Una semana después...
Termino de leer por quinta vez la carta que mamá dejó para mí la noche que no me dejaron verla. Carta que Margaret me entregó hace una semana, el día del entierro de mamá.
Hago la carta a un lado y seco con las mangas de mi chaqueta, las lágrimas que caen por mis mejillas.
Una semana ya mamá no está conmigo, hace una semana ya no tengo a quien visitar, hace una semana no tengo a quien abrazar, hace una semana se fue lo que más amaba y lo único que me quedaba.
Han sido noches de insomnio, donde Lucía va y duerme a mi lado mientras me oye llorar, ella me consuela. En mi trabajo intento estar lo más serena que puedo, intentando que en la parte laboral no me afecte, ya que ahora necesito trabajar para mí, y pagar el departamento donde vivo y mis gastos personales.
Ese día Sebastián estuvo conmigo, junto con Lucía, ambos a mí lado. Él no tenía nada que ver y hacer, pero no quiso dejarme, eso me pareció un acto de empatía hacía a alguien que apenas conoce.
—Adelante —anuncio con desgana.
Una melena rubia se asoma al abrir la puerta, mostrando a una Patricia regalándome una sonrisa de boca cerrada.
Patricia Fitcher, mujer la cual a pesar del poco tiempo se ha ganada mi aprecio, ya que desde que pasó lo de mamá no ha pasado un día en el cual no haya venido a visitarme a la oficina, ayudarme e inclusive a consolarme también.
—Sé que estabas llorando, y ésta vez lo sé no porque sea psicóloga, si no que tus ojos te delatan. —Toma asiento frente a mí.
Oh, sí. A parte de su trabajo como jefa y secretaría en la empresa, Patricia forma parte de esas mujeres multifacéticas. Empresaria, repostera, psicóloga y contadora.
—Lo siento tanto —me disculpo apenada —.Tú y Sebastián han sido tan pacientes conmigo y yo aquí, en vez de trabajar estoy es llorando.
— No tienes por qué disculparte. Sabes que tenías dos semanas libres, hasta que todo pasara un poco. Sé que es difícil, y no te puedo decir que lo superaras porque no es así, pero con el tiempo se aprende a vivir con ello.
Le regaló una sonrisa sincera.
Sebastián me había dado dos semanas libres, para poder pasar un poco el dolor, pero no podía hacer eso. Yo sabía que esto en cualquier momento iba a ocurrir, tenía que estar preparada para ello, pero fue imposible.
—Lo sé, y muchas gracias, pero recuerda que necesito trabajar ya que mi departamento, mi comida y demás cosas, no se iban a pagar solos.
—Buen punto —después de algunos día me atrevo a reír un poco — .¿Cómo te has sentido? —pregunta de manera cautelosa tomando mis manos entre las suyas.
Yo sólo me encojo de hombros, sin saber que responder, apartando mis manos de las suyas.
—No sé, la verdad no sé —respondo sincera, soltando un largo suspiro.
El sonido de un teléfono nos saca de nuestros pensamientos.
Patricia se levanta y saca del bolsillo trasero de su pantalón su teléfono.
—Sebastián —menciona su nombre rodando los ojos al mirar la pantalla de su celular — .Un momento .—Se disculpa antes de levantarse y salir de la oficina.
Me doy unas palmadas en mis mejillas para poder continuar ordenando las carpetas que se me fueron otorgando hoy. Pero el golpe en la puerta nuevamente me interrumpe.
—Adelante —digo sin dejar de ordenar las carpetas. Escucho como abren la puerta —.¿Qué dese...— las palabras mueren en mi boca al levantar la mirada y ver a mi jefe en la puerta de mi oficina.
—Señorita Emily —saluda antes de terminar de ingresar y cerrar la puerta detrás de él.
—Se...ñor, ya estaba terminando para llevarle las carpetas —respondo nerviosamente mostrándole las carpetas en mis manos.
—No tiene por qué estar nerviosa —comenta con una sonrisa en sus labios.
—¿Desea algo? —respondo de manera tosca con una pregunta, para esquivar el hecho de que sepa que estoy nerviosa.
Él tarda unos segundos en responder, sin apartar su mirada de la mía.
—No, solo quería saber cómo se sentía y...
—Estoy bien, gracias —le interrumpo.
Él baja la cabeza escondiendo una sonrisa ladina escapando de sus labios, mientras lleva ambas manos a los bolsillos de su pantalón de vestir.
Llevo las carpetas a mi pecho, tomando una fuerte respiración y pensando la manera adecuada de como terminar cierta conversación incomoda.
—¿Desearía ir a almorzar? —rompe el silencio con esa pregunta, la cual me deja un poco fuera de sí.
¡STOP! PAREN TODO ¿He oído bien o sólo estoy aún nerviosa y oigo cosas que no debería?
—¿Eh? —pregunto confundida pensando que escuché mal.
—¿Algo malo en ello? —responde con otra pregunta, mientras yo intento asimilar la situación.
Hace un momento estaba llorando, y ahora tengo a mi jefe invitándome a almorzar. Si, así lo normal que pasa en estas situaciones.
Le miro para notar que está esperando una respuesta.
—No puedo —es la respuesta que le doy, sin pensarlo más.
Me golpeó mentalmente, pero no quiero arriesgarme.
—Bien .—Asiente levantando su mirada a la mía.
Veo como se despide con un asentimiento de cabeza, dando la vuelta hasta tener el pomo entre su mano. Siento mi corazón latir frenéticamente al pensar en lo que acabo de hacer.
No me culpen, mi experiencia con el sexo opuesto es nula y la última vez no salió como yo esperaba.
—Espere .—Le detengo haciendo las carpetas sobre la mesa, y acercarme hasta él.
Él voltea hacia mí aún con el pomo entre su mano, esperando que hable.
—Sí quiero ir almorzar —respondo regalándole una breve sonrisa de labios cerrados.
Sebastián sonríe y abre más la puerta para darme paso.
—Entonces vamos.
Al empezar a caminar por los pasillos, las miradas indiscretas de algunas personas no tardan en llegar hacia nosotros, haciendo que los murmullos salgan y hacerme sentir incomoda.
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Editado: 14.05.2022