Agnes Durand
El frío de los pasillos del hospital me calaba los huesos, pero no era solo el aire lo que me estremecía. Aún sentía el eco del choque, el impacto repentino contra ese desconocido. Mi mente estaba dividida entre la preocupación por mi tía y la imagen de aquel hombre que me había sostenido. Su rostro era severo, imponente, pero había algo en sus ojos… algo que no lograba apartar de mi cabeza. Y su aroma, ese aroma a madera y especias, envolvía mis sentidos como si aún lo tuviera cerca. Nunca había sentido una atracción tan abrumadora en un momento tan inoportuno.
Caminé casi en piloto automático por los pasillos. Mi corazón latía desbocado, pero no solo por el miedo que sentía por mi tía. ¿Quién era ese hombre? Intenté apartar el pensamiento, recordándome que no era el momento de distracciones, pero era inútil. Mi cuerpo reaccionaba con una intensidad que no podía controlar, una oleada de calor recorriéndome de pies a cabeza a pesar de la frialdad de mi alrededor.
Finalmente, llegué a la habitación donde mi tía estaba internada. La puerta estaba entreabierta y al entrar, lo primero que vi fue a Anette sentada junto a la cama de Adelyn, su rostro reflejando preocupación y ternura a partes iguales. Las luces de la habitación eran tenues, y el sonido constante de las máquinas monitoreando el estado de mi tía llenaba el silencio.
—Agnes… —Anette levantó la vista al verme entrar y sus ojos reflejaron alivio, aunque el peso de la situación se mantenía presente—. Ya estás aquí.
—Sí, me quedé atrapada en recepción… —murmuré, aún un poco aturdida por lo que acababa de suceder afuera, aunque intenté sonreír para tranquilizarla. Me acerqué a la cama, y al ver a mi tía conectada a los tubos y máquinas, el dolor en mi pecho volvió a crecer—. ¿Cómo está?
Anette suspiró, mirando a mi tía con ojos llenos de tristeza. Era como si el peso de los años hubiera caído sobre ella de golpe, y cada respiración de Adelyn parecía más frágil que la anterior.
—Los médicos no han dicho mucho más desde que llegué —dijo Anette, su voz suave, aunque cargada de angustia—. Pero está consciente. Débil, pero consciente.
Me acerqué aún más, sintiendo que mi cuerpo temblaba ligeramente. Mirar a Adelyn en ese estado era desgarrador. La mujer que había sido mi pilar, mi única familia, ahora parecía tan pequeña, tan vulnerable. Tomé su mano con cuidado, su piel fría al tacto, y una oleada de recuerdos me golpeó con fuerza. Las rosas, los días en el jardín, nuestras risas mientras preparábamos los ramos para vender en el mercado. Todo parecía tan distante ahora.
—Tía… estoy aquí —susurré, mi voz quebrándose ligeramente.
Adelyn abrió los ojos lentamente, como si cada movimiento le costara un esfuerzo inmenso, y una pequeña sonrisa apareció en sus labios. Era débil, pero estaba ahí.
—Mi niña… —dijo, su voz apenas un susurro, pero llena de ese amor que siempre había tenido para mí—. Sabía que vendrías.
Mi garganta se cerró de emoción, y me arrodillé junto a la cama, apoyando mi frente contra su mano.
—Perdóname por no haber estado antes… —dije, tratando de contener las lágrimas—. Nunca quise que pasaras por esto sola.
Ella negó suavemente con la cabeza, acariciando mi cabello con la poca fuerza que le quedaba.
—Nunca estuve sola, Agnes. Siempre te he tenido a ti, incluso en la distancia.
Sus palabras eran reconfortantes, pero al mismo tiempo me llenaban de una tristeza profunda. Sentí a Anette colocarse a mi lado, su presencia siempre tranquila y reconfortante, como si supiera cuándo necesitaba un apoyo silencioso.
Me incorporé para mirarla mejor y entonces, sin poder evitarlo, las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas.
—Tía, ¿te acuerdas cuando vendíamos las rosas en el mercado? —pregunté, buscando aferrarme a esos recuerdos felices que parecían tan lejanos ahora.
Mi tía dijo que no quería hacer los tratamientos que el medico nos indico he venido constante a tratar de convencerla y continúa diciendo que desea morir sin ser atormentada mas no se da cuenta que con ella se esta llevando todo de mí, llevo días buscando un empleo, lo necesito para poder convencerla de que si hay el dinero para que pueda realizarse el tratamiento.
Adelyn asintió lentamente, su mirada perdiéndose en algún punto del pasado.
—Cómo podría olvidarlo… Tú siempre insistías en llevar las cestas más pesadas —dijo con una pequeña risa que pronto se transformó en una tos leve.
—Porque quería ser fuerte como tú —respondí, sonriendo a través de las lágrimas que no lograba contener—. Eras mi heroína. Siempre lo fuiste.
Anette nos observaba en silencio, respetando ese momento íntimo entre nosotras. Los recuerdos de esos días en los que el sol brillaba sobre el jardín, mientras el aroma de las rosas recién cortadas llenaba el aire, me envolvían como un abrazo. Eran tiempos más simples, más felices. Tiempos en los que nada parecía imposible.
Pero ahora, el peso de la realidad caía sobre nosotras como una losa.
El sonido de la puerta abriéndose interrumpió el momento. Me giré para ver al médico entrar, su expresión seria pero profesional. Inmediatamente sentí que el aire en la habitación cambiaba.
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Editado: 17.11.2024