“Había que darle algo de crédito a Cosme Bravata: sus trazos son precisos, a la usanza de los grandes maestros del Renacimiento. Ahora, que los temas elegidos para pintar no sean muy originales no es ninguna novedad. Retratos de mujeres hermosas, jóvenes en su gran mayoría, desnudas algunas y vestidas las menos, dan cuenta de lo tradicional de su postura frente a la pintura, aspecto que ha sido ampliamente criticado por el sector más progresista del mundo del arte capitalino, que ve en su obra el trabajo indiscutible de un genio de la pintura que destaca fundamentalmente en el aspecto técnico, pero que carece de la visión contemporánea y de la creatividad necesaria para ir más allá del virtuosismo manual, en detrimento de una postura más intelectual y crítica frente a los clásicos problemas de la representación de la figura humana en las artes, y en particular, de la representación del cuerpo femenino”.
Oh, rayos, si continúo en esa línea, más me vale que el reportaje se publique después de realizada la entrevista o Cosme Bravata no solo me prohibirá la entrada a la totalidad de sus muestras en el futuro, sino que me declarará invitada non grata de por vida.
Y no queremos eso, Galita. No lo queremos.
Así que tendré que suavizar un poco mi pluma, si lo que quiero es congraciarme con el pintor vivo más destacado de mi país, y al mismo tiempo, ser lo suficientemente incisiva para conservar mi trabajo, sin parecer que le estoy lamiendo las botas al Maestro y a mi jefa por turnos y en el proceso.
Pero, no nos digamos mentiras. En serio, Maestro: ¿pintar mujeres desnudas?, ¿qué es esto?, ¿el siglo XIX? Afortunadamente, Alekséi no ha heredado esos ‘vicios’ de su Jesucristo particular.
O, al menos, que yo sepa, no practica ese anacrónico arte… en público.
Me hallaba totalmente embebida destripando el trabajo artístico de los demás en lugar de cultivar mi propio arte, tanto que no me percaté de que alguien, que no pude avanzar a distinguir a primera vista, se me acercó por la espalda como un ninja, y como un ninja también, interceptó mi recorrido hacia la siguiente sala.
–¿Nos conocemos, querida? –no me creerían si les dijera que me hallé, en ese momento, de manos a boca y cara a cara frente al objeto de mis deseos, al menos, en aquel preciso momento.
–Maestro –dije, y no dejó nunca de temblarme la voz cuando abrí la boca–. Mi nombre es Galatea Molinari. Es un honor conocerlo.
Y le estreché una mano que nunca me fue ofrecida en primer lugar, pero que la caballerosidad del Maestro Bravata tampoco le permitió negármela.
–De modo que no nos conocemos –no había molestia en su potente voz, sino picardía–. ¿Y se puede saber cómo logró colarse en esta exposición, la señorita?
Un cimbrón en mi columna vertebral activó un chute de adrenalina, tenía que pensar rápido, antes de que el volátil temperamento del Maestro mutara de pícaro-sugar-daddy-seductor a divo-burlado-que-llama-a-seguridad-para-que-se-lleven-a-la-intrusa. Pero como soy pésima en el misterioso arte de la mentira improvisada, tuve que esperar a que alguien me salvara del problemón en el que me había metido, cual damisela en apuros que me había convertido desde… vamos, desde que tengo uso de razón, pues.
–¿Ya conociste a la Jefa, Cosme? –admitámoslo. Siempre he amado la cadencia suave de la voz de Aleks, pero esta vez, no solo la adoré, sino que le agradecí al cielo su existencia–. Espero que no te moleste que la trajera conmigo esta noche.
El hecho de que el –hasta ahora– inalcanzable Alekséi Galvés posara su brazo alrededor de mi cuello para marcar pertenencia y dejar claro su territorio me sorprendió todavía más que la serendipia de su presencia en el momento exacto en el que estaba a punto de ser expulsada de la casa del más famoso pintor capitalino y con ello perder mi pasaporte a la consagración profesional como periodista cultural.
–Lo que me molesta es que no me la hayas presentado –admitámoslo también: todavía hay mucha leña que cortar de ese árbol que es Cosme Bravata. Sesenta y tantos con cara de cincuenta y pocos (o hasta menos), cuerpo de atleta, cabellera abundante y un par de manos que te dejan muerta. No me extraña que su actual esposa (la segunda o la tercera, no estoy segura) sea una coqueta chica costarricense de mi edad–. ¿Y qué es eso de “la Jefa”, por cierto?
–Es un apodo de juventud –me apuré a decir, quitándole importancia al asunto.
–¿Se conocen desde hace mucho? –preguntó Cosme Bravata, inquisitivo.
–Desde la universidad –respondió Alekséi, diligente.
–¿También eres artista? –fue la pregunta que hizo el Maestro. Y la respuesta a esa pregunta era capciosa: no era sí, pero tampoco era no.
–No, no, no –me apuré a decir. Idiota de mí–. O sea, nos conocimos en una universidad de la que Alekséi prefiere no hablar.
–Cuando ambos cursábamos la carrera de publicidad –un momento: eso no me lo esperaba. ¿Alekséi Galvés admitiendo su vergonzoso pasado?–. No te preocupes, Jefa. El Maestro lo sabe todo.
–No hay secretos entre nosotros –complementó Cosme–. Los únicos secretos que guardamos los pintores son los de oficio… y de mujeres.
Se notaba que el señor Bravata podía ser un tipo muy educado y hasta galán, si se lo proponía, pero definitivamente estaba bastante atrasado en temas de igualdad de género, lo que reforzaba mi teoría sobre su trabajo con desnudos femeninos.
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Editado: 29.10.2023