Una Mujer Muy Especial.

Prólogo

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Natalia se encontraba sentada en su litera de la planta alta de la central de bomberos, trenzándose el cabello. Acababa de darse una ducha para quitarse el sudor y el olor a humo que siempre le quedaba impregnado en el cuerpo luego de dar un servicio. Aunque su melena no era muy larga y apenas le llegaba a los hombros, siempre usaba apretadas trenzas francesas, para no dejar un solo cabello suelto, pues era peligroso traerlo así durante los servicios de auxilio, quizá sería más práctico cortarlo, pero una sana vanidad y coquetería femenina le impedía tomar esa decisión tan drástica. 

— Lo bueno es que no estuvo tan pesado esta vez. — La voz de Adalberto, un compañero, la hizo levantar la vista.  

Él se sentó en la litera de enfrente, y se inclinó a atarse las botas. 

— Llegamos a tiempo, afortunadamente. — Respondió Natalia con una sonrisa complacida. — Me alegra que, por la hora, no hubiera nadie en el local que se estaba incendiando. Odio cuando hay heridos. O algo peor... 

— A ninguno nos gusta que haya víctimas. — Asintió él, ahogando un bostezo. Miró su reloj de pulsera y se recostó en la litera. — Estoy agotado, me voy a echar una pestañita en lo que llega otra llamada. 

Ella asintió en silencio y miró la hora en su teléfono celular, eran apenas las 3 de la madrugada. Soltó un suspiro y se puso de pie, caminando hacia la ventana. A pesar de que la estación de bomberos se encontraba en el corazón de la ciudad, el tráfico era mínimo, por la hora, y no se veía una sola alma en la calle. Una sonrisa se esbozó en sus labios. Aunque ella también se sentía agotada, no quería acostarse a descansar, intuía que no iba a haber tranquilidad y prefirió mantenerse alerta al cien por ciento. Adoraba su profesión y siempre se esforzaba por dar su mayor esfuerzo. Ya descansaría al día siguiente, una vez que terminara su jornada. 

Soltó un suspiro y caminó hacia la cocineta a servirse un café, ahí había un par de compañeros más, conversando. 

— Hay noches muy tranquilas. — Dijo uno de ellos, mirando el fondo de su taza. — Pero esta, definitivamente, no es una de ellas. 

El otro soltó una pequeña risa desganada. 

— Suele suceder. — Dijo encogiéndose de hombros. 

Natalia se sentó ante la mesa, con la taza en la mano. 

— ¿Por qué será que hay tantos llamados? 

— Quién sabe. — Respondió el primero. — Ya los peritajes dirán lo que está pasando. 

— ¿Queda café? — Dijo Susana, otra compañera, entrando a la cocina.  

— Media jarra. — Indicó Natalia señalando hacia la cafetera.  

— Bien. — Asintió Susana. — Me toca la guardia en el teléfono. Así que mejor me llevó mi ración de cafeína. 

— Después de ti me toca a mí. — Indicó uno de los compañeros. — Siempre y cuando no haya otra emergencia antes y nos demoremos en regresar. 

— No hay problema, yo te cubro. — Señaló Susana mientras se dirigía a las escaleras. — Ya sabemos cómo es esto. — ¡Nos vemos al rato! 

Justo en ese momento sonó la alarma haciendo que todos se levantaran rápidamente de sus sillas y corrieran a ponerse el equipo para ir a atender otra emergencia. 

— ¡Vamos! ¡Vamos! — Gritó el capitán de su unidad, mientras todos se terminaban de preparar en tiempo récord, dirigiéndose hacia el tubo por donde se deslizaban hacia el estacionamiento de la planta baja. 

Menos de cinco minutos después, Natalia y sus compañeros estaban arriba del camión, sujetándose con firmeza y las sirenas del carro de bombero sonaron estridentemente mientras la unidad salía a toda velocidad hacia otra contingencia. 




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