La mesa redonda y mediana que ocupaba el centro del comedor estaba puesta: tres cubiertos con su respectiva vajilla –que tampoco era la gran cosa, pero bueno–; tres copas de vino y tres pequeños vasos de agua. Un centro de mesa con una sencilla orquídea para dar un toque de distinción a una comida más bien campechana.
Parecía que a los amienemigos no les importaba mucho compartir una cena en absoluto. Supuse que el hambre podía más con ellos que cualquier atisbo de camaradería.
–Tomen asiento, señores –grité, desde la cocina–. Que la mesa está servida.
Para cuando entraba al comedor con la bandeja que contenía la cena, ni Tristán ni Alekséi se habían sentado todavía. Cada uno andaba un poco disperso a lo largo de la sala. Tris, mirando distraídamente por la ventana y Aleks, sin apuro de disimular su molestia, arrimado a uno de los estantes con la mirada perdida en la absoluta nada.
–Caballeros –llamé la atención, nuevamente–. A la mesa, que esta cena no se va a comer sola.
Tanto Tris como Aleks sonrieron con mi ocurrencia y se acercaron sin muchas ganas evitando entre ellos el contacto visual.
–Se me olvidó traer el vino –recordé, en voz alta, una vez que deposité la bandeja en la mesa–. Regreso enseguida.
Noté de inmediato que ambos me miraron con cara de «ni se te ocurra dejarnos solos a los dos aquí». Entendí el mensaje entre líneas y corregí la trayectoria antes del desastre.
–Aleks, ¿me haces el favor? –me referí a él porque era el más familiarizado con la ubicación de los enseres de cocina. En especial, del vino.
–¿Cabernet Sauvignon? –preguntó Alekséi, tras levantarse inmediatamente de la mesa.
–Tú lo sabes –si hay alguien que conoce qué tipo de vino maridar con cualquier clase de comida, ese es, sin duda, Alekséi.
–Vuelvo enseguida.
Tristán me veía de soslayo mientras la que tomaba asiento era yo, y miró de igual forma a Alekséi hasta que este se perdió detrás de la puerta de la cocina.
–Me has hecho una mala jugada, Gala –me reclamó en voz baja, acercándose hacia mí, para asegurarse de que lo oyera–. Y no te la voy a dejar pasar.
–¿De qué me hablas? –dije, hecha la que no me enteraba de nada.
–No te me hagas la loca –respondió Tristán, un tanto alterado, pero conservando el timbre de voz bajo–. Si Alekséi tiene un estudio, pues yo también quiero uno para mí.
–¿Un estudio? –pregunté de manera inconsciente. Me arrepentí de inmediato–. ¿Como para qué?
–La pregunta ofende, Galatea –dijo Aleks, echándose para atrás, al espaldar de su silla–. Te recuerdo que yo también soy artista.
En realidad, no había nada en el mundo capaz de borrar ese recuerdo de mi memoria. Claro que Tristán era artista. O, al menos, lo intentaba. Lo que no recordaba muy bien era en qué disciplina del arte trabajaba… hoy en día.
–¿Y se puede saber a qué te dedicas ahora, Tris? –pregunté, en tono sardónico–. ¿Al dibujo con modelo?, ¿a los títeres?, ¿al teatro kabuki?
Escuchamos la puerta de la cocina abrirse con cautela. En realidad, Alekséi se había demorado demasiado. Yo me atrevería a decir que lo hizo a propósito.
–Hablamos más tarde –susurró mi interlocutor, mientras simulaba aclararse la garganta, para beber, luego, un bocadito de agua. Hice lo mismo, para variar.
–Perdón por la tardanza –dijo Aleks, en su tono habitualmente solemne–. Y espero no haber interrumpido.
Tristán suspiró sonoramente y yo no dije nada. Esperé pacientemente a que Aleks abriera la botella y sirviera, él mismo, el vino en nuestras copas. Vaciló un instante antes de acercar el pico de la botella a la copa de Tris, cuando este extendió su mano estilizada sobre esta, para impedir que su adversario imaginario le sirviera.
–Ya no bebo, gracias –dijo Tristán a Aleks, clavándole, quizás por primera vez, la mirada.
Aleks no pudo evitar sacar los ojos y emitir una minúscula risotada que duró lo que un suspiro, todo ello, con una enorme cara de incredulidad que no tuvo precio.
–Y tú, Galatea, ¿también te pasaste al bando de los abstemios? –preguntó Aleks, antes de verter el vino en mi copa.
–Ni aunque mi vida dependiera de ello –respondí, con media sonrisa y guiñándole el ojo, ustedes saben, para romper el hielo.
Aleks sirvió la copa hasta la mitad e hizo lo mismo con la suya. Acto seguido, se sentó.
–¿Nos haces los honores, Tris? –de ninguna manera iba a comportarme como la mamá gallina de esos dos, no solo cocinándoles, sino también sirviéndoles la cena. Que colabore un poco Tristán, para variar.
–No soy muy bueno repartiendo comida, Galita –se excusó Tris, mirando a algún punto fijo frente a él, un tanto chorreado en su silla.
–Ash… Ni que fuera alguna disciplina artística –susurró Aleks, lo suficientemente fuerte como para que todos lo oyeran.
Yo me quedé de piedra.
La ‘indirecta’ de Aleks operó como un chute de adrenalina para Tristán, que se espabiló en el acto, dispuesto enseguida a levantarse de la mesa, quién sabe con qué intenciones de porquería.
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Editado: 29.10.2023