Mis ojos incrédulos volvieron sobre cada una de las letras que formaban aquel nombre ¿Era ella? Lo dudé, ¿Cómo podía la casualidad jugar tan a mi favor? En silencio, leí dos veces más el conjunto de dos palabras mientras en mi pecho comenzaba una revolución hasta que al fin hice lo inevitable, miré para comprobar que no era una broma del destino.
Alejandra estaba ahí, la chica con la que soñé durante interminables noches. Lucía distinta, los rasgos adolescentes con los que la conocí habían madurado y su gesto era todavía menos amable que entonces. Me miró como se hace con alguien que te hará daño, pero eso no demerito el recuerdo que tenía de ella. Además, yo tampoco era el muchacho que, dolido por no causar la impresión deseada en aquel autobús, decidió abandonar la contienda sin haber participado. Ese ya no era yo, había tenido más batallas que aquella, incluso una reconciliación a medias con mi padre que apartó muchas sombras y me dio más valor y deseos de enfrentar los retos. Y la que miraban mis ojos era el mayor de los retos: la mujer que quería a mi lado. Lo supe desde que la vi aquella primera vez, pero entonces no supe discernir lo que sentía por ella, hice más caso a las voces externas y a su indiferencia. No volvería a cometer el mismo error.
—Alejandra, espero no haberte hecho esperar demasiado.
Ella solo movió negativamente la cabeza y disimulando lo que me estallaba dentro, comencé la entrevista. Luego de las preguntas profesionales de rigor, cuestioné ocurrencias sin sentido que no tenían más propósito que el de retenerla un poco más ahí, ante mí, hablándome y mirándome como no lo hizo antes. Me deleité con cada palabra y frase que emitieron sus labios. Por su expresión a ratos temerosa pude darme cuenta de que no me reconoció y de cierta manera, lo agradecí. Era una suerte que no me recordara como el torpe que la importunó en un ruidoso autobús. Seguí mi papel al pie de la letra, ella era una más hasta que comprendiera la forma de ganarme su simpatía. Aquella entrevista no era el momento adecuado, recordaba bastante bien como en la universidad se esforzaba por dejar a todos fuera de su vida y por lo que pude ver, eso no había cambiado. Tuve que hacer uso de todo el autocontrol que adquirí con los años para no demostrar que por dentro me moría de ganas de llevarla a cualquier otra parte que no fuera esa aburrida oficina.
—¿Solo tienes un hijo?
Pregunté sabiendo la respuesta, ¿Qué otra cosa podía decirle antes que mis pensamientos me traicionaran?
—Sí.
Su respuesta careció de fuerza y de la convicción que tanto me impresionó en la universidad, eso me intrigó. Ella parecía tan orgullosa de su maternidad entonces.
—¿Te incomoda que te lo pregunte?
—Por supuesto que no, en mi currículum está toda la información, pero… ¿Puedo hablarle honestamente?
—Eso me encantaría.
—Esta no es la primera entrevista a la que me citan, pero en cada una he recibido la misma respuesta. Al parecer mi hijo es un impedimento para que pueda cumplir con el trabajo o eso me han dado a entender. Solo quiero aclarar que el hecho de que lo tenga no significa que haya quedado incapacitada para el trabajo o que no piense cumplirlo. Mi niño acude a la escuela y por las tardes tengo quien cuide de él.
—¿Tu pareja?
Emití la pregunta sintiendo que las palabras me atragantaban, ¿Qué clase de persona preguntaría cosas tan personales en una entrevista de trabajo? Yo no era esa clase, pero pese a mis esfuerzos no pude contener la necesidad de saber más de su vida, aquello que no revelaba el documento entre mis manos. Ella miró a otro lado, visiblemente disgustada. Maldije mi imprudencia en tanto esperaba su respuesta.
—No, mi padre.
Respiré aliviado pensando que probablemente seguía sola y temí que ella se diera cuenta. Sin embargo, su nerviosismo era mayor e impidió que se enterara de mi sentir respecto a lo que estaba sucediendo.
—Te haré una última pregunta, esperaste demasiado y debes estar cansada. Dime, si pudieras elegir desarrollarte en cualquier área de la empresa ¿Cuál sería?
—Bueno, mi especialidad es en finanzas así que esa sería el área ideal, pero estoy dispuesta a desempeñar cualquier puesto. Lo que sea…
Sus últimas palabras fueron casi un susurro, el atisbo de desesperación en su confesión me conmovió. Sus ojos tampoco me vieron, deambularon por mi escritorio rehuyendo el contacto. Tuve el impulso de decirle ahí mismo que no tenía motivo para preocuparse, pero una vez más me abstuve, necesitaba tiempo para planear cómo darle algo digno de ella. El puesto de prácticas para la que la entrevistaba era como asistente de dirección, y aunque la idea de tenerla cerca me resultaba tentadora, deseaba más que nada ayudarla. Quería demostrarle que el hombre que se reencontró con Alejandra Leyva era uno que estaba dispuesto a darlo todo para que ella no pareciera tan derrotada como la volví a ver en esa oficina.
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Editado: 11.12.2022