Una noche contigo

1 AM

Mars negó vehemente con la cabeza. Tenía los brazos en el aire, y los movía con tanta rapidez que Leonardo pensó que volaría en algún momento.

—Oye, Júpiter, si aquello no es un pájaro, entonces no sé lo que es.

—Ahogado, Leonardo, a-ho-ga-do —aclaró, y luego puso los ojos en blanco, como si aquello le fastidiara demasiado. Entonces rió—. No sabes jugar estos juegos.

—¡Tú no sabes hacer mímicas! —exclamó, indignado—. Es increíble, Mars Bianchi diciéndome que no sé jugar.

—No sabes.

—Podrías haber dicho auxilio, y así adivinaría más rápido.

Ella soltó una carcajada irónica.

—Se supone que no se puede decir nada. La finalidad de todo es que sepas interpretar las mímicas, ¿no crees?

Él soltó un bufido, lleno de irritación, y entonces miró a Mars, claramente ofendido. Se levantó del suelo, poniéndose de frente a ella, y se cruzó de brazos.

—Mira y aprende Mercurio.

Y entonces comenzó. Primero se detuvo un momento a pensar, con minuciosidad, a qué cosa podría hacerle mímica. Quería vengarse, por supuesto que sí, por lo tanto estaba pensando en hacer la cosa más posiblemente difícil de adivinar.

Comenzó haciendo movimientos extraños con las manos. Puso una sobre la otra, luego las quitó, después puso los dedos juntos e hizo una especie de prismáticos, como si observara algo diminuto. Luego hizo una serie de cosas tan absurdas que dejaron a Mars totalmente confundida y desorientada.

—No sé qué... —murmuró ella, mientras entrecerraba los ojos. Luego los abrió y exclamó—: ¡No estás haciendo nada!

Él se le quedó viendo, durante unos segundos, y luego soltó una risa incontrolable que rápidamente se esparció por todo el lugar.

—Sí —respondió y, aún riéndose, se sentó al lado de Mars, como lo había hecho mucho tiempo antes de aquello—, no estaba imitando nada en lo absoluto.

—Contigo no se puede jugar —se quejó, y entonces se cruzó de brazos, en una manía que hace cuando algo le parece una injusticia—. Apestas en estos juegos, ¿sabes?

—Vamos, vamos, sé que te quieres reír.

—Claro que no.

Leonardo la miró con los ojos achinados, como si sospechase algo, y luego comenzó a darle cosquillas, para que riera. Él evocó entonces en su mente aquellas imágenes que aparecían en las pelis de romance, esas mismas que pasaban siempre los sábados por la tarde —su madre las veía sin despegar un ojo de la pantalla—; con esas melodías almibaradas y esos diálogos que contarían como los más cliché de la historia. El chico le da cosquillas a la chica que, enfadada, decide tajantemente no soltar ni una carcajada. Mars tenía en ese entonces el ceño fruncido, los brazos fuertemente cruzados, y los labios apretados en una línea neutral. Leonardo no pudo evitar pensar en aquello.

Si alguien nos viese ahora, reflexionó, pensaría que somos una pareja de enamorados.

Aquél pensamiento hizo que sintiera un escalofrío recorrerle la espalda. No tuvo más remedio que ignorarlo, no quería caer de nuevo en pensamientos extraños que parecían provenir de otra dimensión, ni esos que le hacían palpitar el corazón más de los normal, por eso miró a Mars, en un principio distraído, y luego dispuesto a seguir dándole cosquillas. Ella aún se negaba a reír, pero ya flaqueaba.

—¿Por qué te resistes, Mars?

—¡Déjame!

Pero para ese entonces ya era demasiado tarde. Mars Bianchi cayó bajó la risa incontrolable que las cosquillas le producían. Qué curioso todo, ¿no? Dos chicos encerrados en el sótano de una casa a la que ya no quedaba nadie, sin los murmullos de la gente y ni la suave melodía de algún cantante de los ochenta, ni siquiera con el contaminado humo de los cigarrillos, riéndose como pillos, ya sin inmutarse si no salían por un buen rato de aquél lugar. Lo único que les hacía compañía en ese momento era la tenue luz de la luna y aquella melodía intrínseca de los maullidos de los gatos nocturnos. Eran algo así como una pandilla callejera gatuna que solo se presentaban por las noches, cuando la luna se ponía en su punto más alto. Era una orquesta espectacular, por supuesto, pero Leonardo y Mars tenían la atención puesta en otra clase de cosas.




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