Gareth
Un mes después…
—¿Estás nervioso, Gar-gar? —se burla Tam, dándome una palmada en el hombro mientras esperamos.
—No estoy ner…
—Claro que lo está —interrumpe Vinca, cruzada de brazos mientras examina la casa de Alodie—. Mirá cómo le tiemblan las manos. El flan se sacude más que una vagina que entró a un baño donde no hay papel.
—¡Mamá, por favor! —reprocho, observando la puerta todavía cerrada.
Paso a sostener con una mano el postre que me ayudó a hacer. No volví a contratar a nadie para que me cocinara y aseara el departamento, así que me está enseñando algunas cosas como seguir una receta sin prender fuego la cocina.
Saco el móvil y le envío un mensaje a Alodie.
Estamos afuera. Sálvame. Mi madre y mi hermana han unido fuerzas para atacarme.
Y tengo flan, por cierto.
—Quién lo diría, el gran Gareth Glance tiene miedo de conocer a la familia de la chica que le gusta. —La adolescente se asoma e intenta hundir un dedo en el postre, pero Vinca le da un manotazo.
—Tamara —gruñe—. Te preparé una fuente entera para ti sola y te la acabaste antes de venir. Resiste la tentación una hora.
Tam hace puchero.
—Pero está muy rico, nadie lo notará —ruega.
Vinca endereza la espalda, sin ceder cuando niega con la cabeza. Sin embargo, veo una pequeña sonrisa querer asomarse en su rostro.
Todavía estamos lejos de ser una familia como la que hubiera querido, pero hemos hecho progresos.
Por mucho que mi madre destestó a Parker en cuanto se enteró de cómo era su verdadera personalidad, no estuvo de acuerdo con el aborto. Sin embargo, guardó silencio. Su opinión se leyó en sus ojos cuando Tam le dijo que se haría el procedimiento. A pesar de eso, no la detuvo. Los gritos, las reprimendas y la cruz que creímos que iba a dejar sobre ella jamás cayó.
Tal vez se dio cuenta de que no es quién para decidir sobre la vida de su hija. Puede que haya sentido que ya no tenía derecho a opinar luego de haberme dado la espalda o de haber tratado a mi hermana tan mal en el pasado. Quizás, ambas opciones. No lo sabemos porque no nos explica su accionar, aunque sospecho que es para no herir los sentimientos de Tamara, quien ambos sabemos que ya pasó por mucho.
Aprecio que, si no tiene palabras de aliento, se quede callada. Sobre todas las cosas, que no la juzgue con la mirada como solía hacerlo.
Durante la operación aguardó junto a mí en la sala de espera, apoyando su mano sobre mi rodilla cuando me ponía inquieto por la falta de información. Bendito sea Lyon Chomsky por ser un buen doctor, porque todo salió bien. No teníamos motivos para alegrarnos porque al fin y al cabo un aborto es algo horrible, pero le agradecimos por haberle dado opciones y haber cuidado a la pequeña de la familia.
Mamá me permitió volver a frecuentar la casa, pero ahora que Tam decidió quedarse conmigo y Vinca no se opuso, solo vamos los domingos para almorzar. Los tres somos conscientes de que tenemos que hablar muchas cosas que sobrepasan lo que ocurrió esa noche. Por eso estamos intentando convencerla de ir a terapia familiar mientras busco algún psicólogo en el que pueda confiar.
Luego de que la confesión saliera a la luz, las personas volvieron a amarme: así, de la noche a la mañana. Son muy pocos los que analizan teorías del tipo «su hermana dijo eso para salvarlo, Dove Brondel existe y él sigue siendo un predador». He recibido una tonelada de disculpas, tanto de conocidos que me dieron la espalda como de fans, la prensa y los movimientos feministas. Me llueven propuestas de trabajo y mis seguidores en cada red social se dispararon cuando volví a habilitarlas.
Todos quieren sacar provecho de la noticia que está dando vuelta al mundo: Gareth Glance, el héroe que se sacrificó por el bienestar de su hermana.
Es abrumador y mis sentimientos son contradictorios al respecto. Las mismas personas que me desearon la muerte están pidiéndome conciertos. Al igual que pasó con mi madre, entiendo por qué se pusieron en mi contra. Yo también lo haría si una víctima saliera a acusar a un artista. A pesar de eso, me cuesta saber en quién confiar. Todos están desesperados por conseguir una premisa de la historia, motivo por el cual contactar con un psicólogo ha sido tan difícil.
Por ahora, me enfoco en disfrutar que Tam está bien, que mi madre volvió a hablarme y que conoceré oficialmente a la familia de Alodie. Ya habrá tiempo para saber qué quiero hacer con mi carrera, lo cual será todo menos entregársela a Orson, quien volvió arrastrándose.
Sadie, al igual que él, se disculpó. Me pareció más sincera que su nuevo marido, pero los dos pueden ir a visitar a mi padre al infierno un rato.
Mi teléfono vibra, sacándome de mi ensimismamiento:
Me divierte saber que tu familia te tortura un poco.
Te permitirán entrar, pero solo por el flan.
La puerta cruje cuando Carly se asoma al abrirla. Sus coletas se inclinan hacia un lado cuando ladea la cabeza, inspeccionándonos. Por un momento contengo la respiración. La última vez que la vi fue en la playa. Temo, porque sería perfectamente comprensible, que me asocie con un mal recuerdo.
—¿Señor de la jirafa? —pregunta, rememorando en su lugar cuando hicimos una torre humana con su tía—. ¿Acaso eso es flan? —Se pone en puntillas de pie y estira el cuello para olfatear el caramelo con el que bañé el postre.
—Hecho especialmente para ti. —Me inclino para que lo huela mejor y, sin preguntar, hunde un dedo antes de llevárselo a la boca.
—¡Hey, ¿a ella no le dirán nada?! —Se queja Tam—. ¿Por qué puede hacerlo y yo no?
Vinca, todavía cruzada de brazos, le sonríe enternecida a la cría a pesar de que dirige sus palabras a mi hermana:
—Porque tú estás grande.
Tamara refunfuña, pero no puede ocultar que también le parece adorable Carly. Es entonces cuando la pequeña me toma de la mano y me arrastra dentro de la casa, donde la nana dormita en una mecedora. Mi familia me sigue, cerrando la puerta tras nosotros.
—¡Tía Al, llegó el señor que te quiere fechundar!
Mi madre se ahoga con su propia saliva y Tam reprime su risa cuando el hombre que hay en la sala abre los ojos de par en par. Debe ser Fabricio.
Wow, es muy pálido. Parece un vampiro.
—Bue-buenas tardes —dice avergonzado al saludarnos con un beso en la mejilla en lugar de un apretón de manos—. En mi defensa, su educación no estuvo a mi cargo los últimos tres meses.
—Sí, claro, ahora no eres responsable de que sea una pervertida que no sabe deletrear. —Marine se acerca limpiándose las manos con un repasador antes de echárselo al hombro—. Bienvenidos. Alodie está cambiando al otro ser humano que parí, bajará en un segundo, ¿me ayudan con el almuerzo mientras tanto?
Vinca emprende el camino a la cocina arrastrando a Tam con ella. La hermana de mi jefa aprieta con cariño el brazo de la adolescente cuando esta la saluda, exponiendo que conoce su historia. Fabricio me quita el postre de las manos con amabilidad y las sigue mientras le explica a Carly con ejemplos de animales lo que en verdad quiere decir la palabra fecundar.
Sin embargo, Marine se queda en su lugar.
—¿Gareth? —pregunta.
Espíritu Santo que estás en el cielo, ayúdame.
Y papá, deja de reírte.
Me aclaro la garganta.
—Estoy aquí.
Se acerca y no puedo evitar sentir nerviosismo. Le debo una disculpa por exponer a su hermana y a su hija a esos borrachos. También por llenar su patio con paparazzis. A su vez, una parte de mí sigue insistiendo en que me debo defender aunque los últimos hechos demuestren que no.
No quiero que piense que soy un mal hombre y una amenaza para su familia. Quiero ser digno.
—Es un gusto conocerte, lamento que no puedas decir lo mismo. —Escondo las manos en los bolsillos de mis jeans—. Siento mucho que…
Me sorprende cuando envuelve sus brazos a mi alrededor.
—Gracias por ser uno de los buenos —susurra—. Y lo sentimos los dos. Debí confiar en lo que Alodie veía en ti. Como ves, yo no veo un carajo.
Antes de que pueda corresponderle el gesto, se aleja. No parece el tipo de mujer que da muchas muestras de afecto, y que me dedicara una logra que se forme un nudo en mi garganta a pesar de que hizo un chiste sobre sí misma para aligerar el ambiente. Ni siquiera sé qué decir, pero, aunque no pueda verme, tengo el presentimiento de que entiende cómo me siento.
—Ahora, mueve el trasero a la cocina —ordena al enderezar los hombros—. Los tomates no se cortarán solos.
Reprimo una sonrisa.
—A sus órdenes, jefa.
Se marcha y estoy por ir tras ella cuando alguien se aclara la garganta desde la cima de la escalera.
—¿Acaso quieres volver a ser amenazado con el pico de silicona de un biberón? ¿Cómo te atreves a llamar «jefa» a alguien más?
Y ahí está, con sus brazos envueltos alrededor del bebé cuyo nacimiento nos unió en primer lugar; mi verdadera jefa. Mi única. Mi ladrona.
Mi Alodie.
Con suerte, mi novia si acepta la propuesta que estoy por hacerle.