Han pasado varios días desde que Laura y Andrés tuvieron sus dos citas. Aunque no han vuelto a quedar para almorzar fuera de la universidad, disfrutan de planes sencillos y económicos como pasear por el parque y comer un helado o simplemente pasar tiempo juntos dentro del campus.
Sin embargo, hay algo que ha empezado a preocupar a Andrés. En los últimos días, Laura no ha estado tan conversadora como antes y su semblante dista mucho de aquel aire relajado que suele tener. Son especialmente notorias las ojeras en su rostro; probablemente no ha dormido bien. Ante el usual «¿Cómo estás?» de Andrés, Laura siempre responde con un igualmente corriente «Bien», pero hoy Andrés quiere ir más allá: cuando se vean en la tarde, va a preguntarle directamente qué le ocurre.
Terminada la jornada académica, Andrés inicia su ya habitual recorrido al edificio de Psicología. Al echar un vistazo en la zona verde, no encuentra a quien busca, así que se dirige a la entrada del edificio para esperarla ahí. Pasados varios minutos, no hay rastros de ella, así que le escribe un mensaje. «Hola Lau, estoy en la entrada de Psicología, ¿Dónde estás?». Andrés se entretiene con el celular mientras espera la respuesta de Laura, que tarda varios minutos: «Hoy no fui a la U, disculpa por no haberte avisado». Andrés le pregunta si está enferma, pero la respuesta es negativa: «Estoy bien, no te preocupes». Esto deja aun más intranquilo a Andrés, que sabe que algo anda mal.
Andrés pasa el resto de la tarde invadido tanto por la preocupación de no saber qué le pasa a Laura, como por la bronca consigo mismo por no haberla confrontado al respecto días antes. Para colmo es viernes, de manera que tiene que pasar los siguientes días con la intriga, ya que sabe que llamarla o enviarle un mensaje no servirá de nada. Para saber qué le pasa y cómo puede ayudarla tiene que preguntárselo cara a cara.
Por fin llega el lunes y Andrés está ansioso por que acabe la jornada académica para encontrarse con Laura. Finalizada la última clase del día, Andrés se dirige al edificio de Psicología un poco preocupado de no encontrarla. Afortunadamente, dicha preocupación se desvanece al visualizar a Laura a lo lejos. Laura está con el típico semblante apático y, al acercarse más, nota otra vez las ojeras en su rostro.
—¿Cómo estás?
—Bien —dice Laura perezosamente.
—¿Segura?
Ante la interpelación de Andrés, Laura frunce levemente el ceño antes de responder.
—Sí, ¿pasa algo?
—Eso te iba a preguntar. Te he notado diferente en los últimos días.
—Estoy igual que siempre.
Andrés, levemente molesto por esta respuesta un poco tosca, decide ser franco:
—No, no lo estás. Tienes ojeras y tu semblante es diferente. ¿Acaso no has dormido bien o has estado enferma?
—He tenido mucho trabajo estos días, eso es todo. No entiendo por qué te preocupas tanto.
Andrés no se cree esta excusa, pero no quiere ahondar en el interrogatorio para no iniciar una discusión y echar a perder todo lo que ha construido hasta ahora, de manera que decide cerrar el tema por el momento.
—Si necesitas contarme algo estoy para escucharte de todos modos, ¿está bien?
—Sí, pero te digo que no pasa nada.
Tras una despedida un poco fría, Andrés queda más preocupado que antes, meditando acerca de las razones por las cuales Laura ha estado actuando de forma tan extraña. ¿Habrá hecho él algo malo? Él trata de rememorar todos los encuentros que han tenido para encontrar algún posible hecho que haya indispuesto a Laura. En medio de todos estos pensamientos surge otra inquietud: Andrés recuerda el hecho por el cual él, en primer lugar, se interesó por conocer a Laura; era el hecho de que ella estuviera en silla de ruedas. Andrés había estado pasando esto por alto al haberse afianzado de forma más profunda su relación, de manera que prácticamente se había olvidado de su discapacidad, pero la incógnita de por qué le había parecido tan atractiva con tan solo haberla visto en su silla aún sigue resonando en su cabeza.