Una luz difícil de encontrar

18. Empleado del mes

Gareth

—Te estabas tardando —digo cuando por fin abre la puerta.

—Buenos días para usted también, señor Glance.

Tiro la colilla del cigarrillo y la piso antes de agacharme para recogerla y lanzarla al cesto.

—Lo siento, estoy nervioso —confieso rascándome la nuca, avergonzado.

La mirada de Lyon se suaviza. Hace un ademán con la cabeza para que pase. Una vez que la puerta se cierra tras él, emprendemos un camino zigzagueante a través de las áreas menos concurridas del hospital. Hemos hecho esto desde esa noche. No puedo entrar por las puertas principales como si nada, pero tampoco dejar a Tam sola. Por eso al doctor se le ocurrió que esperara en un área restringida, por donde entran las ambulancias.

—Ella también —susurra escondiendo las manos en los bolsillos de su bata cuando pasamos junto a un par de enfermeros—. Lo más probable es que luego de esta charla se asuste bastante. Necesito que la contengas, pero también que le des espacio para pensar. Sentirá muchas cosas contradictorias.

Se detiene frente a una puerta. Su mano está en el picaporte cuando lo tomo firme pero suavemente por el antebrazo, deteniéndolo.

—Pero si decide hacerlo estará bien, ¿verdad?

La empatía rebosa en sus ojos. Entiendo por qué a Alodie le gusta. Es un buen hombre, el tipo que quieres para las mujeres en tu vida: sabes que no las lastimará, solo las protegerá.

—Haré todo lo que esté a mi alcance para que físicamente sea así, pero mentalmente no sabemos qué puede ocurrir.

Asiento. Sé que no puedo esperar promesas de su parte, pero supongo que es algo muy humano buscar certezas para sentirse seguro, aún siendo consciente de que jamás tendrás ninguna.

Cuando entramos Tam no voltea para mirarnos sobre su hombro. Sus ojos están fijos en una fotografía sobre el escritorio. Es un golden retriever en la cima de una roca, con la lengua fuera y luciendo un casco rojo ridículo.

Lyon y yo ocupamos nuestros respectivos asientos. Estiro mi mano y tomo la de mi hermana.

—¿Cómo se llama? —cuestiona al doctor, quien sonríe cuando su mirada encuentra la foto.

—Cosa.

—¿Le pusiste Cosa a tu perro? —resoplo en una risa pequeña.

Lyon sonríe y se encoge de hombros, pero dicha sonrisa vacila cuando Tam habla:

—¿No es algo…? —Traga saliva—. ¿Frívolo? Debería tener un nombre, ¿verdad?

No hace falta ser muy inteligente para darse cuenta de que no habla del perro. Lo que le preocupa es el embarazo. Se está preguntando si no es un monstruo por querer abortar. Bueno, no es querer, es deber. Su deber consigo misma si decide hacerlo.

Es extraño que una decisión sea la que dicte si un embrión llevará nombre, se convertirá en un bebé y tendrá una vida como la suya o la mía; o si esa decisión lo dejará en el estado de “cosa” para siempre.

—No es frívolo. —Lyon toma una lapicera y un block de notas antes de empezar a garabatear en él, aunque no nos permite verlo—. Las cosas se llaman de formas distintas para diferenciarlas. Solo para eso. Ninguna tiene más valor que la otra, ni es mejor ni peor. Lo que importa es el significado que tú le das. —Dobla el papel y luego lo desliza hacia Tam con un guiño cómplice—. Mi mascota es importante para mí, se llame Cosa, Manteca, Margarita o Gareth Glance.

Mi hermana ríe y me observa.

—Sería gracioso tener un perro que se llame como tú. Podría darles órdenes a los dos, al fin y al cabo no son tan distintos. Tú tienes piojos, él pulgas; ninguno puedo comer sin hacer un enchastre y tienen mala puntería para orinar.

Ouch. La señalo sin dejar de mirar al doctor:

—¿Te harás responsable de la idea que acabas de darle?

Lyon levanta ambas manos para indicar que no. La tensión y el miedo de Tam se reducen un poco. Lo noto porque me devuelve el apretón y asiente luego un momento, lista para la charla informativa.

—Antes de comenzar me gustaría recordarles que, como saben, todo procedimiento médico acarrea posibles complicaciones. —Se aclara la garganta—. Los abortos no son la excepción. Sin embargo, puedo asegurar algo: tener un equipo médico detrás lo es todo. No estás sola como aquellas mujeres que no tienen la posibilidad de ser asistidas, Tamara. No te dejaremos por tu cuenta ni un segundo si decides proseguir. Mi trabajo me impide hacer promesas que no puedo cumplir, pero puedo prometerte eso porque no hay forma de que te soltemos la mano, ¿entendido?

Tam toma la nota que sigue doblada sobre el escritorio. La aprieta en su puño y me mira un segundo antes de exhalar temblorosa:

—Entendido, doc.

*

Cuando salimos del consultorio media hora más tarde, contra todo pronóstico, Tam parece más calmada. Creí que la información la alteraría, pero Lyon hizo un buen trabajo asegurando que no era la primera ni la última vez que una mujer podría abortar. Contestó todas sus preguntas con paciencia y simplificó el lenguaje médico para que entendiéramos cada paso. Incluso hizo dibujos. Es muy didáctico y tiene… buena mano. Otro motivo por el cual entiendo que le guste a la jefa.

—Quiero caminar —dice la chica cuando le tiendo el casco, ya en el estacionamiento—. Me hará bien el tiempo extra para pensar.

Estoy a punto de insistir en llevarla, pero recuerdo que debo darle espacio. Comienzo a asentir cuando alguien al otro lado del parking capta mi atención: Alodie está apoyada contra un coche, con los tobillos y los brazos cruzados. Cuando me ve, se endereza.

—Oh, no —dice Tam antes de seguir mi línea de visión—. Conozco esa mirada. Te gusta, ¿verdad?

Suspiro y me pongo el casco.

—No tiene caso. Es imposible.

—Dios —intercala la mirada entre ambos—. Te gusta en serio, ¡y claro que es posible!

No contesto. No tiene caso. Sin embargo, la morena se acerca y baja la voz al añadir:

—Ya dejaste demasiadas cosas por mí. En realidad, dejaste tu vida entera.

—Eso no es verdad.

—¿Entonces cómo explicas que no puedes salir con la mujer que te gusta?

Niego con la cabeza, todavía sintiendo los ojos expectantes de Alodie sobre mí. ¿Vino a verme? ¿O está aquí por Lyon?

—No puedo contarle lo que te pasó.

—Pero, ¿confías en ella?

—Esto no tiene nada que ver con la confianza.

Eludir la pregunta solo evidencia que sí lo hago.

—Cuando te afecta el secreto de una persona tienes derecho a romper el silencio si es necesario, aunque sea un segundo. —Toma mi mano y la aprieta de la misma forma en que lo hice en el consultorio—. Dile lo que pasó. Tienes mi permiso.

No estoy seguro, pero no sé por qué. ¿Sigo queriendo proteger a Tam a toda costa? ¿No quiero recordar esa noche? ¿Temo que Alodie no me crea al final?

Tam se lleva mi mano a la boca y besa mis nudillos. Cuando me suelta le dedica una larga mirada a Alodie que no sé interpretar. No la conoce, jamás la vio o habló con ella, no tengo idea de qué quiere transmitirle…

Cuando estamos a solas comienzo a arrastrar la moto. Ella camina a mi encuentro. Mi corazón late a una velocidad inhumana y me digo que tengo suerte de estar frente a un hospital, porque podría paralizarse en cualquier momento. Cuando nos detenemos extiendo el casco sobrante hacia ella, quien está demasiado muda para tratarse de alguien que no se calla nunca.

Si lo acepta, le diré la verdad.

Alodie

Acepto el casco.

No soy el tipo de persona que espera a que el otro dé el primer paso. Sin embargo, me contengo. Desde que vi a Tam en la recepción supe que Gareth no estaría muy lejos. Él jamás la dejaría atravesar esto a solas.

Ahora que comprendo su motivo para callar no puedo presionarlo a hablar, pero espero que lo haga. Necesita desahogarse. El peso de que su vida se arruine a costa de salvar la de su hermana tiene que haber estado roído su mente de a poco, aunque no puedo culparlo. Por Marine haría cualquier cosa.

Bien habría dejado que el tío Cherry arruinara mi vida para que la suya siguiera intacta.

Me aferro a su cintura mientras conduce. Me aferro a su brazo cuando nos detenemos y atravesamos el lobby de su edificio. Me aferro a su mano cuando las puertas del elevador se cierran. En ningún momento hacemos contacto visual.

Cuando llegamos a su piso me suelta y hace un ademán con la cabeza para invitarme a pasar. Escucho que abre una botella mientras me saco el abrigo y tomo asiento en el sofá. Cuando regresa tiene un vaso de lo que olfateo como whiskey.

—De acuerdo, será una historia dura —digo.

Sonríe con tristeza antes de beberse todo de un trago.

—Aún estás a tiempo de irte —recuerda.

Se sienta frente a mí y apoya los codos sobre sus rodillas, jugando con el vaso y la única gota que quedó en él.

—Sabes que no iré a ninguna parte.

Me mira, dándome una última oportunidad para marchar. Cuando nota que mis pies están arraigados al piso se aclara la garganta:

—La noche empezó como una celebración. Acababa de componer la última canción para un álbum que no llegó a ver la luz. Estaba justo aquí y abrí una botella porque creía que me lo merecía. Me quedé hasta la madrugada perfeccionando la melodía e intentando dar con el título perfecto, pues ninguno me terminaba de convencer. Entonces, me llamó. No paraba de llorar.

»Dijo que había discutido con Parker, el chico con el que mi madre le insistió tanto. No me contó por qué pelearon y tampoco pregunté en ese momento, pues solo quería sacarla de ahí y asegurarme de que estuviera bien primero. Así que fui a recogerla, ebrio y a medio vestir. Jamás la había oído tan desesperada y temí lo peor. Mientras dejaba el auto mal estacionado y subía los escalones como un loco tenía… tenía todos estos escenarios dando vueltas por mi cabeza. De él golpeándola. De él abusándola. De él… —Niega con la cabeza—. No lo sé. Cuando entré al baño Tam estaba sola. Había rastros de cocaína, un paquete de condones, vasos de cerveza vacía y ropa…ropa interior colgando de la ducha. Ella estaba inconsciente. La tomé en brazos y fue en ese momento que grabaron el video. Siendo honesto, no me importó. Nada me importaba, solo que ella estuviera bien. La quise subir al autor, pero por un momento recuperó apenas la conciencia y forcejeó. No quería que nuestra madre se enterara de lo que había pasado, y si la llevaba al hospital probablemente la llamarían. A pesar de eso, la llevé y el doctor Lyon Chosmsky la atendió. Tuvieron que hacerle un lavado de estómago. Cuando despertó le preguntamos si Parker la había…

Su labio inferior tiembla y debe hacer una pausa.

—Dijo que no, dijo que no... Sin embargo, no fue ningún santo. Tam no quería verlo más. Terminó la relación y él se mostró de acuerdo. En algún punto acabaron en el baño. Tuvieron relaciones consentidas a modo de despedida, supongo, pero cuando finalizaron y ella quiso irse él le dijo que seguían siendo una pareja. La retuvo. Le gritó. La asustó. La trató como basura. La amenazó. Tal vez no fue abuso físico, pero psicológicamente… —Me muestra las palmas con impotencia—. Ella se desmayó por el alcohol ingerido y nos enteramos del embarazo cuando Lyon hizo los análisis de sangre. Él accedió a no llamar a mi madre cuando Tam le suplicó que no lo hiciera. El video ya se había viralizado para entonces.

Recuerdo a la chica que salía en él. Tenía una abundante melena negra. Gareth me explica que Tam se lo cortó para que no la relacionaran con ella. Pues el único que podía atar los cabos era Parker, pero él había bebido y consumido esa noche, y creían que apenas recordaba el encuentro.

Me cuenta que Vinca obligaría a Tam a continuar con el embarazo, que insistiría con tener a Parker en sus vidas, que si por ella fuera los casaría. Y cualquier opción diferente a esa derivaría en la mujer haciéndoles la cruz. A pesar de lo horrible que me parece que quiera imponer sus creencias sobre sus hijos, entiendo por qué Tam y Gareth se lo ocultaron; sigue tratándose de su madre.

Y nadie quiere perder a su mamá.

Es una situación complicada, llena de sentimientos contradictorios y sin escenarios felices. Gareth decidió sacrificar su carrera para que su hermana pudiera tomar la difícil decisión de abortar sin estar en el ojo público, sin perder a su familiar, sin tener a Parker acosándola… Se rompió para que ella pudiera conservarse en una pieza con grietas, pero una pieza al fin.

Creó e infiltró el nombre de Dove Brondel a la prensa.

—Y así es como terminamos aquí —susurra tras el silencio en el que me sumergí en mis pensamientos.

No me mira a los ojos. Contiene el aliento como si el alivio por soltar la verdad todavía necesitara de mi aprobación para ser sentido, así que me paso al asiento junto a él. Levanto su mentón con suavidad, pensando que ya mantuvo la cabeza gacha lo suficiente.

Deposito un beso en su frente.

—Eres el maldito empleado del mes.

De todas las cosas que esperaba escuchar, estoy segura de que esa era la última. Se le escapa una risa pequeña, confundida, tranquila y triste a la vez.

Lo atraigo hacia mi pecho y vuelvo a besar su frente. Sus brazos se ajustan con la fuerza de la honestidad a mi alrededor.

—Eres el hermano y el hombre del mes. Del año. De la vida entera, Gareth Glance.
 




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