–Hola, Galatea –dijo Aleks, con esa media sonrisa y esa voz sospechosamente baja, que a ella siempre le había parecido más una señal de seguridad en sí mismo que de debilidad–. Me alegro de verte.
Gala no supo qué hacer en ese momento, salvo paralizarse. La verdad, hubiera querido arrojarse a sus brazos y perdonárselo todo, pero algo en su cuerpo se lo impidió. Probablemente, era su cuerpo, por entonces, el único aliado de su dignidad.
–Hola, Aleks –Galatea se mantuvo a una prudente distancia. Un metro, quizás. Atinó simplemente a levantar a medias su mano derecha y sacudirla en gesto mecánico, mientras le era imposible fingir una sonrisa que no sentía que era correcto emitir.
Al final terminó sonriendo, claro, con mucha más melancolía que felicidad.
Una vez terminado el saludo más anticlimático del mundo, Galatea suspiró y bajó la cabeza, para situarse, de nuevo, junto a Cosme Bravata, a esperar pacientemente los que fueron, de largo, los tres minutos más incómodos de su vida.
Por su parte, Alekséi se quedó ahí, plantado, con los brazos semiabiertos, que se quedaron huérfanos de alguien a quien abrazar. Su incomodidad se hizo patente cuando se le borró la media sonrisa, devolvió las manos a sus bolsillos y regresó a apoyarse casualmente en la baranda de la terraza.
–No hemos tenido tiempo de felicitarte por tus premios –aquel era Cosme, por supuesto–. Tendrás que celebrar con nosotros y una copa de vino.
Y, en efecto, había una botella de Cabernet Sauvignon en uno de los descansillos de la terraza, pero hacía falta una copa más, que no había.
Gala sonrió enseguida sin saber muy bien dónde meter la cabeza. Así que decidió hacerlo en su celular. Porque este vibró. Sin embargo, no avanzó a contestar, ya que fue interrumpida por un par de señoritas de no más de veinte años que se le habían acercado, como ninjas, por su costado.
–Disculpe –la más menudita fue la que se atrevió a topar el hombro de Gala–, ¿usted es Galatea Molinari?
–Sí, soy yo –Gala se volteó, sorprendida por la pregunta, y su ansiedad se disparó enseguida. Su yo aprensivo le dijo que estuviera atenta a cualquier broma de mal gusto que creía, en su total incredulidad, que alguien se la estaba jugando.
–Somos sus fans –dijo la otra chica, visiblemente risueña y emocionada–. Es un honor conocerla.
Era la segunda vez que alguien en aquella fiesta se sentía honrado con su presencia. Eso bastó para que Gala irguiera inconscientemente los hombros y se espabilase un poco, aunque no tanto como lo hubiera querido.
–Si nos pudiera firmar su libro le estaríamos muy agradecidas –dijo la otra, de una manera un tanto atropellada.
Gala aceptó gustosa, no solo firmar el libro, sino también tomarse unas cuantas selfies con ellas.
–Etiquétenme en las fotos para repostearlas, por favor –dijo Gala, una vez que aprobó visualmente las imágenes, se despidió de las chicas, mientras estas le decían:
–Sus historias nos han inspirado mucho para dedicarnos también a la escritura –dijo una de ellas, también bastante emocionada–. Usted ha sido un ejemplo e inspiración para nosotras.
–Queremos ser como usted, cuando tengamos su edad –dijo desacertadamente la otra.
–No, no quieres –dijo Gala, medio en broma, medio en serio–. Todo lo que he escrito me ha costado muchas lágrimas –y quiso regresar a ver a Alekséi para chequear su reacción, pero no pudo–. Ustedes no tienen que pasar por eso, necesariamente.
Sin embargo, una vez que se despidieron las chicas, fue Alekséi quien habló:
–Ahora eres famosa, Jefa.
–Ya iba siendo hora, ¿no crees? –Gala no quiso sonar mordaz, pero tampoco pudo evitarlo. Tan solo le salió así, al natural.
Un toqueteo insistente sorprendió a Gala por la espalda, era Mara.
–Te están esperando para la entrevista.
–¿Cuál entrevista? –al parecer, Gala se lo había olvidado por completo, pero lo recordó enseguida–. Oh… sí, ya me acordé.
Era la periodista millenial de Gatopardo, que había pedido cita con dos semanas de anticipación. Galatea había revisado personalmente la lista de preguntas antes de decir que sí.
Aquella noticia fue, por cierto, un bálsamo para su precaria salud mental en aquel preciso momento.
–Si me disculpan –dijo a los presentes, y se dispuso a irse.
Tomó de la mano a Cosme Bravata, quien le había ofrecido la suya primero. La estrechó con cariño y él hasta le dio un beso. Galatea respondió al maestro con una última sonrisa tristona. Luego, dirigió sendas miradas de despedida tácita a dos de los presentes.
El cuarto asistente fue olímpicamente ignorado, por supuesto.
–Que tengan una buena noche, señores. Hasta luego.
Y Galatea se retiró con la misma gracia con la que había entrado, incapaz de dirigir siquiera media mirada a Alekséi Galvés, y enormemente agradecida a Mara por haberla rescatado de tan penoso encuentro para ambos.
Mientras se alejaba, pudo respirar, al fin, tranquila. Pero solo por unos segundos. Enseguida, ese malestar indefinido la volvió a poseer, pero, esta vez, revestido de un ligero aire de orgullo.
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Editado: 29.10.2023