Daniel al terminar su jornada laboral fue directo a su departamento, y por primera vez en diciembre renegó por el cansado tráfico que había producto de las compras decembrinas.
Era muy común ver en las calles a niños pidiendo caridad, pero en época navideña eso se incrementaba. Una niña andrajosa aprovechando que los vehículos no se movían se acercó a su Maserati para pedirle una moneda.
La miró con fijación y esa pequeña tocó su corazón, removió las fibras de la sensibilidad algo que nunca le había pasado. Monedas no tenía, por lo que sacó de su billetera un billete de $20 dólares y se lo dio, a cambio recibió una hermosa sonrisa, no sabía cómo explicarlo, pero la sonrisa de aquella pequeña le recordó a la de su sobrina, vio como aquella niña salió corriendo, siguió su trayecto y pudo observar que la pequeña entregó ese billete a una mujer joven, que tenía a su lado a dos niños más, fue testigo de la alegría que causó tener ese billete de esa denominación a esa gente, que pernoctaba en las afueras de la entrada de un almacén.
Pudo entender que esos $ 20 dólares que para él no eran nada, para otros eran una pequeña fortuna. El tráfico iba avanzando poco a poco dándole tiempo para seguir con la mirada a dónde iba la niña junto con aquella mujer y los otros niños, se quedaron en un agachadito y eso a él le alegró, pero a la vez lo entristeció.
Se demoró en llegar a su departamento llegó muy cansado y con sentimientos desconocidos.
Cuando ingresó al mismo se sorprendió al ver que las luces bajas estaban encendidas, de inmediato supo quién era, puesto que las únicas personas que tenían las llaves para ingresar eran Amanda y su madre, pero su madre no estaba en la ciudad así que la primera opción era correcta.
—¡Baby! —chilló yendo a recibirlo—. Demoraste en llegar, llevo como dos horas esperándote, aburrida como una ostra. ¿Dónde estabas?
—No sabía que vendrías, además el trafico está insoportable —dijo apartándose de ella.
—Ay si —mencionó sin darle importancia—. Vine a que vayamos con los muchachos a la zona rosa —comentó halándolo del brazo sin preguntarle si quería, si estaba cansado o si simplemente se le antojaba descansar, por lo que Daniel se molestó.
—Amanda no tengo ganas, si quieres ve tú yo esta noche me quedo en casa.
—¿Qué te pasa? Estás extraño desde la tarde que nos vimos —reclamó.
—No me pasa nada es solo que simple y sencillamente, me estoy hartando del ritmo en el que estoy llevando mi vida.
—¿De qué hablas? —se extrañó increpándolo. —Ay baby —dijo con voz infantil se acercó a él y lo abrazó de la cintura. —Estás sentimental —se burló—. Nuestras vidas son perfectas, tenemos todo lo que queremos, nada nos falta podemos comernos el mundo si así lo deseáramos.
—Sí son tan perfectas que estamos vacíos por dentro —masculló mirándole a los ojos, ella se extrañó por sus palabras. —Hoy me hicieron una simple pregunta que no supe que responder.
—¿Daniel es en serio?
—Amanda ¿Qué significa para ti la Navidad? —preguntó.
Ella sonrió con una dulzura que no tenía, los ojos le brillaron juntó sus labios y después respondió—: Pues regalos, tiempo de pasar con los amigos la familia, las fiestas, las reuniones, viajes por todo el mundo —farfulló haciendo mímica y hasta imaginándose.
Daniel sonrió.
—Claro —susurró.
—¿Por qué? ¿qué pasa?
—Hoy viniendo para acá una niña de unos ochos años aproximadamente se me acercó y me pidió una moneda.
—Corazón siempre en estas épocas, sobre todo, salen los andrajocitos, a pedir caridad, la mayoría son migrantes les das una moneda y se acabó. ¿Cuál es el problema? —dijo sin comprenderlo.
—Me puedes dejar solo por favor —pidió desconcertado.
Esta salió furiosa del departamento sin comprender lo que le pasaba. Daniel al encontrarse solo sintió la necesidad, de buscar a María Paz, tenía necesidad de hablar con ella, de que ella le enseñara como vivía la Navidad, esa Navidad que él desconocía.
Buscó en la agenda de su móvil su número le marcó y aunque esta al principio se mostró renuente en querer verlo fuera del horario de oficina aceptó. Le envió al celular su ubicación y este partió hacia el sur de la ciudad.
El tráfico había mermado, y es que ya eran las nueve de la noche, llegó a la dirección, su asistente vivía en unos condominios alejados del centro de la ciudad. Ella estaba lista esperándolo en el parqueadero de visitas.
—Buenas noches licenciado.
—Hola María Paz —saludó viéndola sin disimulo de pies a cabeza, ya que la jovencita estaba en pijama de ositos y unas pantuflas de Rodolfo el reno. —Te ves... bien —hizo una mueca que a ella le pareció la más bella que había visto de él.
—Gracias, ya estaba acostada así que no...
—No te preocupes. ¿Quieres ingresar al auto a que hablemos?
—Eh... le parece bien si subimos a mi departamento, lo prefiero —farfulló poniéndose nerviosa. Era la primera vez que metía a un hombre soltero y bien parecido a su departamento. Se sintió extraña y hasta un poco tonta.
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Editado: 18.12.2021