"El hombre puede soportar las desgracias que son accidentales y llegan de fuera.
Pero sufrir por propias culpas, ésa es la pesadilla de la vida.
Oscar Wilde".
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Angeles
—Deja las dudas de lado Honoria, que fue en primera estancia tu idea— amonestó Ángeles a su doncella al verle tan azorada por lo que iba pasar dentro de unas cuantas horas, pues tras esa charla con el rubio los días habían pasado volando.
Aunque ella no era la única, pues la pelirroja resultaba la más inquieta con el asunto.
Ese mismo, que no le permitía mirarlo a los ojos cuando se había dedicado a llenarle de atenciones hasta el punto de que sonriese todo el día, y suspirara con cada paso que daba.
Tanto que olvidó por momento su idea inicial de huir cuando se sentía tan plena hasta que la oscuridad regresaba.
Por más de que lo anhelara, un par de días plenos no solucionarían sus problemas.
La confianza perdida, viéndolo de forma patente en su faz cuando él no advertía que ella lo observaba, sus ojos se oscurecían de manera fiera, apretando la mandíbula a la par que las manos hasta que sus nudillos quedaban blancos.
Él tampoco hablaba del tema, pero sabía que no lo había superado pese a que no había ahondado al respecto, al igual que ella tampoco podía olvidar como le otorgaba caricias a alguien más.
Así de simple resultaba el final de su historia sin siquiera haber iniciado, porque hablar. Esa mera acción no la podían llevar a cabo, asumiendo que el contrario lo sabía de regreso.
Creyendo que las palabras sobraban cuando lo cierto es que la necesitaban más que las acciones para dejarlo todo en el pasado, así obteniendo el verdadero comienzo.
...
—No son dudas Milady— se posó frente a ella suspirando con pesadez, sacándola de sus cavilaciones—. Es solo que tenía la esperanza que reconsideraría su postura, al apreciar como el señor no escatima en esfuerzos por hacerla sonreír— los labios le temblaron.
Ella creyó de manera ingenua lo mismo, pero el tiempo resultó lo bastante corto para que la solución llegase sin sufrir las repercusiones de sus actos.
Estaban siendo cobardes al no hablar, y ella era la peor de los dos.
Porque sentía que él le estaba dando su espacio para que le tuviese la valentía de dialogarlo, pero ella no podía soltarlo.
Eran familia, no se pondría en medio.
Por eso decidió atesorar lo vivido.
Los paseos por el Hyde Park.
Las rosas que aparecían adornando su habitación, las lecturas que gozaban juntos, las charlas en donde los debates eran el plato fuerte, dejándola con una sonrisa en el rostro a causa del reto que le imponía confrontarlo.
Su mirada fría penetrante, esa voz pastosa varonil, la forma en que arrastraba las palabras con ese acento enmarcado que la ponía a tiritar.
Su perfume amaderado, la revitalizante sonrisa que la hacía sentir que solo se la otorgaba a su persona.
En general todo era fascinante.
Duncan siempre le resultó un tempano de hielo que la quemaba con su frialdad, su mirada la hacía tiritar, pero no de frio, ni de miedo porque el hielo calentaba su interior haciendo que se acrecentara una llama, aunque no era lógico se tornaba imposible de apagar.
Con sus besos lo gélido se convertía en la brasa más avasallante, y con sus caricias ni hablar... era algo alucinante, que la dejaban en un lugar que nunca había experimentado.
Solo con él, y no podía estar más perdida.
Pues lograba que su corazón latiera de forma arrítmica solo con sentir su aroma, de la misma forma que se paraba y volvía a su funcionamiento de un tirón, causándole una sensación en el pecho asfixiante.
Ahora más que nunca comprendía que lo que se exponía en los libros que leía, no explicaba de la manera adecuada lo que era el sentir llamado amor.
Pues nada se le parecía a lo que ella experimentaba con solo rememorarlo, pues únicamente con cerrar los ojos su imagen la tenía plasmada como si lo tuviese de frente, así coexistiese a varios kilómetros de su entidad.
Definitivamente si continuaba en ese lugar se volvería loca.
—Es una decisión tomada, Honoria—su voz salió firme pese a lo temblorosa—, y no hay marcha atrás— zanjó en tono duro rotundo ignorando el nudo en su garganta, y desechando el sollozo que amenazaba con aflorar.
—He terminado, Milady— soltó su arisca doncella, demostrando de manera abierta lo mucho que le molestaba la forma en cómo llevaba la situación.
Decidió ignorar su semblante, y la pesadez que cargaba en el pecho observándose por un instante en el espejo, maravillándose por cómo le sentaba el color de aquel vestido.
Era de un verde esmeralda de seda y tul, con el encaje color crema en la parte del escote dándole un toque de sensualidad a la pieza, de mangas esponjadas en la parte de los hombros que llegaban a sus muñecas.
Bordados, y piedras doradas que hacían juego con todo el color del vestido.
Ajustado en la parte de los pechos y el resto completamente suelto.
La falda llegando hasta el suelo, saliendo de la parte trasera una pequeña cola dándole un toque de elegancia a la pieza.
Su cabello al completo trenzado con algunos mechones sueltos a conciencia a la par de piedrecillas y cintos a juego, dejando al descubierto su rostro que se iluminó con un poco de polvo, al igual que color tanto en mejillas como labios, dándole aire natural a sus facciones exóticas.
Pero lo que más impactó fueron sus ojos.
El que portaba el iris verde resaltando más intenso, llegando a perderse su pupila negra dejándole con su matiz predominante.
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Editado: 22.04.2023