Ángeles
Después de estar completamente preparada para lo que iba a ser seguramente una mañana casi tarde de alegría, se examinó en el espejo y aunque el vestido de montar no es que fuera de su agrado, tenía que aceptar que le gustaba como le quedaba.
El traje era en su totalidad de color turquesa, con algunos detalles en encaje blanco, al igual que el gorro que llevaba puesto sobre su cabello recogido en un moño para mayor movilidad, siendo sujeto entre horquillas que le daba a la prenda en general delicadeza.
Con guantes cortos blancos, y botas negras terminando de completar el atuendo.
A decir verdad, aquel color resaltaba su piel blanca tornándola un poco rosada y cremosa, que en conjunto con sus pecas la hacían el objeto del pecado acentuándolas de manera delicada.
Su cabello brillaba como nunca, el rojo sobresalía más que otras veces otorgándole vida a cada una de sus facciones.
Pareciendo una muñequita de porcelana con todas sus curvas bien pronunciadas, a causa de la prenda quedarle como un guante destacando los atributos que antes no eran notorios.
...
Tras darle un sonoro beso en la mejilla a su adorada Honoria, sin dejarse amargar su mañana porque la felicidad por tener algo de su madre nadie se la arrebataría, procedió a bajar para no hacer esperar más a Lord Archivald.
No le odiaba como presupuestaba, y eso también la tenía en buena tónica porque quizás en un futuro pudiese ser ese hermano que las circunstancias no le habían otorgado.
Como era de suponerse se ubicaba aguardando al lado del primer escalón, que en esos momentos para ella era el último mirando su reloj de modo distraído, permitiéndole de manera abierta reparar un poco en sus facciones de nuevo.
En como la vestimenta adecuada para realizar aquel paseo le sentaba de maravilla al ser a medida, que resaltaban su piel de forma sobria, seguramente acentuando el color de sus ojos que en esos momentos no le enfocaban.
Ahora pudiendo apartar todos sus desencuentros, viéndolo con los sentidos bañados de fraternidad y gratitud, así dándose cuenta de que se encontraba arrebatadoramente atractivo.
Llevaba un frac negro en su totalidad, a juego con los pantalones color café y botas también negras que le llegaban casi hasta las rodillas, y para completar el traje un pañuelo blanco con toques de café.
Su cabello rojizo desordenado dándole un aspecto desaliñado, sumándole algo de sutil rebeldía, contrastando de manera exquisita con la pulcritud.
Cuando se percató de su presencia, levantó la cabeza, observándole con los ojos verdes más brillantes que alguna vez apreció en su ser desde que lo conocía, provocando que le iluminasen el rostro, sumándole un aire de familiaridad que nunca sintió con él.
Por primera vez lo quería tener cerca, que le hablara por horas, perderse en pláticas sin sentido, que se diera cuenta de lo soñadora que era y como un buen primo casi hermano le dijera que todo se podía cumplir si ella se esforzaba.
Pero como se decía... «Un paso a la vez»
Quería que su relación fuera cercana.
Lo más que se pudiera, pero eso sería de a poco.
Como cuando se plantaba un árbol.
Primero es la semilla que con abono, agua y los cuidados requeridos va creciendo afianzándose la raíz a los cimientos, ascendiendo lentamente, saliendo con paciencia los pequeños capullos, dándole paso al tronco que se asemeja a la columna que sostiene cada parte perteneciente revitalizando la esencia, hasta que con el cariño requerido se convierte en un frondoso árbol lleno de frutos y flores deliciosas a la par de preciosas, que se pueden metafóricamente ingerir, para de manera espiritual nutrir el alma con cada ser que habita en él.
...
—Lord Stewart— al encontrarse con su mirada y ser descubierta, carraspeó a la par que agachó la cabeza, para proceder a saludarlo—. Siento la demora— se excusó por tardar más de lo indicado, pese a que solo fueron un par de minutos.
—No se preocupe Milady— exclamó el aludido aclarándose la voz— ¿Vamos? — le señaló la entrada, a lo que ella solo asintió en respuesta pasando por su lado.
Sin siquiera percatarse de la tensión en el cuerpo de aquel cada que la tenía a su alrededor.
Se dirigieron a los establos, en donde Ángeles advirtió a primera vista que ya estaba ensillada la yegua, que como era de esperarse sin su dueña al lado se sentía inquieta, más estando rodeada de desconocidos, y al semental de Archivald.
Un Quarter horse color chocolate con patas blancas.
Ángeles sabia a simple vista que era más pequeño que demonio, pero no por eso menos potente.
Destacaba por ser ágil, rápido, feroz a la hora de competir.
Gracias a su padre conocía que ese caballo era de temer, y aunque anhelo uno en un tiempo, aquel se lo había negado por ser algo peligroso.
Estaba maravillada observando el brillo de su pelaje, que no se dio cuanta en qué momento se acercó a este para acariciarlo, examinando como relinchaba poniéndose tenso.
Arisco a la presencia de un extraño en su elemento.
—Mi... Ángeles, le aconsejo que no se acerque demasiado— soltó Archivald a sabiendas que, si demonio era una fiera, su caballo resultaba mucho peor.
—¿Cómo se llama Milord? — preguntó sin prestarle atención a la advertencia.
—Odín— respondió tras un profundo suspiro.
Un nombre bastante peculiar.
Sin más que añadir acortó totalmente la distancia, y cuando por fin logró tocarlo sintió como de un empujón era tirada estrellando su trasero contra el suelo empedrado, obteniendo sacar exclamaciones de los presentes, combinadas con un grito ahogado de su entidad, consecuente con un relincho.
Como era de suponer corrieron a auxiliarla.
—Ni se les ocurra levantarme— frenó el impulso de socorrerla—. Puedo sola— zanjó sin dar opción a replica—. Y este pequeño no me quedara grande— una sonrisa de suficiencia enmarcó sus facciones angelicales ni bien estuvo de pie.
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Editado: 22.04.2023