Epilogo

—Mami —salto la niña a los brazos de su madre.

Aquella era la noche de Navidad

—Mi hermosa niña —Damiana la beso en sus mejillas. La coloco en sus piernas—, ya deberías estar dormida.

—No puedo dormir —soltó haciendo un puchero—, estoy emocionada por la navidad que no puedo pegar un ojo.

Empezó a bostezar.

—Deseas que te cuente una historia de navidad —habló Damiana mientras la cubría con una manta.

—Si.

—Está bien —empezó a narrar—. Era el 24 de diciembre en el Polo Norte y los elfos se apresuraban a empaquetar los últimos regalos.

—¿Los elfos ayudan a Papá Noel con los regalos?

—Claro que si —continuo—. Papá Noel ya estaba preparado para partir en su trineo tirado por sus nueve renos… ¿Sabes cómo se llaman sus renos?

La niña negó con la cabeza.

—Trueno, Relámpago, Juguetón, Cupido, Cometa, Brioso, Bailarín, Acróbata y, por supuesto, el famoso Rodolfo, el reno de la nariz roja. Papá Noel comprobó que todo estaba listo, cogió las riendas del trineo y ordenó a los renos: ¡Levantad el vuelo, esta noche llevaremos regalos e ilusión a todos los niños del mundo!

—Si… —levanto las manitas.

—Emprendieron vuelo entre estrellas fugaces y auroras boreales. Sin embargo, cuando Papá Noel sacó su brújula para comprobar que iban por buen camino, se dio cuenta de que se había roto.

—Papá Noel no podrá entregar los regalos —soltó la niña con un puchero.

—– ¡No puede ser! se lamentó desesperado. ¿Cómo encontraré el camino en esta oscuridad? Rodolfo salió en su ayuda. Con su hermosa nariz roja empezó a guiarlo en la oscuridad y encontrar el camino. Así pusieron rumbo a la primera casa, donde un niño esperaba ansioso su regalo.

—Rodolfo es el mejor trineo.

—A Rodolfo le costaba ubicarse en medio de la oscuridad, pero tenía tanta ilusión por llevar los regalos que dirigió el trineo sin problemas. Empezaron a repartir los regalos. Llegaron a una casa muy pequeña donde había muchos niños, entraron por la chimenea y al mirar a su alrededor vieron un salón frío, con pocos muebles y en un rincón un pequeño árbol de Navidad casi sin adornos. Papá Noel dio una palmada y dijo: ¡Que sea un salón perfecto! Y al instante, aparecieron unos muebles preciosos y un gran árbol con adornos y luces de todos los colores. Entonces, dejó los regalos en el árbol y salió sin hacer ruido y continuó repartiendo los regalos por todas las casas de la ciudad. Entró por chimeneas grandes, pequeñas, altas y bajas, llevando la ilusión allí donde menos la esperaban. Cuando terminó de repartir los regalos, Papá Noel miró a sus renos, les dio las gracias y le dijo a Rodolfo: Guíanos de vuelta a casa. El camino de regreso se hizo muy corto y al llegar se encontró en la puerta a todos los elfos con un pequeño regalo. Papá Noel lo abrió y se rió. ¡Ja, ja, ja! Gracias por esta brújula tan bonita, pero tengo la mejor de todas: ¡Rodolfo! El reno se acercó y le acarició el brazo con su gran nariz roja. Los dos sabían que a partir de aquella noche se volverían amigos inseparables.

Cuando Damiana termino de contar la historia, se dio con la sorpresa de que Damaris se había dormido en sus brazos.

—Veo que le gusto el cuento —soltó Marco mientras ingresaba a la sala.

—Estaba demasiada cansada —añadió y vio como Marco la sujetaba en sus brazos delicadamente como para que no se despertara—, aunque no quería admitirlo.

—La llevare a su habitación.

—Espera —soltó Damiana mientras se acercaba a ellos—, es noche buena, me gustaría dormir con ella.

—Entonces la llevare a nuestra habitación —beso la frente de su esposa.

—Gracias —lo sujeto del brazo y empezaron a subir las escaleras. La acomodaron en el centro de la cama y ambos se acostaron a su lado. La cubrieron con las mantas y besaron la cabeza de Damaris.

—Feliz navidad mi princesa —habló Marco.

—Feliz navidad hijita —Damiana sujeto la mano de Marco y se quedaron dormidos. Sin duda alguna era una hermosa vista de la familia que tenían. La familia que siempre habían deseado. Y todo gracias al deseo de navidad de una pequeña.

Siempre había deseado tener una mamá.

Una mamá para navidad.

Fin