del infierno—. Lo de tus sobrinos suena a esclavitud infantil.
—Les pagaré, será trabajo en negro y sin aportes jubilatorios, pero con paga. En lo que respecta a establecer relaciones entre cosas dispares, se podría decir que es un talento. ¿Cuál es el tuyo?