Galatea recogió los platos sola esa mañana, y a solas también los lavó. Luego de aquello quiso, más de una vez, llamar a la puerta de Alekséi, pero nunca pasó de ser una mera intención. Su indecisión le salió cara, ya que antes de que el almuerzo estuviera listo escuchó unos pasos resueltos aproximarse a la puerta principal. Esta se abrió y se cerró de inmediato.
Y luego, el silencio.
«El almuerzo está listo», fue lo que escribió Gala al grupo Roomies, que había creado en Whatsapp para el efecto y otros más.
«Disculpa, Galita, tengo que salir», fue todo lo que escribió Tris, del otro lado de la línea. «Siento no habértelo dicho».
Aquello comenzaba ya a parecerse a una maldición.
«¿Tú qué dices, Aleks?», preguntó Gala, también en el chat general.
Aquella pregunta solo obtuvo una respuesta. Acertaron: silencio.
A Galatea le constó que Alekséi había leído los mensajes, a juzgar por el doble visto azul en el chat. Pero no importaba, porque el susodicho no se dignó en contestar.
De modo que Galatea se sirvió el almuerzo sola, aquella tarde, y lo llevó a su habitación para poder ver un capítulo de Bo Jack Horseman mientras comía. Un episodio se convirtió en tres y, al cabo de una hora y media, Galita se percató de que había estado mirando mucha más televisión de la que se podía permitir en el lapso de un día.
Miró el reloj del teléfono, como por defecto, y también automáticamente revisó su Whatsapp. Un par de mensajes en cadena, de aquellos que solían mandar sus padres y a los que Galatea reaccionaba con un emoji o dos como para fingir que los había visto o leído.
Sin pensarlo siquiera, Galatea revisó el chat de Roomies, otra vez, a sabiendas de que iba a encontrar exactamente la misma tanda de mensajes que habían quedado dos horas atrás.
Pero se equivocaba.
Porque había otro mensaje en aquel chat. Uno que atravesó la glándula pineal de Gala, su pecho y su plexo solar, como si de un tridente se tratara:
«Alekséi Galvés ha abandonado el grupo».
Galatea dejó a un lado de la cama su plato vacío, corrió sin meditárselo ni un segundo escaleras abajo hasta dar con la puerta del estudio de Alekséi. Su primer impulso fue abrir la puerta sin tocar, pero se contuvo.
Necesitó respirar profundo un par de veces antes de llamar con decisión a la puerta.
No obtuvo respuesta.
Insistió, no una, sino tres veces, para encontrarse, una y otra vez, con un silencio cada vez más voraz.
Galatea hizo lo que una casera jamás debería hacer, salvo por asuntos de emergencia doméstica. Trepó de nuevo a su habitación y abrió el primer cajón de su velador principal, en el que guardaba el original de las llaves de la casa. Buscó con determinación aquella que estaba marcada con el número diez, correspondiente al estudio principal de la planta baja.
Esta vez sí se la pensó dos veces. Si Alekséi la encontraba, sería una flagrante invasión a su privacidad. Algo que un hombre como él jamás perdonaría.
Galatea decidió entonces un último acto racional, antes de arriesgarse al repudio final de su inquilino estrella: le escribió.
«Hola, Aleks, vi que abandonaste el grupo de Roomies». Esta fue la primera frase que Gala tipeó, justo antes de completar la idea y enviarla. «Quisiera saber si todo está bien, por favor».
Ella se detuvo un par de minutos a contemplar el mensaje, a analizar su semántica, para comprobar que no fuera ni demasiado pasivo-agresivo ni demasiado laxo, tanto que pareciera despreocupado o forzado.
Al fin, se decidió a enviarlo.
Comprobó que el mensaje se había mandado, pero solo halló un sencillo visto gris junto al texto escrito.
«Tiene su celular apagado», fue lo que pensó Gala cuando pasaron más de veinte minutos sin que el visto pasara de sencillo a doble.
«Bueno, se hizo el intento», fue lo que se dijo a sí misma Galatea para autoconvencerse de que lo correcto y lo ético era invadir la privacidad de su huésped preferido para sonsacar qué rayos le pasaba.
Necesitaba señales, alguna prueba que hallar.
Salió de su habitación y esta vez Gala descendió los escalones con mucho menos ímpetu que la primera vez. Tomó la llave del estudio y con ella abrió la puerta con sigilo.
Dentro del taller todo parecía suspendido en el tiempo. En la esquina sur se hallaba un caballete sobre el que descansaba un lienzo que para Galatea era conocido. Se trataba del cuadro que Alekséi había iniciado apenas un par de días atrás. La villa y los coco cumbis, y junto a la puerta, una figura femenina, alta y delgada como un junco, mirando distraída hacia los rosales salvajes que necesitaban con urgencia unas tijeras de podar.
Era ella, el cuadro de ella. Y Alekséi lo había abandonado.
Galatea salió de su sopor tras observar detenidamente el lienzo a medio acabar, porque el tiempo apremiaba, y porque necesitaba, todavía, respuestas.
Tomó la llave número once, que correspondía a la habitación de Alekséi, pero no tuvo necesidad de usarla porque esta cedió inmediatamente al encontrarse ligeramente abierta.
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Editado: 29.10.2023